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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica.
En una época como la nuestra, donde todos parecemos acostumbrados a la inmediatez que nos ha brindado el avance tecnológico, enviar escritos o imágenes vía correo postal parece algo innecesario. Sin embargo, la cartofilia -el arte de coleccionar postales-, es una ventana a una época en la que para conocer algo teníamos que esperar meses.
La tarjeta postal nació en 1869 en Austria con la intención de ser un medio de comunicación barato, que pudiera transmitir mensajes breves. Tanto su tamaño como el material con el que estaban hechas permitía que su transportación fuera un poco más rápida, lo que las llevaba a tener un costo menor al envío de cartas. Como era de esperarse, al ser un producto útil y barato, su uso se popularizó casi de inmediato.
En palabras de Francisco Montellano, especialista en la cartofilia, “con la popularización de la fotografía en el siglo XIX las dimensiones teóricas del mundo se redujeron y el conocimiento de lugares remotos se volvió accesible y cercano. Con ello, también surgió la necesidad de comunicar esta nueva realidad por medio de un vehículo eficiente - lo práctico es un valor estimado desde entonces- y, en todo lo posible, adaptado para una sociedad muy diversa demandante de información. El correo y, a través de él, las tarjetas postales, resultó uno de los mejores transmisores de tan importante reclamo”.
Trece años después, en 1882, se editó la primera postal en nuestro país, pero fue hasta 1883 que el Palacio Postal permitió que se publicaran tarjetas postales de manera privada, con la única condición de que el particular pagara los “derechos de envío” - por llamarlo de alguna manera- que se corroboraba mediante la colocación de un timbre en la postal.
Los primeros años del siglo XX son considerados la “época dorada” de la postal (en el caso concreto de nuestro país, de 1900 a 1914), ya que se utilizaba para cualquier tipo de ocasión y se proliferó el coleccionismo de postales. Las más comunes eran las “turísticas”, es decir, aquellas que congelaban vistas de edificios, paisajes, sitios arqueológicos, iglesias, usos y costumbres, formas de vida -como lo era el mercado, oficios, transportes-, parques o sitios emblemáticos de algún lugar; viajeros nacionales e internacionales compartían con sus seres queridos una pequeña síntesis del viaje que estaban viviendo o externaban lo mucho que los echaban de menos estando lejos.
En el Centro Histórico de la capital había tiendas especializadas en la producción-venta de postales y algunas de ellas se aliaron con diversos medios de comunicación para poder promoverse. Las más famosas eran la “Sonora News Company”, “Iturbide Curios Store”, “W.G. Walz Company” o la “Casa Miret”, que destacaba por importar y realizar, postales artísticas para sus clientes -por el material con el que estaban hechas, además de la calidad de la impresión y de los autores de dichas fotografías- y a la vez, porque distribuía postales con textos de diversos poetas, siendo los de Manuel Acuña los más recordados.
En esta postal se puede leer “Amor. ¿Preguntas qué es amor? Es un abismo, mal y bien, esperanza y desaliento. Antídoto y veneno a un tiempo mismo. Odio y pasión, deleite y sufrimiento”, el poema está firmado por un autor de apellido Campoamor. Colección Sandra Ortega.
La importancia de la tarjeta postal era tal, que hubo exposiciones -algunas en beneficencia a casas hogar- sobre ellas en las salas de la antigua Escuela Nacional de Bellas Artes, a lado de pinturas y “autógrafos de gente notable”. Francisco Montellano ubicó, dentro de “El Mundo Ilustrado” de febrero de 1905, una reseña del cronista Luis G. Urbina después de haber asistido a una de las exposiciones:
“La Caridad le pidió al Arte una limosna y el Arte, que es noble y generoso y sentimental, dio a manos llenas. La exposición de pintura y tarjetas postales, abierta en los salones de nuestra Academia, es el arca de las dádivas. La exposición resulta interesante para el soñador, para el artista y para el curioso. Hay en ella mucho qué ver y algo en qué pensar: desde la primorosa esculturilla - filigrana de estatuaria- de Benlliure: “La estocada de la tarde” hasta las minuciosidades microscópicas de las tarjetas; autógrafos de magnates, frases líricas de compositores, patas de mosca de comediantes célebres, rasgueos y lapizadas de ilustradores…Puedes divertirte, tú, quienquiera que seas; soñador artista o curioso. Son dádivas que el Arte ha hecho a la Caridad; es también pan de belleza.”
Como lo mencionamos anteriormente, la tarjeta postal “turística” era la más popular ya que además de ser una ventana en la que los seres cercanos a los viajeros, pudieran conocer un poco de “otra parte del mundo”, también facilitaban -como hoy en día- que los foráneos a un sitio supieran cómo era, qué había, prácticamente con qué se podrían enfrentar al momento de su llegada. Los fotógrafos más reconocidos por su trabajo en las postales de este tipo fueron Percy S. Cox, C.B. Waite, H. Ravell, Hugo Brehme, Edward Weston y quizás, gracias a su trabajo, diversas generaciones hemos logrado conocer aspectos que nos parecían inimaginables sobre la Ciudad de México.
La época de oro de la tarjeta postal en México inició con la llegada de la fotografía en la postal y culminó con la llegada de la Revolución Mexicana. A diferencia de otros países, las tarjetas postales antiguas de México son compradas por coleccionistas alrededor del mundo. Colección Villasana - Torres.
La fotografía, además de mostrar de manera literal cómo era un sitio, también contribuyó a que los mexicanos reconocieran aquellas “cosas” o “símbolos” que lo hacían único en el mundo, pero también facilitaron a que se establecieran ciertos estereotipos sobre nuestra identidad. La mayoría de los artistas dedicados a esta práctica provenían de diferentes países y quedaban maravillados con todo aquello que no conocían, por ello se volcaban a retratar los canales, la vestimenta, la comida, los personajes, los tianguis, la arquitectura y demás.
Esta fascinación por parte del “extranjero” ayudó a que nuestro país se volviera clave para la experimentación artística no sólo en la plástica, sino también en la fotografía y el cine de los años veinte y treinta del siglo pasado. En la revista especializada en fotografía “Luna Córnea”, se puede leer que “las miradas foráneas de Hugo Brehme, Edward Weston, Tina Modotti, Anita Brenner, Paul Strand o Sergei Eisenstein, influyeron en la definición de la mexicanidad que Gabriel Figuero y otros productores de imágenes asumieron como legado.”
Las postales nos regalan algo que va más allá de lo lindas que estén; muchas veces nos permiten conocer cómo inició la historia de nuestra familia, a través de una fotografía y las letras de amor, desespero o emoción que nuestros seres queridos o amigos imprimieron.
Un romance al reverso de la postal
Sandra Ortega, investigadora y coleccionista de postales compartió a EL UNIVERSAL que hace unos meses encontró, tras la muerte de su abuela, un álbum de postales perteneciente a su bisabuelo Fernando Mejía, un ingeniero que trabajó por muchos años en la construcción de caminos y puertos a inicios del siglo pasado.
En dicho álbum pudo encontrar fotografías y postales de él, de su esposa Carmen -bisabuela de Sandra-, de lugares, usos y costumbres pero sobre todo, de mujeres: amigas, familiares y modelos que por alguna razón mandaban las postales a su abuelo con saludos o recuerdos. Nos comenta que en su mayoría las postales son de producción alemana o francesa, pero también están las que fueron producidas aquí.
Portada del álbum de tarjetas postales que Sandra encontró, la decoración es totalmente art nouveau. Colección Sandra Ortega.
“Algunas de las postales de modelos están decoradas con diamantina y otras tienen aplicaciones a la foto de la modelo. Considero que algunas son como la señorita que iba al estudio, se tomaba su foto y le entregaban una serie de impresiones en postales para que ella las pudiera ocupar”, dijo Sandra. Colección Sandra Ortega.
“La verdad me impresionó la cantidad de postales de chicas que tenía. No sé si mi abuelo era un rompecorazones -y tenía muchas enamoradas- pero lo que sí pude notar es que a pesar de todo, él sólo le escribía con desesperación a mi abuela. Literalmente estas postales son las cartas de amor de su historia. Él le escribe que no sabe de ella, que espera tener noticias suyas y todo en un lenguaje de “usted” y formas de mucho respeto pero que a la vez la piensa y la extraña”, nos compartió Sandra emocionada.
Interior del álbum del bisabuelo Fernando Mejía. Colección Sandra Ortega.
Por las direcciones pudo deducir que sus abuelos se conocieron en Las Peñas, Jalisco (hoy Puerto Vallarta) durante algún viaje de vacaciones que su bisabuela Carmen realizó. En el remitente de él hacia ella se podía leer “Señorita Carmen, San Gabriel, Jalisco” lo que hizo pensar a Sandra que su bisabuela vivía en un poblado tan pequeño, que el sólo nombre bastaba para que en la oficina postal supieran a quién iba dirigida. Por otro lado, la dirección que la familia y amigas del bisabuelo utilizaban para localizarlo era bastante simple: ““Inditas No. 4, México, Distrito Federal”. Así, sin colonia ni código postal.
La emoción embarga a Sandra al momento de platicar sobre los detalles que tenía la correspondencia, lo hermoso de la manuscrita, el minucioso coloreado de las postales -antes de la fotografía a color- o el decorado de los álbumes que servían para coleccionarlas. Sin embargo, considera que la postal como objeto y como vehículo para enviar mensajes, saludos, noticias, decir “estuve aquí” ha desaparecido.
Ya sea escritas con letra manuscrita o a máquina, las postales encierran su propio encanto, aquí ejemplos de ellas de los años 20 y 30.
“La postal te daba cierto sentido de temporalidad. Recuerdo que cuando era niña mi mamá se fue a un viaje largo a Europa y me llegaron tres o cuatro postales de las ciudades en las que iba estando y era como muy emocionante ver las imágenes y decir “aquí estuvo mi mamá”, leer sus historias al reverso que iniciaban con un “Mi’jita querida”... Era una emoción muy peculiar la de estar esperando a que algo llegara y quién sabe cuándo y en qué momento”, menciona.
Los bisabuelos Carmen y Fernando. Colección Sandra Ortega.
Hoy, la realidad es muy distinta ya que estamos devorando información todo el día. La tecnología ha puesto a nuestro alcance el poder ver qué hacen nuestros conocidos o seres queridos todo el día: “vemos postales 24/7”. Entramos a las redes sociales y vemos lo que están haciendo nuestros amigos en otros países en vivo, ya sea por una foto o un video, “recientemente una amiga de mi hija se fue a vivir a Mérida y ella le escribió una carta, ya no le alcanzó el tiempo para dársela y ella me decía que le tomara una foto y se la enviara a la mamá de su amiga. Yo le dije que no y que fuéramos al correo a enviársela. Fue toda una experiencia que para una niña de 12 años es completamente desconocida”.
Al preguntarle cómo percibía este cambio, Sandra dijo que le parecía que las postales quedan hoy como un souvenir, pero también como el testimonio de toda una época. Un cartoncito que te da una idea de cómo pudo haber sido un lugar hace cien años, cincuenta años y también, conocer cómo se comunicaba la gente, no sólo en el sentido de “cómo viajaban”, sino en el sentido emocional: el cómo se hablaban dos personas que estaban lejos y cómo estaban seguros de que sus sentimientos persistirán aún con el tiempo.
Ejemplo de postal actual del Estadio Azteca basada en una composición fotográfica del coloso de Santa Úrsula en distintas épocas.
No es osado afirmar que hoy somos una sociedad adicta a “ver” cosas, capturamos qué comemos, dónde estamos, qué nos gusta y mil cosas más. Cada uno de estos registros nos va permitiendo expresar ciertas partes de nuestra personalidad. Por eso, desde aquí los invitamos a revisar -con permiso- el cajón del abuelo o la abuela y conocer cómo nació la historia que nos dio vida, tarjetitas postales que son parte de nosotros, de nuestra familia.
Postales antiguas:
Colección Villasana - Torres. Colección Sandra Ortega.
Fuentes:
Entrevista a la coleccionista Sandra Ortega. Libro “Recuerdo de México: la tarjeta postal 1882-1930” de Isabel Fernández Tejedo, BANOBRAS. Artículo “Los editores de tarjetas postales: Una empresa de ingenio y audacia” de Francisco Montellano. Revista “Luna Córnea”.