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Hace dos semanas conté en este espacio una conversación que me hizo percatarme de dos temas centrales para el próximo gobierno.
Uno de ellos fue el de las promesas de dar dinero, becas y apoyos a los pobres (y el problema que significa la definición de pobreza y de quienes caben en ella para poder hacerlas efectivas), y el otro fue que el nuevo gobierno representa la esperanza del cambio que supuestamente todos los mexicanos deseamos. En mis dos artículos anteriores me referí a lo primero y ahora en este me referiré a lo segundo.
¿De dónde nace la suposición de que todos los mexicanos queremos el cambio?
Nace del hecho que no hay nadie que a la menor provocación no diga horrores del gobierno en turno, de sus funcionarios y de lo mal que en su opinión está el país.
Y sin embargo, es falso que los mexicanos quieran que las cosas cambien. En realidad lo que queremos es que cambie lo que no nos gusta o acomoda a cada uno de nosotros. Nada más. Y que se quede igual lo que sí nos gusta y acomoda.
Por ejemplo, todos parecen estar de acuerdo en que hay que combatir la corrupción y erradicarla de nuestras prácticas. Sin embargo, la corrupción no es solo el dinero que se roban los políticos, sino también el que los ciudadanos damos para que las cosas funcionen. Y además incluye el tráfico de influencias, el adaptar las leyes a la propia conveniencia, las trampas que día con día hacemos (tirar basura o estacionarnos en lugares prohibidos, desperdiciar agua, no pagar impuestos y otras acciones de las que muchas veces ni siquiera tenemos conciencia).
¿Quieren deveras el cambio quienes cobran en alguna parte sin trabajar, quienes consiguen que los atiendan en un hospital o que su niño entre en una escuela porque son amigos de la directora, quienes “arreglan” sus escrituras de propiedad, actas y testamentos? ¿Lo quieren esos millones de empleados de oficinas, ministerios, tiendas y centros de servicio que son los encargados de que las cosas funcionen pero para todo dicen no se puede o lo hacen mal o lo hacen lento o de plano no lo hacen? ¡Por eso tenemos una madre de familia de un niño discapacitado que lleva tres años en lista de espera para recibir una beca con la cual su pequeño pueda asistir a un centro especializado, una mujer embarazada que requiere un ultrasonido y recibe la cita para dentro de un año, un jubilado que no puede retirar el dinero de sus afores porque la empresa que las lleva simple y sencillamente no reconoce la deuda, damnificados desde el sismo a los que nadie atiende, calles que nunca se barren, coladeras que no se desazolvan, un Paso Express que sigue sin componerse después de un año!
Pero no son solamente los burócratas y empleados los que no van a cambiar. En general, a los mexicanos no nos gusta que nos modifiquen nada. Por eso nos negamos a que pongan un puente donde nunca lo ha habido, a que quieran enseñarnos inglés o computación, a que se modifique nuestra relación con el gobierno del cual esperamos todo: la casa y el camino, la semilla y el precio de garantía, la gasolina subsidiada y el hospital y la escuela y el transporte y el dinero en efectivo, que resuelva los problemas ocasionados por un sismo o inundación. Lo que queremos es que cambien sus modos los gobernantes y los empleados y todos los otros, los demás, pues consideramos que ellos son culpables y responsables de todo y que a nosotros no nos toca hacer nada.
Por eso esto del cambio se va a poder dar en algunas cosas: que si el aeropuerto sí o no, que si la reestructuración de ésta o de aquella secretaría, pero nada más. No puede haber otro cambio porque este es el país que nos gusta tener y eso del cambio que supuestamente todos queremos, solo se refiere a que los políticos deben darle más prebendas a los ciudadanos y dejarlos que sigan viviendo como viven hasta hoy, pero con más dinero y servicios y menos trámites e impuestos.
Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com