¿Quién será más estoico, yo al atreverme a ver otra película de Transformers o Michael Bay al seguirlas haciendo? Y es que vamos, nadie acude a Transformers esperando algo bueno. Por supuesto, esta quinta entrega así como la anterior y la anterior y la anterior, es una basura. ¡Vaya noticia! Decir que una película de Transformers es mala es como decir que el agua moja o que el PRI roba. No hay novedad en el frente.
Y sin embargo aquí estoy. Así como el Estado de México votó de nueva cuenta por seis años de priismo, yo igual estoy en mi butaca, listo para tres horas de idioteces, de explosiones, de sinsentido, de robots partiéndose el hocico, de autos de lujo y de close ups al trasero de la Megan Fox en turno, que en este caso es una chica llamada Laura Haddock. Es chistoso, el feminismo le ha pegado durísimo a Michael Bay: ahora sus mujeres no sólo están guapas sino que son chicas que presumen de una alta inteligencia, con estudios universitarios, tres doctorados y lentecitos que las hacen ver más listas. ¡Ah!, y claro, un super cuerpo. La cámara sigue fija en sus traseros, pero es un trasero con maestrías, es un trasero que ha leído y escribido. No se quejen feministas. All this and brains too, bitches!
Aunque claro, no hay doctorado que se resista al musculoso cuerpo de Mark Wahlberg, un dizque inventor con cero doctorados pero con unos pectorales de consideración, o al menos así es para la señorita Haddock quien terminará muy enamorada de este hombre antes conocido como Marky Mark.
Pero me estoy adelantando. La cuestión es que esta película debió romper un Récord Guinnes, o al menos una marca personal de Michael Bay: no han pasado ni dos segundos de iniciada la cinta (en serio, ni dos segundos) y ya hay una explosión. Impresionante. Lo primero que vemos es una secuencia de batalla entre dos ejércitos medievales. Por ahí anda el Rey Arturo, blandiendo espada y a punto de ser derrotado por fuerzas enemigas. La escena debió costar mucho dinero. Es por mucho lo más épico de la película, Y a mitad de los catorrazos medievales es que uno se pregunta: ¿qué carajo tiene que ver el medioevo con los mentados Transformers?
Pues nada, un día Michael Bay se levantó y dijo “Caray, esta onda de Game of Thrones está fuerte con los chavos, creo que deberíamos de meter en Transformers unos dragoncitos y unos Transformers medievales, con sus espadas y así. Eso seguro va a pegar.” ¡PUM! Bay lo piensa, Bay lo crea. Así pues, la gran revelación de esta cinta es que los Transformers están entre nosotros desde el inicio de la humanidad. Fueron los Transformers los que le ayudaron al Rey Arturo a mantener su reino, los dragones no eran producto de la imaginación de la época, en realidad eran Transformers que volaban y escupían fuego. Viejas escrituras indican que fue un Transformer el que le dio la manzana a Eva, con las consecuencias que todos sabemos (eso no pasa en la película pero seguro vendrá en el devedé).
Es más, Bumblebee mismo tuvo un papel preponderante en la caída de Hitler. ¡Caray! Si Tarantino mató al líder Nazi en un cine en llamas, ¿por qué Michael Bay no podría matarlo a punta de robots?
Y luego tenemos a Anthony Hopkins. Eso sí que es todo un show. Pocas cosas tan jugosamente morbosas como ver a un artista echar su carrera al excusado y jalarle dos veces. Bay nos regala varios minutos viendo a Anthony Hopkins mandar al carajo todo. Recitando líneas sin sentido con su muy peculiar tono de voz. Trabajando con notable desgano. Siempre con una mirada lejana, como diciendo “Wow!, la casota que le voy a dejar a mis nietos con el cheque que me den por hacer esta estupidez”. Se necesita ser un auténtico valemadrista para atreverse a cometer suicidio de esa forma tan elegante.
Y no he mencionado nada sobre los niños. De repente, en este mundo que ha declarado a los Transformers como aliens non gratos en este planeta, son los niños los que salvan a los incomprendidos Autobots. Uno de ellos, presumiblemente mexicano, trae una playera de la selección mexicana de futbol. Chingá, ¿por qué no? Otro de ellos es una niña superdotada que sabe reparar robots (les digo que el feminismo le pegó con todo a Bay), pero cuando se enoja con los Decepticons les grita en español pocho: “A ver putos….”. Nos va a multar la FIFA. Y de las escenas en Cuba (¿quién diría que Ché saldría en dos blockbusters veraniegos este año? ¡Viva la Revolución!) mejor ya ni hablamos.
Total. A medio camino, entre bostezos y minutos dedicados a honrar a Morfeo, pienso seriamente en que Michael Bay es un genio incomprendido, porque sólo una mente especial podría escribir, filmar, editar y producir tanta estupidez junta. Y en cierta forma fue premonitorio. Uno hubiera pensado que tanta misoginia, tanto patrioterismo chabacano, tanto desdén por la coherencia y la inteligencia serían sólo posibles en el peor cine de Hollywood. Y ya ven, ahora sucede hasta en la Casa Blanca.
Eres un grande Michael, en realidad nos estabas poniendo alerta sobre el futuro próximo y no supimos escucharte. Nos merecemos tu desprecio, nos merecemos que esta sea tu última cinta de Transformers. Cumple tu promesa. De favorcito.
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