No pasa mucho tiempo desde que comienza When We Were Kings (1996) cuando el entrenador asistente Drew Brown dice de Muhammad Ali: “Es un profeta”. No un boxeador ni mucho menos un sinónimo culto como pugilista, enemigo del pueblo y su vocabulario: profeta. Sin embargo el documentalista Leon Gast parece no creerle. Su cinta When We Were Kings no se basa ni en esa opinión ni en la del brillante Norman Mailer. Tampoco se centra en lo que tengan que decir el biógrafo Thomas Hauser o el escritor George Plimpton. Gast prefiere recolectar distintas imágenes de Ali que conforman el retrato no de un boxeador en las semanas previas a una pelea fundamental sino el de un fenómeno en ascenso hacia el infinito. Why We Were Kings es la respuesta del cine a la pregunta que quizá muchos tengan en mente ante el anuncio de la muerte de Ali: “¿Por qué era tan importante?”.
Gast no está interesado en los claroscuros morales de Ali o en su biografía entera. Después de 22 años trabajando en la misma película quizá sólo un tema grandioso era capaz de absorber y reflejar las horas dedicadas. Gast prefiere mostrarnos lo que fue Ali, en parte boxeador, en parte, sí, profeta, en parte activista y totalmente negro americano. El documental comienza con una representativa rabieta del boxeador: “Que se vayan al diablo América* y lo que piensa América. Sí, vivo en América pero África es el hogar del negro”. En este breve discurso, Ali se muestra a sí mismo como un resumen de la historia negra. Para aclararlo, remata diciendo: “Fui un esclavo hace 400 años y regresé a casa para pelear entre mis hermanos”. Más adelante Don King explica la misma idea y el documental nos demuestra así que la famosa pelea entre Ali y George Foreman en Zaire, la llamada “Rumble in the Jungle”, fue el corolario del negro americano y el retorno a su cuna. Este es un filme, entre otras cosas, sobre la negritud.
When We Were Kings narra y muestra la Historia de tal forma que es al mismo tiempo un regreso en el tiempo y una discusión sobre tinta ya seca. La imagen de George Foreman con su pastor alemán parecería inocua si no nos explicara el músico Malick Bowens que se trataba de la misma raza que usaban los colonizadores belgas para someter a la población negra. Gast utiliza el lenguaje cinematográfico para mostrar la significación de las imágenes en un mundo tan saturado de historias que se encuentra incapaz de recordar su pasado. En otra escena Norman Mailer habla de cómo el gigantesco Foreman, de más de 1.90 de estatura, golpeaba el saco más pesado en existencia durante su entrenamiento y dejaba una abolladura del tamaño de una sandía. Ali, dice Mailer, no lo miraba cuando pasaba cerca. En narraciones como ésa o la del temor que descubrió Mailer en los ojos de Ali cuando éste subió al ring con Foreman podemos vislumbrar la complejidad de un hombre permanentemente enmascarado. Ali sólo podía existir en público, para desafiar, para recitar, pero en privado el profeta era un hombre. Cuando en la película aparece el periodista de deportes Howard Cosell para expresar sus dudas de que un Ali de 32 años venciera a un poderoso monstruo diez años más joven, Gast introduce las respuestas del boxeador veterano. “Tu esposa dice que no eres el mismo hombre de hace dos años”. Hasta su bravuconería nos habla de su duda.
Al mostrarnos a los personajes alrededor de Ali, ya sea en su cohorte o mirándolo desde cierta distancia, Gast demuestra una perspectiva de historiador que contempla ya no hombres de carne sino signos dentro de una narración pertinente a todos. Ali, Foreman, King, James Brown, B.B. King y el dictador Mobutu Sese Seko se encuentran en esta convención de la negritud para bien y para mal. Bajo los reflectores deportistas y músicos dan un espectáculo inolvidable y tal vez irrepetible pero en las sombras se oculta el dictador Mobutu. Ni siquiera se presentó a la pelea por temor a un atentado, y sin embargo aparece por todo Zaire como un fantasma, siempre carismático y admirable. Los retratos oficiales impiden que desaparezca de conversaciones y sueños entre sus súbditos pero la pelea que financió lo ubica en el centro del universo humano y de la discusión racial. Gast no ahonda en su controversial participación en la pelea pero tampoco la pierde de vista. En una decisión reprochable —una de pocas—, Gast prefiere estudiar el suceso en sus consecuencias más favorables para la raza negra y Ali, que arrebatar ilusiones. Se respeta, no se perdona.
Pero el tono de la cinta no está orientado enteramente a los halagos. George Plimpton, por ejemplo, explica en una breve secuencia a Don King como un hombre carismático y brillante, capaz de citar a Shakespeare pero igualmente dedicado a construir su leyenda a costa de sus representados. Nadie, dice Plimpton, arruinó a tantos boxeadores como él. En otra escena el propio Ali demuestra los beneficios de pensar antes de hablar: los pilotos africanos, explica, hablan “inglés, francés y africano”. A todos se nos van unas cuantas pero en ese breve resbalón Ali se muestra como el mismo americano indocto que el que se propuso combatir. El resentimiento y la ignorancia lo llevaron a una peligrosa amistad con el supremacista negro Elijah Muhammad, que por cierto es mencionado por el entrenador asistente Brown justo después de que lo llama profeta. “Él va a ser un pescador para Elijah Muhammad”. Pero eso es tema para otro documental.
Para todo lo que termina abarcando, Gast podría haber hecho un documental de varias horas para penetrar en el momento tan significativo que fue el Rumble in the Jungle pero la brevedad —dura poco menos de 90 minutos— no le resta su capacidad para mirar dentro del evento y sus alrededores sin distraerse. Más bien Gast incluye temas satélite que gravitan alrededor de la fulgurante batalla. Como parte del encuentro se organizaron tres días con lo mejor de la música negra, cuya vasta influencia sobre la cultura estadounidense significó también una expansión a lo largo del mundo y del tiempo, sin que eso modificara la voz original de la música. “Quien sepa del blues”, explica B.B. King, “sabe de África”.
Es curioso que la pelea en sí no ocupa una parte sustancial del documental pero junto con las imágenes de Ali entreteniendo a sus testigos con chistes, declaraciones histriónicas y rimas, la gran noche aporta una de sus visiones más conmovedoras: Foreman, el invencible, vencido. Para cuando la técnica rope-a-dope de Ali lo cansa, el Goliath negro comienza a extender los brazos lentamente. Ya cansado, pareciera que está intentando alcanzar a Ali para agarrarlo en vez de simplemente golpearlo. El desenlace posee una resonancia bíblica que cimienta la profecía de Muhammad Ali: fue el rey David de los negros, que ganó en su batalla contra muchos gigantes, ya sea con los puños o con su musculoso espíritu pero sobre todo con su poesía. El poema más corto en lengua inglesa, explica en la película George Plimpton, es Lines on the Antiquity of Microbes: “Adam had’em”. Él escuchó en persona a Ali improvisar y recitar uno más corto —y más hermoso—: “Me, we”. Yo, nosotros. Profeta, poeta.
*América, por supuesto, se refiere a Estados Unidos pero traducirlo así, aunque menos ofensivo, es menos preciso y menos fiel al lenguaje del estadounidense promedio.