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La gran pregunta que se hace cualquier persona en este país es cómo y cuándo se terminará la corrupción. Se dice que se acabará cuando se transforme la clase política; cuando se les pague mejor a los policías; o, como lo cree el presidente Enrique Peña Nieto, que la corrupción es un problema cultural y un “flagelo de la convivencia social”. Claro, con el pequeño detalle de que esta última ocurrencia no propone ninguna solución, sólo lo hace parecer algo común.
Los científicos sociales llevan más de cuatro décadas investigando el comportamiento humano y su propensión a cometer actos de corrupción. Se imaginarán que los hallazgos son muchos. Hay estudios que indican que el comportamiento corrupto no necesariamente surge de un proceso gradual, sino que puede ser el resultado de que una persona decida aprovecharse de una situación única. Este hallazgo ilustra que los funcionarios y personas cometen actos de corrupción por cuestiones contextuales (más que culturales), y que para disminuir la corrupción es necesario eliminar aquellos factores de riesgo, una vez que se identifiquen.
En México, Raymundo Campos confirmó en un experimento social que los individuos y funcionarios con alto nivel de monitoreo de sus pares se comprometían menos en actos de corrupción. También, que las sanciones juegan un papel fundamental en el combate a la corrupción, pero pueden tener un efecto no esperado. Este conocimiento nos serviría para diseñar mejores incentivos para cumplir la ley y represalias más audaces para combatir la corrupción.
Otros estudios han probado que las personas que tienen un alto nivel de creencia en la justicia y en un “mundo mejor” tienden a tener una menor intención de cometer actos de corrupción. Este descubrimiento científico fortalece la idea de que la impunidad debilita la esperanza en la justicia y acelera la descomposición moral de una sociedad. Y podríamos extendernos diciendo que los personajes corruptos se sienten “los intocables”, porque ellos mismos no creen en la justicia. Este insumo nos ayudaría a priorizar el fortalecimiento de los poderes judiciales y los procedimientos de investigación judicial. ¡Exacto! De ahí que cuando en México se quiere nombrar “a modo” al fiscal general (hoy procurador general de la República) y los fiscales anticorrupción (federal y estatales), se incrementarán los actos de corrupción y sus escalas.
Y mire usted: diversos estudios empíricos (o sea, fundados en la experiencia) demuestran que la percepción de corrupción puede cambiarse con conocimientos previos y creencias en la justicia. Si queremos que en México cambie la percepción social de la corrupción, lo primero es que la justicia funcione a los ojos de los ciudadanos. La corrupción no es un “problema cultural”; es un problema educativo de la población (porque no tiene conocimientos) y un problema de aplicación de la justicia (porque la impunidad es apabullante y los fiscales son omisos).
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha considerado a la corrupción uno de los grandes problemas nacionales. Este año se creó el Observatorio de Anticorrupción e Impunidad, un proyecto del Instituto de Investigaciones Jurídicas. El OAI UNAM produce herramientas de análisis que contribuyen a definir la corrupción, estudiarla e identificar los problemas en el comportamiento individual, el desempeño institucional y sus impactos. Precisamente los estudios mencionados en este artículo los puede encontrar en nuestro sitio https://anticorrupcion.juridicas.unam.mx/.
Años de ciencia han pasado por encima del argumento cultural de la corrupción. Ahora es posible entender y anticipar corrupción. ¿Por qué seguir pensando la corrupción como se pensaba en el pasado y sin herramientas empíricas y estadísticas para combatirla? ¿Quiénes se benefician de que la sociedad mexicana siga sin entender la corrupción, ignorando los avances científicos y desconociendo sus causas y soluciones?
Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas - UNAM