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Hace un par de semanas Kristen Stewart se hizo noticia porque decidió usar tenis en vez de tacones durante el estreno en Cannes de su nueva película, Personal Shopper (2016). Sólo a un mundo idiota como el nuestro puede escandalizarle la vestimenta de una mujer cuando en otros lugares del mundo jóvenes como Stewart no pueden caminar en la noche solas. Si el cine es un espejo selectivo, capaz de reflejar la esencia de las cosas, la imbecilidad del mundo deberá ser más obvia en él, más ridícula y más risible. Quizá muchos no esperarían que una película protagonizada por Seth Rogen, Rose Byrne y Zac Effron sea una crónica de los Estados Unidos de Obama pero Buenos vecinos (Neighbors, 2014) lo es. En la lucha por retener la juventud, los protagonistas de la película son el símbolo de la generación millennial, que se aferra al sueño de Nick Adams, el alter ego de Ernest Hemingway: “Una vida sin consecuencias”. La pareja casada y con una bebé no desprecia a la fraternidad que se muda al lado porque hagan ruido sino porque les recuerdan su propio envejecimiento. No están cerca de los 40 pero la responsabilidad familiar los frustra en su búsqueda del placer.
A pesar de la conclusión conservadora de Buenos vecinos —la adolescencia es mortal y la familia lo puede todo—, su secuela, Buenos vecinos 2 (Neighbors 2: Sorority Rising, 2016), parte de otro contexto, que de alguna manera iguala el “escándalo” que provocó Stewart en Cannes y la alarmante disparidad de los sexos en países subdesarrollados como el nuestro. El centro de la película es el feminismo millennial, aunque el director Nicholas Stoller, el mejor discípulo de Judd Apatow, no se muestra tan hábil como en Buenos vecinos para expresar sus ideas. Lo que comienza como una crítica a la mala interpretación popular del feminismo termina como un elogio. Con esto me refiero a que la película concluye asumiendo la comodidad de la adolescente de clase media como una victoria resonante, a pesar de que comienza burlándose de ello. Buenos vecinos 2 resulta inofensiva porque aunque la imagen emblemática hacia el final es una pila de tacones renunciados que sugiere la abolición de un estereotipo, la película ignora que el feminismo incluye pero también trasciende el derecho a vestirse como se quiera o conseguir el derecho de hacer fiestas: es la búsqueda de una equidad social entre los sexos. Ante la discriminación, el acoso y la violación, Stoller parece exagerar en las repercusiones de su desenlace, en vez de criticarlas. Da la impresión de que ante el temor de resultar incorrecto por reírse de un feminismo charlatán, Stoller creó una película que se arrepiente a medio camino y termina justificando a su blanco.
Buenos vecinos 2 comienza con los “viejos” Mac (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) teniendo sexo. Stoller hace de una escena íntima una burla tanto del matrimonio millennial como de los romances serios. La falta de formalidad es un ataque a la sexualidad en el cine romántico, pero su grotesco clímax no parece enaltecer los principios realistas —o incluso cínicos— de la actualidad. El genio de Stoller luce en su pluralismo para burlarse de todos a la manera de Stanley Kubrick o Frank Zappa, para quienes no existía otro principio sagrado además de la libertad —y aun éste termina desfavorecido en La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) o el álbum We’re Only in It for the Money—. La corrección política resulta tan apaleada como sus enemigos en Buenos vecinos 2, con chistes dirigidos hacia mujeres que perpetúan los estereotipos de género, las cámaras en los uniformes de policía, el racismo de las minorías, el machismo de las instituciones y la simplificación del feminismo; todos los miembros de la sociedad son idiotas sujetos a leyes que infringen las libertades de unos y otros. Sin embargo, el eje de la trama, que involucra a Shelby (Chloë Grace Moretz), la joven líder de una hermandad de mujeres, termina, como lo sugerí antes, no en la crítica sino en la condescendencia. Al principio, Stoller expresa las ideas de Shelby y sus amigas tan brutas como nobles: su sueño es tener una casa propia para poder hacer fiestas sin sucumbir a los estereotipos machistas pero hacia el final la película aplaude su vago —y, ante la necesidad, frágil— ideario feminista, tanto como el conservadurismo de Mac y Kelly. Es una contradicción que demuestra descontrol por parte de Stoller, que de repente parece no saber si su película se trata sobre el feminismo o sobre el abandono de la adolescencia.
Por supuesto, la mayor parte de la audiencia no ve Buenos vecinos 2 por sus grandes declaraciones sino por su capacidad para hacerlos reír, pero Stoller también se encuentra fuera de forma en este sentido. La original Buenos vecinos es decididamente una caricatura: su estilo fotográfico y de edición ridiculiza a los personajes como otras cintas de su tipo pero los gags, en su mayoría, buscan resaltar los temas centrales. Recuerdo, por ejemplo, una escena en la que Mac y Kelly empujan la carriola con su bebé y caminan como gángsters negros mientras suena el éxito de los 90 Here Comes the Hotstepper, de Ini Kamoze. La canción, un éxito de hace 20 años, subraya la contradicción entre la edad y el rol de un par de padres adultos y su deseo de identificarse con los jóvenes. Más adelante, la pareja presume con cinismo sus peligrosos domingos viendo Game of Thrones. En Buenos vecinos 2, Stoller busca incluir una cantidad excesivamente ambiciosa de temas en sus gags y se distrae hacia asuntos que no necesariamente complementan la trama. Ya mencioné algunos, y por el bien de quienes apenas planean ver la cinta no puedo revelarlos pero confío en que los noten. El timing —disculpe el anglicismo— también falla en ocasiones, como una escena en la cochera de la pareja protagónica, donde el tiempo se extiende de tal forma que se pierde la tensión de un gag y aunque no dudo que haga reír a muchos quizá pudo haber funcionado mejor.
Stoller ciertamente ha tenido mejores momentos, incluyendo la original Buenos vecinos y sus cintas con Jason Segel ¿Cómo sobrevivir a mi ex? (Forgetting Sarah Marshall, 2008) y la menospreciada Eternamente comprometidos (The Five-Year Engagement, 2012), sin embargo Buenos vecinos 2 es una farsa mucho más ambiciosa que el promedio. Quizá no sea tan efectiva como otras pero sus muchas referencias a la cultura popular moderna y a los conflictos contemporáneos la hacen relevante para una futura comprensión de nuestro incipiente siglo. Me gustaría ver que permanezca en la historia como lo hicieron —más o menos— las cintas de Elaine May, una directora menos exitosa o incluso hábil que su antiguo compañero de escenario, Mike Nichols, pero resonante gracias a su capacidad de capturar su sociedad en un chiste.