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Texto:
Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica.
Uno de los personajes más entrañables en la vida de muchos de los habitantes del país es el maestro, al que de manera cariñosa se le suele llamar “profe”. Su rol siempre ha sido importante para el desarrollo social e intelectual de infantes, adolescentes, jóvenes y adultos. Así, con el paso del tiempo la docencia se ha transformado.
Generaciones enteras pasaron su vida escolar bajo el famoso dicho de “la letra, con sangre entra”, siendo violentadas física o psicológicamente, tanto al interior del aula como en el hogar al momento de realizar actividades escolares. Nos dimos a la tarea de realizar un sondeo por las calles de la colonia Roma, acercándonos a personas de diversas generaciones para preguntarles qué opinaban sobre el dicho:
“A mí en la escuela no me hicieron nada que yo pudiera considerar como violento, pero mi mamá al principio se la pasaba pellizcándome durante las tareas, pero así era antes, quién sabe cómo seré yo con mis hijos y sus tareas en el futuro”, nos dijo un joven.
En contraste, una pareja de 26 años de edad, nos contó que aún les “tocó” que los profesores les lanzaran gises a la cara cuando no prestaban atención o cuando el profesor/profesora se desesperaba porque no lograban hacer los ejercicios rápido: “¡qué puntería tenían los profes, eh!”; asimismo, nos dijeron que para corregirles la postura -y se sentaran “derechitos”- un profesor solía darles un zape.
Personas de más de 30 años, contaron a EL UNIVERSAL que su época sí fue “totalmente diferente a esta”, ya que sí eran sujetos de violencia física y humillaciones por parte de sus profesores.
Entre los castigos más recordados fue el “gis/borrador volador”, cuando les “jalaban las patillas”, causando un fuerte dolor casi inmediato, o los “reglazos” en la punta de los dedos, en caso de que el alumno tomara algún objeto que no era de su propiedad: “sin lugar a dudas era un abuso de poder sobre nosotros, pero estaba permitido, recordó Raúl Laguna.
“En mi caso, sólo tuve una maestra así pero con ella bastó porque se ensañó mucho conmigo… Me da mucho coraje cuando la recuerdo porque nos humillaba bastante, pero también eso ayudó a que yo procurara generar empatía con mis alumnos y tratar de ver más allá del salón de clases”, dijo Raúl.
Maestra proporciona atención a una de sus alumnas de primaria, imagen de los años 60. Archivo EL UNIVERSAL
Actualmente a nivel federal, tanto la Ley General de Educación (1993) como la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (2014) promueven la cultura de la no violencia, en cualquiera de sus manifestaciones.
Para lograrlo, las autoridades de cada entidad federativa deben de generar "estrategias y acciones" para erradicar este tipo de conductas en todos los niveles de las instituciones, capacitar a sus trabajadores y asesorar a los alumnos que estén pasando por este tipo de problemas. En esa misma Ley, los artículos 147 y 148 mencionan que todo aquél que no cumpla con la protección de niños, niñas y adolescentes "serán sujetos a las sanciones administrativas y demás que resulten aplicables, en términos de las disposiciones correspondientes."
La frase “es verdad que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro” se le atribuye a la pedagoga María de Maeztu, transformando el dicho a una filosofía laboral que muchos docentes adoptaron como propia. No es exagerado, ya que aunado a que los profesores asistan por años a licenciaturas en escuelas normalistas - u otras- para poder dar clases en todos los niveles, deben de actualizarse para generar dinámicas que vayan de acuerdo con la época que están viviendo.
Entrevistamos a dos profesoras, una de preescolar y otra de nivel licenciatura, que nos compartieron su visión sobre su profesión y los retos que tiene el sector. La primera de ellas fue Rosi Recio, educadora desde hace más de veinte años; en su adolescencia su mamá la alentaba a cuidar niños en las vacaciones y así ganarse “su dinerito”, por lo que adquirió la habilidad para planear actividades que lograran captar la atención de los infantes.
“Creo que desde esa época tuve claro que a eso me quería dedicar, se me facilitaba y me gustaba muchísimo, entonces estudié para ser educadora”, continuó Rosi. De acuerdo con su experiencia, las formas de impartir clases han cambiado demasiado en los últimos años, ya que a pesar de que trabaja con niños y niñas menores de siete años, se enfrenta a las problemáticas que traen consigo los avances de la tecnología: la enajenación del estudiante con los teléfonos inteligentes, la falta de tolerancia ante el error o la interacción social.
Rosi explicó a El Gran Diario de México que durante la etapa del preescolar, niños y niñas desarrollan diversas capacidades psicosociales a través del juego, de la convivencia y de la experimentación o estímulos sensoriales: “Muchos padres han encontrado en el teléfono un distractor para que lo niños estén tranquilos, pero la verdad es que al tener en los celulares todo lo que al niño o niña le gusta como los juegos, música o videos, podría hacerlos sumamente intolerantes, ya que se acostumbran a que todo es como ellos quieren”.
La educadora nos menciona que el celular es una herramienta que podría ser maravillosa, pero que necesita un poco más de control, ya que el infante es capaz de utilizarla, pero aún no puede comprender la complejidad de todo lo que está en el teléfono.Nos comparte que a diferencia de los niños que hoy tienen entre 25 y 20 años, que aún les “tocó” salir a jugar a la calle y poderle dedicar un poco más de tiempo a su desarrollo social, en los pre-escolares hoy en día es la actividad que más se prioriza, ya que “es muy probable que ni papá ni mamá puedan llevarlo al parque porque se ven en la necesidad de trabajar y dejarlos al cuidado de alguien más o, en su caso, de tenerlos con el celular o la televisión, entonces en varias escuelas se han implementado ludotecas para que puedan convivir, al final como seres sociales tenemos que aprender a hablar con el otro”.
En cuanto a las prácticas de “antes”, Rosi dice que ella jamás haría algo que pudiera lastimar a sus estudiantes y que lo que más le fascina de su trabajo es la forma en la que los infantes ven la vida: “Son sumamente sinceros, si alguno la está pasando mal lo dirá, pero no mezclará eso con otros aspectos de su vida, como quizás sí lo hacemos cuando estamos más grandes… Es decir, procesan las cosas de manera diferente y justo eso es una enseñanza continua para mí, ya que aprendo mucho de su capacidad de asombro, de imaginar, de maravillarse y sobrellevar lo que los rodea”, finalizó.
Una fotografía que capta la magia del momento en que los niños aprenden jugando en un Colegio Montessori, por San Jerónimo en 1973. Cortesía: Bob Schalkwijk.
También entrevistamos a Cristina Luna, coordinadora de una licenciatura y profesora de la Universidad de la Comunicación, quien lleva diez años dedicándose a la docencia: “de entrada cuando eres profesor por vocación y no porque “no hubo de otra”, adquieres una responsabilidad doble, porque no sólo implica mucha conciencia en lo que haces o en lo que sabes -ya que eres experto en un área-, sino también porque te podrías convertir en un “modelo a seguir”. Hay mucha responsabilidad en saber que influyes en la vida de una persona que se está desarrollando como individuo y también como profesionista”.
Considera que sus alumnos le han enseñado un sinfín de cosas, como ser más paciente, comprensiva y amorosa con el entorno: “aprendes de la manera más directa lo que significa la diversidad, te encuentras con una diversidad de pensamiento, de expresiones o gustos y justo eso nos hace ser más respetuosos con el ser humano en general”.
Asimismo, cree que hay muchos retos con los que se enfrenta la educación, entre ellos está hacer una sociedad menos -violenta en el sentido estricto y simbólico de la palabra-, ya que hay muchos alumnos que han sido víctimas del bullying o discriminación por crecer en familias desarticuladas, homoparentales o por sus preferencias sexuales. Cuando se presenta una situación así, es “una tarea enorme” hacer que los alumnos generen empatía con el otro, sin que sientan que los están obligando; porque justo en ésta época el papel del “profesor” ya no es el que impone su forma de pensar o el que nunca se equivoca.
Cristina nos dice que al interior del aula ella se permite ser auténtica: si aparece algún problema habla con sus alumnos de manera personal o grupal invitándolos a pensar el por qué le provocarían un mal a una tercera persona, si a ellos no les causaría gracia pasar por lo mismo.
Claro, hay temas que no pueden quedarse en la plática y que sí generan alguna reacción académica o administrativa en caso de que se vea comprometida la integridad del alumno: escala del aula de clases a la coordinación de la licenciatura y, dependiendo de la gravedad, a los niveles de dirección, psicología o rectoría.
Para Cristina, otro reto que tienen los profesores es cómo hacer que las clases vayan acorde a la mentalidad de las nuevas generaciones “hay un cambio bastante radical de cómo era el pensamiento de los jóvenes cuando empecé a dar clases a cómo es hoy. Hay una preferencia por la inmediatez y lo innovador, por lo que uno tiene que buscar cómo hacer que generen reflexiones al respecto. A veces tenemos que bajarles el ritmo acelerado que traen porque justo esa rapidez, esa digestión automática, no les permite sentarse y reflexionar”. Ambas profesoras mencionaron que las prácticas dentro del aula -como pegarle a los alumnos, hacer tal número de planas, o “castigos” físicos como lagartijas o vueltas al patio- cambiaron porque también se entendió que la educación no sólo está en la escuela, sino también en casa.
Irónicamente varias respuestas del sondeo decían que justo en el momento de hacer la tarea, eran los mismos padres o madres los que ejercían algún tipo de violencia para que la tarea estuviera “bien hecha”, que iban desde pellizcos, “zapes”, manazos o el clásico de arrancar la hoja cuando estaba llena de “manchones”. Sin duda, todos tenemos en el recuerdo a algún profesor o profesora que nos ayudó a sobrellevar un momento difícil, que nos inspiró e invitó a creer en nosotros mismos para llegar a ser los mejores profesionistas y, también, mejores personas.
Entre los más gratos recuerdos escolares se encuentran las salidas y excursiones con todo el grupo, como esta maestra y sus alumnos de primaria en el Castillo de Chapultepec, imagen de 1984. Cortesía Bob Schalkwijk.
Dinámicas dentro del aula escolar, imagen de 1975. Cortesía Bob Schalkwijk.
Fotografía antigua:
Archivo Fotográfico El Universal y Cortesía Bob Schalkwijk.
Fuentes: Rosi Recio. Cristina Luna.