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Un día cualquiera, con una googleada sencilla, se pueden encontrar titulares como los siguientes:
Niega Sedena presencia de cárteles en la capital de Oaxaca .
Legisladores exigen investigar la presencia de cárteles en la CDMX .
Ven presencia de narcos mexicanos en Ecuador .
Presencia de CJNG en CDMX provoca desencuentro entre autoridades.
Esas notas van acompañadas muchas veces de vistosos mapas que pretenden mostrar las zonas de “presencia” de tal o cual organización criminal (algo como esto: http://bit.ly/2HhB3tW). También, a menudo, aparecen tablas o gráficas buscando mostrar en cuántos estados o municipios tienen “presencia” alguno o algunos grupos criminales y cómo ha evolucionado el fenómeno en el tiempo (va un ejemplo: http://bit.ly/2FEk5c3).
Todo eso es muy interesante, salvo por un detalle: casi nadie y casi nunca se molesta por definir el término “ presencia ”. Y en general, todo o casi todo cuenta como “presencia” de la delincuencia organizada : una masacre , un plantío de marihuana , una epidemia de extorsiones , un enfrentamiento abierto entre grupos de delincuentes, un decomiso fortuito, una manta , una detención aislada o hasta alguna sospecha más o menos fundada de que alguien vinculado de alguna forma a algún grupo criminal pasó algún tiempo en un estado o en un país.
Si “presencia” es todo, “presencia” es nada. Se trata de un concepto analíticamente vacío: no nos genera dato alguno sobre el tamaño relativo de las bandas criminales, sus capacidades logísticas, su estructura de incentivos o su modelo de negocios .
Incluso, no dice mucho sobre la geografía del problema. Hace unos años, la PGR produjo un mapa singular donde Sonora, Chihuahua y Durango estaban pintados en partes iguales de verde ( Cártel de Sinaloa ) y rojo ( Zetas ). ¿De veras? ¿Cómo cuántos zetas habría en Chihuahua o Sonora? De seguro había algunos, pero ¿la organización estaba en pie de igualdad con Sinaloa en esos estados?
Para mejor entender la inutilidad del concepto, va un ejemplo: asumamos que quisiéramos ilustrar en un mapa del mundo la “presencia” del islam y el catolicismo, usando el siguiente criterio: va en verde cualquier país con al menos un musulmán y en rojo los que contengan al menos un católico ¿Resultado? Todos los países de la Tierra estarían pintados por mitades de verde y rojo, así sean Arabia Saudita y Brasil. No es necesario explicar por qué un mapa de ese tipo no resultaría particularmente útil para tratar de ubicar al mundo católico o musulmán.
Hablar de “presencia” en términos amplísimos es peor que inútil. Es positivamente contraproducente. Por una parte, genera alarma al insinuar que las bandas de la delincuencia organizada se encuentran desperdigadas en todas partes y en todo momento, sin pensar en matices o grados.
Segundo, puede generar políticas equivocadas al hacer suponer que seguimos estando ante grandes organizaciones jerárquicas, verticalmente integradas y con claro sentido estratégico, y no a una maraña de redes criminales con múltiples actores de muchos tamaños posibles y diversas formas de interrelación.
Esto no significa que el problema no sea serio y que no haya problemas de delincuencia organizada en buena parte del territorio. Pero precisamente por la seriedad del asunto, no es admisible distorsionar la realidad sumando peras y manzanas o pensando en abstracciones con escaso valor analítico.
Entonces, va una amable petición a las autoridades: no digan (o no nieguen) que tal o cual grupo tiene “presencia” en tal o cual lado. Digan que hacen o no hacen. En concreto.