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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Fotografía actual: Carlos Villasana.
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica.
Antes de que existiera el automóvil y cualquier transporte automotor, el tránsito en la ciudad estaba dominado por mulas, burros o caballos. Como cualquier ser vivo al realizar una actividad que conlleve esfuerzo físico, los animales tenían que tener sitios donde pudiesen descansar, comer y beber agua.
Ahora con la onda de calor que azota a la capital , en la que se exhorta a la ciudadanía a instalar improvisados recipientes con agua para perros, gatos y hasta pájaros, es un buen momento para recordar cómo “cargaban combustible” caballos, mulas y burros en el pasado.
Pensar en aquella época nos invita a imaginar una ciudad que, en vez de tener estaciones para cargar gasolina -o cualquiera de sus derivados- , estaba llena de fuentes que permitían el descanso tanto de trabajadores como de animales de carga .
Como es bien sabido, varias especies de animales llegaron a América a través de la Conquista y fue tal su importancia que hoy en día son parte indispensable en la vida de muchos sectores de la sociedad.
De acuerdo con la investigadora Ivonne Mijares Ramírez, los animales más comunes para el trabajo dentro de la capital eran los caballos y las mulas; siendo éstas últimas las más resistentes, refutando así el antiguo refrán mexicano del siglo XIX que dice “el burro para el indio, la mula para el mulato y el caballo para el caballero”.
Los animales en aquella época no eran únicamente sinónimos de transporte , sino también de patrimonio familiar , ya que su venta o renta podía solventar los gastos que se generaban día con día. Para que una familia pudiera poseer alguno de ellos tenía que tener las instalaciones necesarias para la crianza, salvaguarda, alimentación y reproducción de los mismos: debían de tener espacios para caballos y asnos, ya que de la mezcla de la yegua con el asno nacía la mula, mejor cotizada laboralmente que sus progenitores, o el burdégano -o “mulo”-.
En el transporte predominaba el uso del caballo y las mulas ; si bien el primero era “el más ágil y veloz, era también el menos fuerte y resistente, además de que requería de mayores cuidados”, siendo la mula la que por la fortaleza (soportaba de 100 a 200 kg, según el tamaño) antes mencionada aunado a su fácil adaptación a superficies irregulares y a su tolerancia a recorrer largas distancias, era la que más se utilizaba con frecuencia para transportes colectivos o como animal de carga. Narciso Barrera Bassols escribió que “las mulas y burros se convirtieron en los “ferrocarriles” coloniales”.
Otra diferencia entre caballo y mulas era que los primeros tomaban agua en mayores cantidades, por lo que sus propietarios tenían que asegurarse de que por los sitios que estuvieran hubiera fuentes o tomas de agua donde poder hidratarlos y alimentarlos.
Por esta razón, era común encontrarse estos bebederos públicos en los cruceros, cerca de los mercados, próximos a un café, restaurante, en las estaciones del tren, prácticamente por todas partes. El ayuntamiento era el responsable de mantenerlos con agua o, en muchos casos, los propietarios de los comercios cercanos, pues les convenía tener a gusto y sin preocupaciones a sus clientes.
A lo largo de la capital se encontraban bebederos para animales, algunos de ellos se asimilan en su forma a lo que ahora utilizamos como lavabos. Colección Villasana - Torres / Libro "6 Siglos de Historia Gráfica de México".
Así, el texto escrito por Ivonne Mijares deja a la imaginación una ciudad conectada por el andar de caballos, burros y mulas; ataviados con sillas de montar o cualquier mecanismo ingenioso que les permitiera traer consigo mercancía a sus dueños o a quienes alquilaban sus servicios: “a principios del siglo XVII diariamente entraban a la capital del virreinato cerca de 3000 mulas cargadas de bastimentos.”
Este par de animales también eran utilizados para que las autoridades -virreinales, religiosas o independientes- pudieran dotar de servicios a la ciudadanía; por ejemplo, la venta de agua, el correo, la cobra de diezmo en zonas “lejanas” o la limpieza de la capital. Toda institución o casa particular que poseyera a alguno de estos animales, se veía obligada a destinar un espacio para poder “guardarlos”, cumpliendo la función que el patio o “garage” para el automóvil.
Los bebederos y la insalubridad
Para la hidratación de esta fuerza de trabajo, se recurría a las fuentes de agua que gobiernos coloniales , hasta del México Independiente, mandaban a hacer, ya fuera para paseos, plazas públicas, en caminos cercanos a acueductos o en las principales avenidas.
Por décadas, a diferencia de la actualidad, el agua no solía llegar hasta los hogares a través de tuberías, sino que se tenía que ir por ella a las tomas de agua y regresar con ánforas llenas a casa.
Se desconoce qué tan buenos eran los procesos de filtración de ese entonces; sin embargo, publicaciones de la época llegan a mencionar que personas y animales compartían el agua proveniente de fuentes y bebederos que se construyeron específicamente para que se pudiera tomar agua.
A pesar de que la construcción de jardines y plazas públicas estaban pensadas para mejorar la estética de la ciudad, dar un aspecto de prosperidad y poder brindar a los ciudadanos un espacio de recreo -algunos de esos momentos llegaron hasta el siglo XXI gracias a los grabados o por la lente de fotógrafos de viaje - la sociedad tenía costumbres y tradiciones tan arraigadas que, a pesar de todos los esfuerzos, la capital estaba en un estado constante de insalubridad.
Tal y como pasó con los canales, el agua de fuentes y tomas de agua empezó a ser utilizada para decenas de usos más que para los que fue pensada originalmente: la gente lavaba ahí su ropa o artículos, se aseaba, enjuagaba sus alimentos, lo utilizaba como sanitario, además de tirar su basura o desperdicio . Evidentemente, con el paso de los años el agua empezó a contaminarse y en 1797, de acuerdo a Jessica Trejo Moreno, hubo una epidemia de viruela:
“La insalubridad se veía acentuada por algunas costumbres muy arraigadas entre la población, como eran tirar basura, orines o excremento en la calle; vender fruta o alimentos fuera de los lugares asignados; utilizar el agua de las fuentes para lavar ropa, trastes sucios, para bañar a los niños, bebedero de animales , así como esquilar mulas, caballos y otros animales en sitios públicos. Acciones que fueron prohibidas por el virrey a través de un bando en el cual estableció una serie de prohibiciones y obligaciones, cuyo incumplimiento sería sancionado.”
Ya entrado el siglo XX, la capital se fue llenando de tecnología proveniente de otros países - telégrafos, radios, cinematógrafos y por supuesto, automóviles- y el paisaje urbano empezó a cambiar. En las calles se extendían postes de luz, desaparecían acueductos y tomas de agua , se construían colonias con servicios particulares y convivía el transporte automotor con el de tracción animal.
En el Centro Histórico era muy común ver a todo tipo de transporte, animal y de automotores. En esta fotografía observamos un cruce de calles a un costado de la Catedral Metropolitana. En el lado inferior izquierdo, en el piso, se ve un bebedero para animales en forma de tina. Colección Villasana - Torres.
Los problemas de salubridad por la falta de educación ambiental e higiene personal prosiguieron, por lo que se tomó la decisión de entubar ríos, desecar canales y reemplazar paulatinamente a los animales por automotores.
Hoy en día, resulta muy poco común ver animales trabajando en el centro de la capital , como animales de carga por la ley de Protección Animal, y quienes los siguen utilizando como medio de transporte personal, siempre traen consigo contenedores de agua para poder hidratarlos.
Uno de los contados vestigios que quedan de los bebederos de animales se encuentra al interior del Centro Cultural Coyoacanense, la fuente de su jardín fue donada por E. Orrin, empresario que invirtió para la creación de la colonia Roma y para el Jardín del Ferrocarril Nacional a inicios del siglo XX.
Este bebedero y fuente se encontraba originalmente muy cerca de la estación de tren Colonia , donde hoy vemos el Monumento a la Madre , de donde fue retirado y al final se encuentra aún muy completa a pesar del tiempo. En ella se puede observar una placa que refiere fue donada por el empresario E.Orrin.
Su estructura resulta interesante ya que tiene dos niveles de “piletas”, uno en el que probablemente se aseaban o bebían los humanos y uno a la altura de los pies, donde seguramente bebían agua sus animales.
La fuente donada por Orrin, de más de 100 años, luce un poco descuidada; sin embargo, sigue siendo funcional. Crédito: Colección Villasana-Torres.
A pesar de que aquellos días resultan muy lejanos, algunas calles o callejones de la ciudad nos invitan a imaginar una ciudad en la que predominaba, en vez del sonido del claxon, aviones o automotores, el galope de caballos o mulas sobre la terracería o una calle empedrada.
Nuestra imagen principal es un bebedero de bestias en la calle, no se especifica cual, a principios del siglo XX. Colección Villasana-Torres.
La fotografía comparativa antigua es la fuente que donó el Circo Orrín a la capital, imagen del año 1905, actualmente se encuentra en el Centro Cultural Coyoacanense. Colección Villasana-Torres.
Fotografía antigua:
Colección Villasana - Torres / Libro "6 Siglos de Historia Gráfica de México".
Fuentes:
“La mula en la vida cotidiana del siglo XVI” Ivonne Mijares Ramírez Instituto de Investigaciones Históricas - UNAM. “Usos y medios de divulgación de la fotografía en el Porfiriato: el caso de los parques y jardines urbanos.” del Instituto de Investigaciones Bibliográficas - UNAM y “La modernización de paseos y jardines públicos en la Ciudad de México durante el Porfiriato” del Latin American Studies Association de Ramona Pérez Bertury.