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No recuerdo la cita exacta, pero hace más de un año, en el Festival Internacional de Cine UNAM, un miembro de la audiencia que acababa de ver John From (2015) le preguntó al director João Nicolau por qué había elegido el tema de la película. Nicolau dijo que había buscado un tema importante, y qué podía ser más importante que el corazón de una muchacha. Hubo quienes difirieron. En Siria la gente se estaba matando —lo siguen haciendo—, y para colmo no sólo ahí se mataba —se mata— la gente. En ese momento la acusación implícita de banalidad me pareció desproporcionada y no ha dejado de parecérmelo. Por supuesto que vivimos en un mundo horrible y algo hay que hacer para arreglarlo, pero también vivimos en un mundo hermoso. Una mitad no opaca la otra: la completa. Dudo que exista lo más importante en el mundo, más allá de lo que uno piense que lo es. Para Nicolau eso tan importante es la ilusión amorosa de una niña que comienza a parecer mujer, y su película al respecto, John From, captura esa experiencia con la ingenuidad de su propia protagonista y nos da un retrato encantador y encantado de un amor improbable.
La película comienza mostrándonos uno de los pasatiempos favoritos de Rita (Julia Palha), una muchacha portuguesa de 15 años: sentarse a tomar el sol en su balcón levemente inundado. La imagen, sensual, coqueta, nos muestra a Rita comportándose soberbia y consciente de su belleza como las modelos de los comerciales. Sin embargo la escena no pierde la ingenuidad del juego. Después de todo, Rita es una niña fingiendo ser mujer. El resto de su historia llevará el mismo tono hasta el punto en que el mundo será absorbido por la imaginación de Rita y sus coloridas fantasías relevarán la frustración de la realidad. John From es, ante todo, una fantasía adolescente.
En una de las primeras escenas, Rita está casi desnuda en su cuarto con un muchacho. “Ya no quiero”, le dice. ¿Es su primera experiencia sexual la que cancela? Nunca estamos seguros pero más adelante en la trama, Sara (Clara Riedenstein), la mejor amiga de Rita, le dice que suena “como una virgencita”. Quizá se deba a que lo es. Para Rita el sexo es un sueño ligado al romance. No puede sólo hacerlo por deporte o aprobación social. Y como la niña que es aún, para su primer gran amor Rita escoge a Filipe (Filipe Vargas), una figura paternal. La entrada del personaje nos lo describe así. Rita y Sara se encuentran con Filipe y su pequeña hija cuando vienen de pasear. Filipe inmediatamente da la impresión de ser un hombre gentil, incluso tierno. Aunque no presta mucha atención a las muchachas, Rita se enamora inmediatamente y se lo “pide” a Sara como los niños piden el asiento delantero en el coche. Pero Nicolau no es un hombre sórdido. Su película no se trata de un romance prohibido. Al contrario, el conflicto de Rita es cómo llamar la atención de un hombre maduro que la ignora.
Julia Palha tiene una belleza adolescente perfecta para el papel. Sus rasgos son atractivos, con su cabello largo y castaño, ojos verdes y labios como flores de carne tierna, pero las incómodas desproporciones de la adolescencia nos impiden ver una mujer. Los close-ups de Nicolau nos recuerdan esto a menudo; el carácter caprichoso de Rita lo comprueba. Cuando ella descubre que Filipe es un fotógrafo que está presentando una exhibición sobre Melanesia en el centro comunitario, Rita decide averiguar todo lo posible sobre la región para resultarle interesante a él. Una tarde se aplica un maquillaje derivado de varios estilos melanesios y le explica a su madre que durante la Segunda Guerra Mundial los nativos, sorprendidos por los aviones de los estadounidenses, los consideraban dioses llamados John From, quizá porque alguno se identificó como John from America. Rita es la adoradora de su dios Filipe. Sus intentos por llamar la atención llegan en un punto al vandalismo pero no son como los serios crímenes de Glenn Close en Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987). Nicolau está interesado en el contraste entre una realidad quieta, y las pequeñas aventuras, en la realidad o en la fantasía, que la convierten en los sueños descritos en incontables canciones de amor.
Todo esto está representado en el guión, por supuesto, pero el estilo cinematográfico lo comunica de manera definitiva en sus postales de la vida de Rita. Las imágenes no poseen una iluminación dramática o composiciones asombrosas, pero en su coloración romántica, que captura las tonalidades del verano portugués, nos describen un mundo de placeres diminutos como mojarse los pies en agua. En otras ocasiones, Nicolau ubica a Rita bajo las sombras para darle una exageración cómica a su resaca y su infinita miseria por no poder atraer a Filipe.
Pero los mejores momentos de la película son los que ocurren dentro de su protagonista. En varias secuencias de fantasía, Nicolau usa efectos básicos para representar una imaginación esencialmente infantil. En medio de una niebla misteriosa, un auto se mueve solo y en un extraño ritual, un grupo de mujeres hermosas consiente a Filipe en una alberca para niños con un escenario de cartón en el fondo. Conforme la realidad cede a las ensoñaciones de Rita, los efectos especiales comienzan a denotar cada vez más las costuras de la película hasta que parece el producto de un cineasta amateur. Esta artificialidad liga a Nicolau con Federico Fellini, que quería resaltar lo caricaturesca que era su visión del mundo, o incluso de Rainer Werner Fassbinder, que buscaba la falsedad para crear un distanciamiento brechtiano e incitar a la revolución no mediante las películas sino afuera de ellas, en la vida real. En la notoria falsedad de sus imágenes, Nicolau busca recordarnos que ante nosotros se tiende el sueño de Rita, al final más importante para ella que sus probabilidades de cumplir su sueño en el mundo. Nicolau retrata la adolescencia como una etapa no de ilusiones perdidas sino alcanzadas en las interminables posibilidades de la imaginación.