En Scream, aquel ejercicio revisionista al cine de terror, Wes Craven hacía explícitas las reglas que -según él- toda cinta del género debe cumplir; una de ellas estipulaba que cualquier pareja que tuviera sexo a cuadro, forzosa e inevitablemente acabaría muerta por el asesino en turno. La circunstancia es cruel no sólo porque los personajes en una película de terror desconocen estas reglas, sino porque además van en contra de su naturaleza misma: ¿qué adolescente no querría tener sexo?

En It Follows, el director David Robert Mitchell le da un giro de tuerca brutal a esta idea, aquí los personajes no sólo son conscientes de esas reglas, sino que deben vivir con el peso y consecuencia de ellas. Es así como Jay (Maika Monroe), luego de pensárselo un poco, termina cediendo al deseo y se acuesta con Hugh (Jake Weary), otro adolescente con el que apenas comenzaba a salir.

El terror inicia cuando, luego de una romántica sesión de sexo (tan romántica como lo puede ser un acostón en el asiento trasero de un auto), Hugh duerme con cloroformo a la chica, la ata a una silla y espera a que despierte para explicarle en qué infierno se acaba de meter.

Resulta que Hugh le ha transmitido a Jay un extraño padecimiento venéreo. A partir de ahora, algo o alguien la seguirá, lenta pero persistentemente, hasta matarla. El ente puede tener la forma de alguien conocido y no se detendrá a menos que Jay tenga relaciones sexuales con otra persona para contagiarla. Pero ojo, si esa persona muere, entonces esta cosa irá de regreso a buscar al portador original en una cadena que se antoja infinita.

El director juega con los tiempos y nunca deja en claro en qué época sucede todo esto. Por lo que respecta a las calles, bien podríamos estar en aquel suburbio donde vivía Jamie Lee Curtis en Halloween (Carpenter, 1978), o dar la vuelta a la esquina y encontrarnos con el Freddy de A Nightmare on Elm Street (Craven, 1984); los autos del barrio parecen de los años ochenta y las televisiones son aún esas enormes cajas cuadradas, no obstante que alguna de las chicas tiene por ahí un teléfono celular. En esta evocación al cine de terror de los años 70’s, aquel lugar (que en realidad es Detroit) podría ser todos y ninguno.

Pero Mitchell va más allá del mero homenaje o la nostalgia barata. Los escenarios son similares pero los métodos cambian. El director no recurre a los cortes abruptos, a la música súbitamente ensordecedora ni a los efectos especiales. Al contrario, extrañamente estamos frente a una pieza de elegancia suprema, con un manejo de los espacios sumamente logrado mediante una cámara que se mueve despacio, con encuadres que se postran en el paisaje ocre girando en lentos paneos de 360 grados y con cortes de edición directos pero nunca hiperkinéticos.

El sexo como causal del horror absoluto. La promiscuidad como vehículo efectivo hacia la muerte. La angustia adolescente de la primera vez transmutada en terror puro. En su ópera prima (The Myth of American Sleepover, 2010, filmada también en Detroit), Mitchell exploraba esa angustia adolescente por la búsqueda de una pareja y el stress de la primera vez. Lo que el director hiciera hace 5 años en fórmula de un coming of age lo repite ahora usando las claves del terror, inyectando paranoia y suspenso, dándole una cara terrible al miedo adolescente por las consecuencias del sexo y un sabor amargo a las relaciones en pareja.

Elegante y sofisticada, desprovista de toda esperanza o redención, no sería exagerado decir que con It Follows, Mitchel - al igual que Jennifer Kent con The Babadook (2014)- revitalizan un género atrapado en fórmulas recicladas que causan más tedio que susto, que provocan más olvido que miedo. Aquí al contrario, It Follows no se escapará de tu memoria, al menos no en un buen rato.

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