Más Información
“Vamos a dar apoyo a los pequeños agricultores por sequía en Sonora”; Claudia Sheinbaum instruye a Berdegué
Derrota de México en disputa por maíz transgénico contra EU; estos son los argumentos de Sheinbaum y AMLO para prohibirlo
Óscar Rentería Schazarino, ha operado contra CJNG, Viagras y Templarios; es el nuevo secretario de Seguridad en Sinaloa
Claudia Sheinbaum pide respeto para Maru Campos; gobernadora anuncia acuerdo para transporte público
Claudia Sheinbaum anuncia los Centros de Cuidado Infantil en Chihuahua; inaugura hospital en Ciudad Juárez
Mientras se levantaba de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, Italia recibió el venenoso dardo de la Guerra Fría como pocos países en Europa. En la Unión Soviética todos los ciudadanos eran, por voluntad o en apariencia, comunistas; en los demás países era manifiesta la coalición con el capitalismo de los más vastos sectores sociales, pero en Italia las dos pasiones dividieron al país. Polarizado entre los remanentes del fascismo, que encontró cierta continuidad en la democracia cristiana al terminar la guerra, y los herederos marxistas de Antonio Gramsci, que incluían a notables figuras como el poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini —asesinado a mediados de la década en lo que muchos aún consideran un crimen político—, los novelistas Italo Calvino y Alberto Moravia y el cineasta Elio Petri, el ambiente cultural se basó en la confrontación.
Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, 1970), de Petri, recientemente mal traducida como Investigación de un ciudadano bajo sospecha, es, junto con la obra de Pasolini, una de las mayores expresiones del choque entre el elitismo aristocrático y la ilusión de una comunión igualitaria entre los ciudadanos. Pero de manera más relevante el filme es un retrato extraordinario del poder como deseo sexual. La trama comienza con el asesinato de una mujer en pleno orgasmo, en una imagen que evoca a Georges Bataille. Para el escritor francés, el coito y la muerte se funden en una coincidencia esencial: al suceder se describen a sí mismos. Ambos son instantes fugaces que resultan en la inconsciencia: una momentánea —la petite morte—, la otra ni como saberlo. En la cinta de Petri, sin embargo, la unidad sexo-muerte sugiere otra relación. El affaire entre la misteriosa Augusta Terzi (Florinda Bolkan) y el protagonista, conocido solamente como “Il Dottore”, o el doctor (Gian Maria Volonté), es una imagen del poder. La interacción entre ambos, que Petri ilustra a lo largo de la cinta en los recuerdos del doctor, es el juego sexual entre dos actuantes que se excitan y se complementan: el opresor y la sometida. Esta imagen es una crítica a la obediencia social, similar a la de Salò o los 120 días en Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975), de Pasolini. Pero mientras en el filme de Pasolini el abuso sólo da placer a los torturadores, aquí se trata de una fantasía mutua. Petri acusa no sólo la obediencia, sino la complicidad voluntaria.
La figura del doctor es la del tirano que reúne en sí la fuerza del Estado: “Yo represento al poder”. Claramente, estamos frente a un heredero de Luis XIV y su infame aforismo “El Estado soy yo”. Su pensamiento político se basa en una ideología de raíces fascistas que describe como “represión y civilización”. Para el doctor, sólo el bozal y la correa pueden alcanzar la estabilidad social porque, dice, “la libertad le permite al ciudadano ser un juez”. ¿Qué puede ser peor para un megalómano que el juicio de sus gobernados? El doctor no es un funcionario: es un dictador. El vigor y la pasión con que expresa sus ideas y sus promesas antirrevolucionarias nos evoca de nuevo la carga erótica de su oficio. El deseo de reprimir es comparable a su deseo de poseer a Augusta, de fotografiarla como un cadáver o interrogarla como a un criminal. Ser un alto oficial de la policía es un juego erótico donde la opresión resulta en el placer. El doctor es uno de esos sádicos escritos por Sade, tan carismáticos como repulsivos: ambiguos. Nos deleita verlos pero nos aterraría presenciarlos. El doctor le concede su atractivo universal a la cinta con estas cualidades pero sobre todo con su verosimilitud. Claro, la visión de Petri es más bien una exageración originada en la farsa, pero hombres y mujeres como el doctor han existido y existen fuera de Italia y de sus años 70: son un arquetipo humano que recurre en todos los tiempos y en todas las civilizaciones. La cinta de Petri trasciende su contexto y resulta siempre contemporánea al capturar esta personalidad.
Sin embargo, el carácter solo no es suficiente para entender al doctor y su significado. El triunfo de Petri es lograr que la trama del filme sea a la vez un inusual thriller y una conversación entre ideas. Al principio, el asesinato de Augusta parece una mera extralimitación en su juego con el doctor: después de fingir someterla y torturarla, el placer más grande sólo puede venir de matarla. Al mostrarnos en sus primeras escenas el crimen, el filme coincide con La soga (Rope, 1948), de Alfred Hitchcock, pero también, en una actitud congruente con el pensamiento revolucionario de Petri, se trata de una subversión: si el asesino en La soga estaba obsesionado con salir impune, en Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha el protagonista hace lo posible por ser descubierto y castigado. En una de las primeras imágenes, el doctor se fija en dos palabras gravadas en un edificio: “justicia” y “ciencia”. La última, con sus metodologías de investigación, es un camino a la primera. El doctor planea ponerse por encima de ambas mediante el poder. Al evidenciar que él cometió el asesinato, el doctor planea mostrar su “insospechabilidad”. Planea mostrar que, en efecto, su posición política está por encima del contrato social. Sin embargo, al final queda expuesto como una versión trágica del Javert de Victor Hugo. El policía de Los miserables es un devoto de la justicia y los marcos legales, como el cristiano es fiel a la Trinidad, mientras que el doctor de Petri es también un policía pero obsesionado con su propia idea del orden. En el desenlace, el doctor recuerda sus obligaciones como funcionario del Estado pero es castigado con la impunidad.
Ante la opción tan recurrida de la denuncia, Petri escoge la ridiculización. Denunciar es inevitablemente un juicio, donde las víctimas y los culpables son más claros que en el tribunal de la ley, pero la ironía y el humor son mejores herramientas para la crítica. Petri lo entiende así en este filme y convierte al tirano en payaso por quebrantar la justicia. El pecado del doctor es la vanidad y, como alguna vez lo dijo Martin Scorsese, uno no quiebra los diez mandamientos —en este caso los siete pecados—, ellos los quiebran a uno.
Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha se presenta este fin de semana en la Cineteca Nacional como parte del ciclo Clásicos en pantalla grande. Consulte su cartelera.