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No soy de los que se escandalizan porque el PAN y el PRD se hayan juntado en un frente electoral. Esa vieja figura de que son como “el agua y el aceite” es muy atractiva, muy eficaz, pero también muy moralina porque olvida los objetivos básicos de la negociación política: es normal que en los Congresos de todo el mundo, especialmente en las democracias más ejemplares, se junten partidos de centro izquierda y centro derecha, y hasta de ultra izquierda y ultra derecha, con tal de avanzar leyes y formar gobiernos. La venerada Angela Merkel en Alemania anda en esas, sin ir más lejos.
El PAN es por mucho el partido más fuerte de los tres que han formado el Frente (el PRD pinta menos del diez por ciento y Movimiento Ciudadano ni la mitad de eso), y sobre todo para los panistas, impulsar el Frente tiene todo el sentido del mundo:
Primero, porque casi todas las veces que han ido en alianza PAN-PRD han resultado ganadores.
Y segundo, porque no aliarse con PRD y Movimiento Ciudadano (MC) implicaría que estos dos partidos pudieran haberse ido con Morena. Andrés Manuel López Obrador los despreció y de eso se aprovechó el PAN. Pero si el PAN los hubiera desdeñado también, quizá PRD y MC hubieran terminado aceptando las humillaciones de Morena con tal de ser relevantes en la elección del 2018. Para PRD y MC es más natural subirse al tren de la izquierda que al de la derecha.
Me cuentan que en las conversaciones iniciales con miras a conformar el Frente, el líder de MC, Dante Delgado, lo dejó claro sobre la mesa: que si no se hacía el Frente él iba a buscar aliarse con AMLO.
Para el Frente, quedan tres durísimos obstáculos por sortear: la elección de su candidato presidencial (por lógica política, tienen hasta el 15 de diciembre que es la fecha límite de registro de coaliciones), mantener la unidad de quienes no resulten felices con tal designación y tratar de legitimar esa selección que seguramente surgirá de una negociación entre un puñado de personas y no de un proceso envidiable de apertura democrática y ciudadana.
Para López Obrador, la noche del 1 de julio de la elección presidencial, vendrá la reflexión. Si gana, habrá acertado en tener menos aliados a quienes repartirles poder. Si pierde, quizá se arrepienta de saber que PRD y MC sólo querían un mínimo de cortesía política, y hubieran estado con él.
SACIAMORBOS
. En medio de la cobertura del terremoto leí en un medio de comunicación prestigiado una lista de quiénes integrarían el gabinete del nuevo gobernador mexiquense. Esa lista era incorrecta. No dudo que haya sido una de esas filtraciones para medir a la opinión pública frente a determinados nombres. Pero a partir de dicha lista, opiné en esta columna que Alfredo Del Mazo resucitó cadáveres políticos de impresentable historia y critiqué lo que representaba. La mayoría de esos indignantes nombres no llegaron al anuncio final del gabinete, que si bien no está para presumirse de plural, incluyente o experto, no merecería los adjetivos que le puse. Terminó conformado por sus incondicionales y amigos, más algunas herencias de Peña Nieto, Montiel y cuotas del priísmo mexiquense.
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