En ruta a la sucesión presidencial, el primero en dar un manotazo en el tablero fue el presidente Peña Nieto cuando ganó la elección para gobernador en el Estado de México. El PRI salió de terapia intensiva para gritar que sería jugador en el 2018.

El segundo manotazo lo dio Ricardo Anaya cuando logró presentar el Frente Ciudadano por México, de la mano de Alejandra Barrales y Dante Delgado.

El tercero corrió a cargo de Margarita Zavala. Su renuncia al PAN vino de nuevo a reacomodar las fichas del juego político.

Tengo la impresión de que Ricardo Anaya nunca creyó que Margarita fuera capaz de salirse del partido. No era el único. Apenas hace unos días, algunos de los más cercanos a ella dudaban que fuera capaz de dar el paso: su panismo de hueso azul parecía condenarla a resistir lo que acusaba como un embate ventajista del dirigente nacional.

Margarita había perdido el rumbo y el foco, pero seguía siendo la panista mejor posicionada. Anaya había demostrado que tenía el control del partido, pero no la alcanzaba en las encuestas. Por estos tropiezos, ella no lucía como una candidata en ruta a la victoria. Y él se mostró como el que iba a quedarse con la candidatura al costo que fuera. Estiraron la liga por meses. Hasta que se reventó.

De entrada (remarco el “de entrada” porque son posiciones de arranque de una larga contienda), la separación no favorece a ninguno. Si bien Margarita Zavala recupera el discurso y la iniciativa, su posición electoral sin la estructura del PAN luce todavía más complicada. Anaya, que traía la inercia favorable del Frente y había sorteado muchas acusaciones en su contra, se estrella contra una fractura que cuestiona su legitimidad y muestra políticamente vulnerable al Frente que seguramente algo perderá en las encuestas.

La salida de Margarita no va a romper al Frente porque ella no formaba parte de él y ninguno de sus integrantes se quiere salir: las cabezas seguirán interesadas en fusionarse, buena parte de los grupos partidistas también y lo de Zavala es un movimiento nacional cuando a nivel estatal la cohesión PAN-PRD-MC es estratégica para muchos gobernadores y aspirantes a serlo.

No rompe, pues, el Frente, pero sí debilita el juego de Anaya fuera y dentro de la coalición. Hacia afuera, porque el PAN se divide y habrá que ver cuál es el costo en votos. Y hacia dentro por dos motivos: primero, porque otros panistas que aspiran a la candidatura presidencial querrán presentarse como la “tercera vía” que pueda juntar a los dos polos quebrados; y segundo, porque un PAN menos fuerte permite al PRD y a Movimiento Ciudadano cobrarle más posiciones.

Y sí, la obvia: un rival dividido es música para los oídos de López Obrador y del PRI (con cualquier aspirante, pero sobre todo si el presidente Peña termina escogiendo a José Antonio Meade, cuya cercanía con el calderonismo puede ser un imán para este grupo de cepa azul en caso de que la candidatura de Margarita no levante).

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