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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Fotografía actual: José Antonio Sandoval Escámez
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
No es necesario ser turista en la ciudad para tomarte una foto en ella: capturar un momento, donde todo lo que te rodea funge como escenario de la vida misma, permite que nazca cierta identidad y también un sentido de pertenencia. Hoy es muy fácil hacerlo, cualquiera puede detenerse a tomarse una “selfie” o solicitarle -si es que te genera confianza- a algún transeúnte para congelar esa postal.
Pero no siempre fue así, hace cien años la fotografía apenas se estaba inmiscuyendo en la vida de los capitalinos y si bien ya aparecía en los diarios, la forma en la que la población se acercaba a esta práctica artística era muy personal y familias enteras visitaban los estudios fotográficos para poder tener un cartón con sus imágenes impresas.
Poco a poco, la fotografía se fue popularizando y los retratos de personalidades o de personas “comunes” dejó de ser en cuartos y salió a la calle. Sergio González Rodríguez escribió en la revista Luna Córnea que alrededor de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, surgieron los fotógrafos de “acera” o de “instantáneas” que iban equipados con una cámara “maltrecha” que trataba de igualar la calidad de las utilizadas por los profesionales.
La característica principal de este personaje, que solía encontrarse en San Juan de Letrán y los alrededores de la Alameda Central, era su invisibilidad en la multitud: lograba escabullirse entre peatones, comercios, puestos y bolsas de quienes se “surtían” de mercancías en las inmediaciones del Centro y encontraba un ángulo perfecto para inmortalizar al transeúnte, sin importar si fuera solo, acompañado o en familia.
Pareja retratada en la Alameda, en ella se puede apreciar la mirada curiosa de la chica y la seriedad del niño del fondo y, en primer plano, a una pareja tomada del brazo. Al parecer, la pareja vivía o trabajaba cerca del Centro ya que logramos encontrarla en un par de fotos y en distintos puntos, pero siempre del brazo. Colección Villasana-Torres.
Su trabajo era admirable ya que a diferencia de hoy, donde casi todos los aparatos electrónicos con cámara tienen funciones para capturas en movimiento, para la segunda mitad del siglo pasado poder hacer una toma de alguien en movimiento y que no saliera “barrido” era un gran logro. Eran profesionales y astutos en su oficio.
Por las noches, los fotógrafos salían un poco de su anonimato ya que tanto los flashes como los cables de corriente para el mismo evidenciaban su presencia: a modo de “paparazzi”, los dueños de las cámaras retrataban a la gente que iba saliendo de cantinas, restaurantes y demás locales de entretenimiento, dándose a notar con la cantaleta de “¡¿Foto, joven?, ¿foto, señorita?!”
Sergio González comentaba que “la fotografía de acera formó parte del nuevo folclor urbano, que surge en la capital cuando los prestigiosos cosmopolitas comienzan a dejar atrás la calle Francisco I. Madero a inicios del Siglo XX (aquella que desde la Colonia hasta el Porfiriato fue conocida como “Plateros”) y se instalan en la nueva avenida de San Juan de Letrán”, un tramo de lo que hoy conocemos como Eje Central.
En el siglo XX, San Juan de Letrán era la avenida que evidenciaba el progreso, era la entrada a la “modernidad” de las calles del Centro. Estaba repleta de puestos de comida, ropa, libros, vestidos y otras “chucherías”, cines, cafés, cantinas, teatros, restaurantes; contaba con una vida intelectual y nocturna muy activa. Por ello, San Juan de Letrán era una avenida que mostraba la vida cotidiana pero también la vida “clandestina” o “secreta” de muchos de los habitantes de la ciudad, quienes la utilizaban para proveerse de alguna droga o para ejercer-contratar a hombres o mujeres que se dedicaban a la prostitución.
Sobre San Juan de Letrán, decenas de parejas o individuos fueron retratados muchas veces en un ángulo que iba de la calle -la acera- hacia arriba, dándoles un toque de magnanimidad. Muchas veces, estas fotografías mostraban a una señorita o a un joven caminando entre la multitud y otras, a parejas tomadas de la mano o sólo caminando y como lo mencionamos anteriormente, a modo de paparazzi estas instantáneas se convertían en pruebas que afirmaban un noviazgo o una infidelidad; sin buscarlo ni quererlo, los fotógrafos de acera se habían convertido en los aliados de gente que sospechaba ser engañados.
Después de capturar una imagen, los fotógrafos -o algún ayudante- se acercaban a sus retratados y les extendían un talón ennumerado, donde venían los datos del local donde se revelaría la toma: todas serían impresas en formato postal y la mayoría eran verticales, lo que las diferenciaba de las también populares “fotografías de agüita”. El precio era de dos pesos por postal y tres por dos como indica claramente la siguiente imagen de 1956 y se dice que una de las sedes donde se imprimía este tipo de fotografías, era frente al desaparecido Edifico Cook, a un costado de la actual librería Juan José Arreola del Fondo de Cultura Económica.
Reverso de una fotografía de acera de 1956. Colección Villasana - Torres.
La esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán, hoy el Eje Central, en la década de los cuarenta. Se aprecian la capilla de San Antonio, que hoy alberga una librería del Fondo de Cultura Económica, y el Edificio Cook, que ya no existe. Antiguamente, ambos predios habían sido parte del convento de San Francisco, y luego del Hotel Jardín. Colección Villasana-Torres.
La postal se convertía así en un souvenir que la persona podría enviar a cualquier parte de la República y porque no, del mundo. En aquella época tanto las cámaras como las sesiones en estudios fotográficos eran relativamente costosas, por lo que una de estas fotografías instantáneas permitían acreditar no sólo que estabas en la ciudad, sino que eras parte de ella. La impresión no era tardada y después de haberlas pagado, el dueño podría ir corriendo - o caminando- al Palacio de Correos para enviarlo directamente, sólo faltaba poner un timbre y la dirección.
Las personas, evidentemente, eran retratadas sin autorización y en una pose totalmente natural, uno podía saber que había sido fotografiado gracias al talón o inspeccionando los rostros de todos los negativos al interior de los estudios, que eran conocidos por lo que la mercadotecnia llama “de voz en voz”. Tanto el o los modelos como el fotógrafo eran desconocidos, su trabajo pocas veces era firmado o membretado por un sello con los datos de quién la había producido.
Las instantáneas - llamadas así por la rapidez con la que eran impresas- congelaban no sólo a la persona, sino también las formas en las que la ciudad cambiaba, es decir, al tenerla como escenografía principal, las fotografías mostraban el uso de la calle, los anuncios, la estética de los comercios… El Centro siempre ha sido y siempre será el corazón de la capital donde se encuentran todo tipo de clases, de gustos y de formas de vida; por ende a través de la instantánea el transeúnte se apoderaba de ese “cachito” de ciudad que lo acompañaba y se lo llevaba a su álbum familiar.
Un par de amigos caminando por Eje Central de los años sesenta, por las bolsas y cajas que cargan, se puede inferir que salieron de comprar zapatos. Colección Villasana - Torres.
Con el paso del tiempo, todo se modificó y esta práctica pasó a extinguirse debido a la popularización de la fotografía y a la baja de precios en los equipos. Se desconocen nombres de los fotógrafos de acera; sin embargo, la importancia de su oficio ha sido registrada por cronistas de la ciudad, como Héctor de Mauleón, quien escribió que sobre el actual Eje Central “ya no está “el espacio por excelencia para el paseante”, ni las prostitutas prófugas del pincel de Orozco, ni los alquiladores de cuentos de La Familia Burrón que hicieron las nostalgias de Vicente Quirarte. Se fueron los consultorios de “enfermedades secretas”, las escuelas comerciales, las academias de belleza y los consultorios de dentistas que decoraban con dentaduras postizas los escaparates de la calle. Desaparecieron también los fotógrafos del peatón: hubo un tiempo en que caminar por San Juan de Letrán era formar parte de una estética metropolitana, volver a casa con un souvenir: la fotografía que daba cuenta de la experiencia urbana. Hubo un tiempo en que caminar por San Juan de Letrán era visitar el Palacio de Bellas Artes, conocer la Torre Latino, dejar cartas en el Correo, comprar ropa, zapatos, antigüedades, herramientas, libros, medicinas. Hubo un tiempo en que caminar por San Juan de Letrán era establecer una relación afectiva con la urbe”.
Ana Enríquez nos compartió el haber encontrado en la caja donde su abuela guarda fotografías de su juventud una donde aparece con una amiga: “me dijo que iban caminando un día por Eje Central y le dieron el talón, al parecer no las “sacó de onda” porque era algo que pasaba en ese entonces, fueron juntas por la foto y la compraron. A mí lo primero que me llamó la atención fue esa parte de “alguien me tomó la foto” porque pensé ¿acaso la conocía, las estaba siguiendo o qué?, claro que es raro para mí, por todo lo que vivimos (hoy) como sociedad”. El oficio estuvo activo aproximadamente treinta años, de los años treinta a los sesenta.
Ana y su amiga Elvira, retratadas inesperadamente en Eje Central a finales de los años cincuenta.
Hace unos días, realizamos un sondeo con compañeros del trabajo y amigos sobre qué pensarían si alguien les tomara una foto y de pronto se acercara a darles una tarjeta con los datos de impresión. La primera respuesta fue silente, pero con una cara que lo decía todo: susto y extrañeza. “¿Por qué tendría que ir con un desconocido a pagar por una foto que me tomó sin que yo quisiera?, ¡qué miedo!, dijo un chico.
También hubo varios que contestaron que les causaría demasiada curiosidad; sin embargo, aceptar ir por la foto era algo que “te exponía” demasiado, porque en nuestra realidad social, tristemente, ya no se puede confiar en alguien con facilidad y mucho menos si se trata de meterse a un edificio de Eje Central sin conocer a alguien.
La avenida que alguna vez planteó la “modernidad” de la urbe y que hoy sigue siendo una de las calles más transitadas de la capital, es también una arteria sumamente insegura. A pesar de todos los esfuerzos del gobierno por “mejorarla” y quitar las decenas de puestos ambulantes, a lo largo y alto de una fila que pareciera interminable de edificios, se distribuyen comercios y puestos ambulantes de todo tipo, que hacen que los peatones sean “blanco fácil” de asaltos, robos o estafas.
La foto principal es Ana y su amiga Elvira retratadas inesperadamente cuando caminaban sobre Eje Central. La toma es de finales de los años cincuenta. Colección Villasana - Torres.
La imagen comparativa antigua es de los años 50, un par de hombres retratados cuando pasaban justo frente al Palacio de Bellas Artes. Colección Villasana - Torres.
Fotografía antigua:
Colección Villasana-Torres.
Fuentes:
Artículo “Los paseantes, la instantánea, el crimen” de Sergio González Rodríguez, Revista Luna Córnea. Artículo “Nostalgia por San Juan de Letrán” de Héctor de Mauleón, EL UNIVERSAL.