No me gustaría comenzar a discutir Okja (2017) de la misma forma en que otros lo están haciendo y seguramente lo seguirán haciendo: a partir de la controversia —por no llamarle altercado— que provocó en el pasado Festival de Cannes. Pero, como lo muestra la propia película, la vida no es lo que uno quiere, y al menos intento evitar el lugar común con esta breve pataleta. Terminada. Ya es célebre y acaso histórica la función de Okja en Cannes donde hubo un error de proyección, aplausos, abucheos, pleitos y teorías de la conspiración. De por sí ya se cuidaban las palabras al hablar de la última película de Bong Joon-Ho porque se trataba de una producción de Netflix que no se estrenaría en salas de cine y representaba la amenaza que, según los apocalípticos, acabará con el cine: la retransmisión, o streaming. La controvertida proyección y el anuncio de que el festival de cine más importante del mundo no recibiría en sus secciones oficiales más películas que no tuvieran previsto un estreno en salas de cine la convirtieron en el símbolo de una ruptura y un nuevo episodio en la historia de la distribución cinematográfica. Pero el rol histórico nunca lo es todo, como lo demuestran El cantante de jazz (The Jazz Singer, 1927) y Avatar (2009).

, otra película de Netflix que —se suponía— sería histórica. En aquella ocasión lamenté la mediana calidad de una cinta que debió haber desafiado los prejuicios sobre la distribución en línea con su forma o sus temas. No lo hizo. Pero el estreno de Okja es un acontecimiento genuino. Antes Bong era ya uno de los más importantes hacedores de cine de género, con al menos dos obras fascinantes en su filmografía: Crónica de un asesino en serie (Salinui chueok, 2003) y. En esta última el director surcoreano afinó el tono satírico que, pienso, saboteó El huésped (Gwoemul, 2006), y creó una visión de un mundo más conciso pero tan cruel como el nuestro. Okja mejora esa caricatura agridulce y le ha dado a Netflix, al fin, un estandarte.

He leído a colegas y amigos comparar a Okja con E.T., el extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982), de Steven Spielberg, pero no estoy muy de acuerdo. En E.T. la criatura es una metáfora de su contraparte humana; no por nada Elliott y E.T. empiezan y terminan con las mismas letras. E.T. representa las fantasías del solitario Elliott —y del pequeño Steven— y su encuentro significa la maduración de un niño gracias a la fantasía, antes de despedirse inevitablemente de ella. En Okja, la protagonista, Mija (Ahn Seo-Hyun), pasa más tiempo intentando rescatar a su mejor amiga en el mundo, una enorme cerda genéticamente alterada llamada Okja, que interactuando con ella. En la primera aparición de ambas Bong nos muestra la relación no de mascota y ama sino de pares de distintas especies con diferentes capacidades, pero pares al fin. Antes de eso, en una parodia de las presentaciones de Steve Jobs, Lucy Mirando (Tilda Swinton) explica los planes de su compañía para corregir las atrocidades de su psicopático padre. No lo dice claramente pero, en vez de sacrificar trabajadores, su compañía ahora sacrificará cerdos como Okja. Diez años después, Mija no lo sabe pero la gente de Mirando se llevará a su amiga para convertirla en deliciosas salchichas.

Bong nunca nos promete la realidad, al contrario, la histriónica presencia de Lucy, del abuelo de Mija (Byun Hee-bong) y de Johnny Wilcox (Jake Gyllenhaal), una parodia del cazador de cocodrilos Steve Irwin, nos dice mucho del tono y los temas de la película. Mija, la niña, es el personaje más creíble en una intemperie de espejismos que las usan a ella y a Okja para su beneficio económico o ideológico. Esto, claro, hasta que Mija va tras de Okja a Seúl y comienza a demostrar unas notables habilidades de doble hollywoodense. En un mundo de caricaturas ella no podía distinguirse más que por su nobleza, a la que después se sumarán también Jay (Paul Dano) y sus camaradas del Frente de Liberación Animal.

Uno de los aspectos más relevantes de la película es su inacabable destreza para burlarse de todos los estereotipos que aparecen en ella. En su intento por adquirir altura moral, Lucy y su equipo terminan siendo tan ridículos como los activistas. Unos son capaces de exigir con desesperación lealtad a una compañía que sólo da prestaciones de ley mientras que los otros, con sus tácticas enfáticamente no-violentas, representan la definición de ‘chairo’ . Quisiera dar más ejemplos pero probablemente arruinarían los simbólicos gags. Por supuesto que la perspectiva busca defender los derechos de los animales pero Bong no es ciego a las manipulaciones y la santurronería de nuestro tiempo. El fin, parece decirnos Okja, jamás justifica los medios. Es un lugar común, claro, pero raras veces ha sido expresado de manera tan original como en esta película.

Hay otro elemento que me parece destacable en Okja, además de su sentido del humor: la forma en que humaniza a sus personajes no-humanos. En vez de hacer hablar a Okja o de darle rasgos antropomórficos —su cuerpo es la cruza de un cerdo y un hipopótamo, con los expresivos ojos de un elefante—, Bong enfatiza el amor de Mija y de los activistas por ella, particularmente en una escena que representa, por primera vez en mi experiencia como espectador, la idea de que un animal puede ser violado. En otro punto de la cinta Bong se acerca a Spielberg pero no, como ya lo había explicado, al de E.T., sino al de La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993). Un matadero que custodia centenas de cerdos mutantes se asemeja en su construcción y su iluminación a los campos de concentración de la Alemania nazi. Los animales, es muy claro para Bong, no son personas, pero al igual que ellas merecen la dignidad que sólo la consciencia humana, en este caso la de una niña, puede otorgar a otros. Trascendiendo su propia sátira, Bong se encuentra con la oscuridad de la presencia humana en el mundo pero dentro de esa sombra el director logra resaltar un agitado grano del sol.

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