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Paolo Sorrentino siempre se ha enfrentado con valentía a la superación personal. Sus diálogos aforísticos le enseñan a sus espectadores a vivir con una seriedad casi ininterrumpida que podría confundirse con lo que se aloja en los estantes de autoayuda en las librerías. Pero lo que en nuestro tiempo son reducciones de Aristóteles, Séneca, Spinoza, Spencer y Camus, en Sorrentino es la continuación de la antigua línea de la ética. Sus filmes poseen una idea del buen vivir que evade la simpleza de la autoayuda con su teología personal de la revelación. En los mejores filmes de Sorrentino los personajes atraviesan la duda y la desesperación para encontrar en los breves instantes de belleza el perdón y el solaz, que son las formas de Dios. La epifanía en el cine de Sorrentino destaca por la modernidad que la rodea. Ya sea la corrupta política italiana en el Il divo (Il divo: La spettacolare vita di Giulio Andreotti, 2008), la insoportable madurez de una estrella de rock en Un lugar maravilloso (This Must Be the Place, 2011) o la degenerada Roma de La gran belleza (La grande bellezza, 2013), todos son espacios impensables para la epifanía en la modernidad sin Dios: el último respiro de la fe.
Sin embargo Youth (La giovinezza, 2015), su cinta más reciente, no retiene la grandeza de sus obras mayores. La búsqueda del compositor retirado Fred Ballinger (Michael Caine), el protagonista de Youth, invierte el orden usual en la filmografía de Sorrentino porque en realidad Fred no parece buscar nada. Más bien el conocimiento verdadero lo encuentra a él, un viejo necio y prejuicioso que asume saberlo todo. Fred no es amargo ni cruel pero a su modo pícaro molesta a un sacerdote budista diciéndole que no puede levitar; más adelante le revela a un niño que él compuso la pieza que está tocando incorrectamente. Al ser zurdo, lo cual es inusual, Fred le enseña al joven violinista que requiere de una posición inusual. Mick Boyle (Harvey Keitel), un viejo cineasta y el mejor amigo de Fred, es similar pero más ignorante: aunque asume correctamente que dos de sus guionistas están por enamorarse, Fred siempre lo engaña con bromas porque Mick es trágicamente crédulo. A lo largo de sus conversaciones y sus apuestas sobre los huéspedes de un prestigioso spa, nos damos cuenta de que ninguno de los dos amigos sabe absolutamente nada. En todo caso, a veces le atinan.
La conclusión de Sorrentino sobre la sabiduría en la vejez es absurda, en el sentido filosófico de la palabra: a pesar de la ignorancia y de nuestra irrevocable incapacidad de eliminarla, no debemos detenernos en nuestra búsqueda de la experiencia. El problema de la película, por supuesto, no es ese, sino cómo llega a sus conclusiones. En los últimos años, Sorrentino ha decidido apegarse más que nunca a su padre, no Sorrentino Sr. sino Federico Fellini. Si La gran belleza fue su versión de La dolce vita (1960) y el cortometraje para Bulgari The Dream (2014) fue su Julieta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965), Youth es su 8 1/2 (Otto e mezzo, 1963). La gran belleza logró igualar y, a mi juicio, trascender al maestro. La influencia de Fellini es evidente en los temas y la excentricidad y variedad de los personajes pero la imaginería, la iluminación, los silencios de contemplación y la sincronía con la banda sonora le dan a la película una personalidad única, exclusiva de Sorrentino. En Youth pasa algo similar pero en busca de separarse de una de las grandes películas en la historia, 8 1/2, Sorrentino cae en una serie de excesos que afectan severamente la narración.
Me parece que estamos ante el Sorrentino más inseguro que hemos visto, quizá bajo la presión de su primer largometraje con un elenco hollywoodense y de las comparaciones con la obra maestra de Fellini. Son inevitables: ambas películas se sitúan en un spa y siguen la historia de un artista en crisis y presionado a crear. A Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) lo arresta la impotencia creativa; a Fred Ballinger, la senectud y el arrepentimiento, pero en esencia es la misma historia. Para distinguirse, Sorrentino recurre a la parodia, con resultados extremos. Cuando la hija de Fred, Lena (Rachel Weisz), pierde a su marido, sueña un video musical de la otra mujer, la cantante Paloma Faith. Sorrentino parece haberse inspirado en los videos más ridículos de Britney Spears y decide incluir un sensual viaje en auto con inexplicables cambios de vestuario, explosiones, vergonzosos efectos digitales y una conclusión indigna de uno de los maestros del cine contemporáneo. Por supuesto, la exageración es a propósito, pero es demasiada. En otra secuencia, bastante fellinesca, por cierto, Mick ve a todos los personajes femeninos de sus películas. Las tomas y la edición, sin mencionar las actuaciones y caracterizaciones entre lo excéntrico y lo grotesco, no demuestran el genio de Sorrentino y parecieran una caricatura de su propio estilo. Hay, también es importante decirlo, una parodia brillante de La caída (Der Untergang, 2004), pero prefiero no detallarla, aunque sí cuestionarla: después de tantas otras parodias y videos en YouTube, este motivo ya no parece oportuno.
En otra técnica fellinesca, Sorrentino rodea a Fred con excéntricos personajes que reciben una caracterización menor a la de las figuras secundarias, ya abundantes en sus demás cintas. Por ejemplo, en Youth aparece un obeso ex jugador argentino de futbol que, a todas luces y a juzgar por los créditos, es Maradona. El personaje no obedece tanto a razones narrativas como personales: Sorrentino es admirador del Diego, y es notorio en la intrascendencia del personaje en la película. Lena desaparece repentinamente hasta que una breve imagen cerca del final nos dice cómo concluyó su historia. El actor Jimmy Tree (Paul Dano) sólo funciona para acentuar la arrogancia de los viejos: después de humillar a la Miss Universo (Madalina Ghenea) —que recurre brevemente como un símbolo de la juventud— él encuentra la humildad antes que ellos. En busca de la distinción, Sorrentino ha creado su cinta más dispersa pero no por eso despreciable. Mediocre, para sus estándares usuales, pero visionaria como cualquiera en sus momentos de genio. La pregunta que brota de la película es si Sorrentino se estancará en su estilo o si encontrará la forma de crear otra pieza magistral como La gran belleza. La televisión podría darle esa oportunidad con su nuevo proyecto, The Young Pope, una miniserie sobre un papa estadounidense, pero por el momento será mejor mirar atrás, si es que se acaba de conocer al director por Youth. Sería más justo admirarlo por cualquiera de sus películas italianas.