Es uno de los grandes polemistas del país. Buena oratoria, dicción clara, articulado, sabe cómo presentar de manera efectiva sus planteamientos. Estas características lo volvieron muy notorio desde que presidió la Cámara de Diputados, lo colocaron en las “grandes ligas”.

El clímax del arranque de su exitosa carrera en la política nacional —como el joven boxeador que vence a un veterano en contra de todas las apuestas— fue cuando recién ascendido a la dirigencia del PAN le ganó un debate a una de las figuras con más poder y experiencia del priísmo, casi símbolo de ese partido, Manlio Fabio Beltrones. Sucedió la noche de la elección estatal de 2016, cuando el PAN arrolló al PRI en los comicios.

El público, pues, ha visto debatir a Ricardo Anaya con mucho éxito.

Pero de unos meses para acá, este polemista fajador, este rey del debate, ha estado huyendo:

Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle le plantearon sentarse a la mesa a discutir públicamente la manera en que el PAN iba a seleccionar su candidato presidencial. No aceptó.

Roberto Gil lo retó a debatir sobre el pase automático. Se negó.

Y la mañana del 19 de septiembre, en el noticiario a mi cargo en Televisa, Enrique Ochoa estaba dispuesto pero Anaya —se diría en muy mexicano— le sacó. A las pocas horas sucedió el terremoto y la conversación pública viró.

Su argumento para no debatir con panistas fue que su obligación como líder nacional era mantener un partido unido y por tanto más fuerte de cara a la elección del 2018, que ventilar las diferencias en público debilitaría al PAN. Singular argumento cuando el partido anunció al público que inició un proceso de expulsión contra los senadores —Gil, Cordero, Lozano y demás— que han desafiado a Anaya. ¿Entonces por qué no debatir con el PRI, contra su homólogo Enrique Ochoa? La única explicación es que Ricardo Anaya se sienta contra las cuerdas.

Singular argumento para el hombre que aparece como el más poderoso de los aspirantes presidenciales de su partido, que luce como el gran orquestador del robusto Frente PAN-PRD-MC. Cualquiera pensaría que está en plenitud.

Pero hay algo que le incomoda, que lo descuadra: es claro que Anaya no quiere que en el debate salte el tema de su patrimonio, tras las denuncias que ha publicado EL UNIVERSAL.

Al negarse a enfrentar abiertamente el asunto, el dirigente nacional del PAN tiende un velo de sospecha contra sí mismo: ¿en serio no es capaz de ganar un debate sobre corrupción contra un priísta? ¿no sabe cómo defender la limpieza de su dinero?

Huyendo sólo alimenta una percepción negativa en una elección en la que se ha planteado a la corrupción como tema central, como el examen que ningún aspirante puede dejar de aprobar.

La semana pasada, el historiador Enrique Krauze lanzó una serie de propuestas de cómo debían conducirse la reconstrucción y vida política tras la sacudida del 19-S. Una de ellas fue para las campañas: “cero spots, diez debates”. Las decisiones cerradas ya no caben. Menos cuando el postsismo ha redoblado la exigencia de rendición de cuentas.

historiasreportero@gmail.com

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