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Sentado en una silla, sucio, de short y playera blanca de manga corta, sandalias. Lo único que le dejaban usar en el centro de reclusión de Panamá donde estuvo medio año. Con ese aspecto comenzó Roberto Borge Angulo, ex gobernador de Quintana Roo, su proceso de extradición el jueves pasado.
Pero ese atuendo cambió rápido. Sus poderosos abogados panameños —famosos por defender a funcionarios de alto nivel acusados de corrupción— lograron que le autorizaran ponerse la ropa que le había mandado su papá: zapatos Salvatore Ferragamo, pantalón Hugo Boss, camisa de vestir color azul, reloj, pulsera, un escapulario. Se vio con zapatos negros y pidió que le pasaran los cafés, porque esos sí combinaban.
Y de aquel hombre deteriorado, pálido, molesto, ansioso, con notorias alteraciones de personalidad, frecuente del Tafil, surgió —como si las prendas de marca fueran la fuente— el Borge de siempre: alzaba la voz, se escudaba en sus abogados, cortante al hablar, ególatra, altanero, grosero hasta con el médico, de quien se burlaba dictándole la dosis que debería darle. Como si fuera todavía aquel gobernador todopoderoso de Quintana Roo que usó el poder político y el dinero público como patrimonio propios.
Así me lo describen fuentes con acceso a la información sobre el primer contacto del personaje con autoridades mexicanas. Y eso que con los mexicanos fue todo nobleza: decía que se sentía “entre paisanos”, como si ya hubiera llegado a territorio nacional, en su “México lindo y querido”.
Le preguntaron cómo estaba y se soltó con una retahíla de quejas de maltrato recibido de las autoridades de Panamá, sobre todo de un Mayor de la Policía Nacional a quien se había encomendado su custodia. Dijo que lo trataba de forma denigrante, que lo orillaba a arrancarse con las manos los vellos de la barba y el bigote porque no le permitía ni un rastrillo para rasurarse. Que a sus abogados sólo los pudo ver unas cuantas veces y a su papá en cuatro ocasiones, de a 20 minutos cada una, tras una reja. Lamentó la comida —arroz, papa, cerdo— y atribuyó a todo ello estar demacrado y haber bajado tanto de peso.
Dijo que en prisión tenía custodios buenos y malos. Se sabía sus nombres y sus apodos. Contó que se le estaba cayendo el pelo y recurrió a un tratamiento panameño que le permitieron tomar en la cárcel. Adelantó que escribirá un libro para denunciar cómo lo maltrataron en Centroamérica.
Se le veía seguro, confiado del trabajo de sus abogados. Me cuentan que dijo que creía que al llegar a México le decretarían la libertad. Aterrizó extraditado el jueves a la hora de la comida. La madrugada del viernes un juez le decretó la medida cautelar de prisión preventiva en el Centro Federal de Rehabilitación Psicosocial de Morelos, una cárcel federal de alta seguridad, especializada en políticos bajo escándalo.
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