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No sé si a ustedes les pareció satisfactoria la respuesta que la Secretaría de Relaciones Exteriores dio frente a la terrible realidad de la separación de niños y sus familias en la frontera, pero a mí no. Varias razones me dejan incómoda. Iré por partes. En primer lugar, hay que decirlo, la condena de Cancillería no llegó sino hasta que el asunto era un escándalo mundial. Estaba en toda la prensa, nacional y extranjera, y los detalles de las condiciones en las que se encontraban y en que se habían separado a los niños eran ya objeto de rechazo mundial. La reacción mexicana fue tardía. ¿Lo peor de esta tardanza? No es que el secretario y sus más cercanos colaboradores no supieran lo que estaba pasando, por el contrario. No por nada presumimos —y con razón— que México tiene una de las redes consulares más grandes y activas del mundo. Cancillería tenía la información y decidió no actuar esperando, supongo, que el drama esquivara a México.
Y sí, cuando hace justamente una semana el Canciller Videgaray tomó el micrófono para condenar la política estadounidense, hizo hincapié en que “sólo” 21 niños mexicanos habían sido separados de sus familias desde hacía unas semanas que el presidente Trump había decidido implementar la cruel política “Tolerancia Cero”. Segundo factor de incomodidad: Cancillería jugó con las cifras para tratar de justificar que su condena fue tibia y a destiempo. ¿Por qué? Porque ofreció una fotografía y no la historia completa. Me explico: en ese momento, efectivamente 21 menores habían sido separados de sus familias indefinidamente, pero ¿cuántos más hay que han sido separados de sus familias al menos 72 horas en los últimos años? Muchos, muchos más. ¿Exactamente cuántos? Es información que tiene el gobierno de los Estados Unidos y, uno esperaría, la Cancillería de nuestro país. Como me lo explicó el subsecretario Carlos Sada en una entrevista para W Radio, los niños mexicanos tienen un “tratamiento especial”. La crueldad se limita a 72 horas, tiempo en el que los menores o son repatriados o son “colocados” con alguna familia. Aún así la reunificación con los padres no es automática. ¿Podemos imaginar el terror que significa para un niño de dos o tres o siete años ser separado de sus familiares sin que nadie pueda o sepa explicarle algo? Eso sí pasa con niños mexicanos. Cancillería decidió, sin embargo, enfocarse en “sólo el 1%” de los casos de separaciones indefinidas.
Para mí, este era precisamente el momento de echar luz al asunto. Aprovechar la indignación general para —desde el gobierno mexicano— denunciar, movilizar y poner sobre la mesa la urgentísima necesidad de repensar el tema migratorio en términos regionales. México, en esta ocasión, decidió —en primer lugar— tratar de pasar desapercibido, y, en segundo, de ser lo suficientemente tibio como para no provocar el enojo de la administración Trump. México optó por una estrategia de apaciguamiento en momentos en los que la mesa estaba servida para defender los derechos humanos de esos niños y familias con toda la fuerza y la convicción. Mexicanos o no.
El Canciller tendría que haber acordado y anunciado ese día una conferencia regional sobre niñez y migración con los países centroamericanos, hacer un frente común y liderarlo. Sumarse a las movilizaciones de organismos internacionales. Pero no. Escogió nadar de muertito y no remover más las turbulentas aguas de la renegociación del TLCAN. Tiempos electorales. Los niños qué, esto lleva pasando mucho tiempo, en unas semanas se habrá olvidado. Mientras tanto, Trump toma nota.
Twitter: @anafvega