Si de algo ha servido la polémica generada por el actor, Sean Penn, y su famosa entrevista exclusiva con Joaquín “El Chapo” Guzmán, es que por primera vez un impostor del oficio ha llegado para establecer de forma precisa esa frontera que se ha creado entre el viejo oficio del periodismo y la industria del entretenimiento.

Su mal ejemplo ha permitido establecer una línea roja entre quienes no son periodistas y quienes se siguen esforzando por practicar todos los días uno de los oficios más nobles y sacrificados.

Lo increíble del caso es que, durante la defensa de su entrevista a “El Chapo”, bajo el argumento de que su interés era propiciar el inicio de un dialogo sobre la guerra fallida contra las drogas, ha conseguido que el resto de quienes comulgan con sus mismas ideas —entre ellos, algunos “líderes de opinión” en México—, sigan insistiendo en defenderlo apasionadamente.

Sin darse cuenta, los impostores han quedado en evidencia, desnudados en su condición de mercaderes de la información que se venden al mejor postor, o que creen que el oficio del periodismo es la mejor forma de ganar éxito, fama y riqueza.

Si, ya sé. Llegados a este punto, algunos pensarán que mi línea de argumentación representa la defensa de quienes representamos la vieja guardia del periodismo. En mi caso, no me importa ser etiquetado como parte de ese sector de periodistas que consideramos que el bienestar de la sociedad y la verdad; la información clara, exacta e imparcial son y seguirán siendo los pilares de esta profesión.

El problema, si se me permite, no es de naturaleza meramente conceptual donde quepa la posibilidad de un debate de altura sobre lo que han sido o sobre lo que tendrían que ser las nuevas fronteras del periodismo.

Para ello, ya existen más que suficientes expertos que han surgido no sólo del mundo periodismo para reconocer que, el futuro de este oficio es, al menos por el momento, de naturaleza incierta.

Me estoy refiriendo, por supuesto, al modelo de negocios, pero no a la labor artesanal de informar que no ha cambiado de forma sustancial.

El viejo oficio de separar el grano de la paja, sin dejarse corromper, ni traicionar la verdad y la confianza pública, sigue estando más vigente que nunca.

Y por eso mismo, resulta sorprendente que un periodista sea incapaz de separar el grano de la paja en el caso del líder del cartel de Sinaloa. Particularmente en el caso de México, donde el hábito de torcer la ley, corromper instituciones y desdeñar el ejercicio del periodismo independiente ha terminado por desdibujar las fronteras de lo éticamente correcto.

Por eso mismo, que Sean Penn llegue en momentos en que este oficio divaga y da tumbos en medio de la corrosión social en México, o del desconcierto que ha traído la difícil convivencia entre el mundo del papel y el universo de lo digital, para actuar como el oportunista que es, no le convierte en el “agente del cambio” que él asegura ser mientras declara que lo que él practica es “periodismo vivencial”. Todo un insulto para periodistas que se han dejado la piel mientras cubren matanzas y genocidios. O que han visto en directo la forma en que una invasión o un golpe militar marcan el inicio de una masacre o de una guerra civil que sepulta las esperanzas de democracias endebles.

O que han terminado en la misma fosa común que denunciaron para dejar en evidencia a los crímenes de los capos de la droga. Si, esos que luego terminan consagrados como leyendas en los corridos o en las pantallas de cine, por cortesía de personajes como Sean Penn, un actor que ha llegado de la mano de un personaje tan siniestro como Joaquín “El Chapo” Guzmán para poner en práctica su teoría del “periodismo vivencial”, mientras deja en evidencia a esos impostores que siguen sin entender el valor fundamental de un oficio que siempre deberá estar al servicio del bien común, pero nunca al servicio de la mentira o en beneficio de egos insuflados que comparten la misma avidez por la fama y el dinero, sin importar el dolor de esas miles de víctimas colaterales que han servido de abono para alimentar una leyenda negra como la del líder del cartel de Sinaloa.

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