En un interesante análisis, el columnista John Cassidy de la revista norteamericana The New Yorker explica las tácticas de Donald Trump y por qué ellas han tenido éxito, al punto que los electores que le dieron apoyo en su momento lo siguen manteniendo hoy.

El modelo se reduce a dos cosas: una retórica incendiaria y con ella buscar siempre dividir al electorado entre buenos y malos: quienes confían a ciegas en el presidente y la prensa que da noticias “falsas”, quienes lo critican y quienes no apoyan sus políticas. Cassidy explica también cómo esto le ha funcionado a Trump porque ha conseguido meter en la cabeza de millones de ciudadanos (no solo de quienes lo apoyan) ideas como el considerar que los migrantes le hacen daño al país o que los europeos y chinos explotan a los estadounidenses con sus acuerdos comerciales.

Si hiciéramos un análisis de este tipo en México ¿qué encontraríamos? Tácticas similares en Andrés Manuel López Obrador. Y es que, como él mismo lo dijo en la carta que le envió a Trump, ellos se parecen: “Ambos hemos enfrentado la adversidad con éxito… Conseguimos desplazar al establishment o régimen predominante”.

Allí está la táctica de enojarse con cualquiera que le señale alguna inconsistencia o error, le haga alguna crítica o le diga que lo que hizo está mal. Inmediatamente vendrán los calificativos, incluso los insultos, las acusaciones de trabajar para la mafia del poder (no importa si es una institución, un medio de comunicación o una persona) y de pretender organizar un complot contra él y su partido. Entonces el tema en cuestión se borra y lo que queda es el pleito, que además pasa a ser contra La Patria y Las buenas causas y Los buenos mexicanos.

La táctica funciona porque todo mundo se asusta. Y entonces, pasados unos días, viene la segunda parte, que consiste en bajarle al tono y tratar de calmar las aguas. Esto lo hizo alguna vez con la Suprema Corte y en la campaña pasada con el Ejército.

Y por fin viene la tercera parte, que es la reconciliación. Así sucedió con los empresarios y veremos si sucede con el INE porque eso depende de lo que diga el tribunal.

Pero al final del día (como se usa decir hoy) lo que importa es lo que se consigue, que es meter en la cabeza de las personas la idea de que todos están contra AMLO y su proyecto y que hacen cualquier cosa por ponerle piedras en el camino, algo que los ciudadanos tienen que impedir.

Esta es la táctica que ha tenido éxito de ambos lados de la frontera.

Claro que para entonces, lo de menos es lo que se está debatiendo, da lo mismo si es el aeropuerto o la reducción de salarios, si es un acto ilegal o una crítica sensata. En el ejemplo que he tomado esto es clarísimo: ya no importa si el fideicomiso sí o no es del partido, sí o no es legal en términos de las leyes electorales.

Y lo peor es que mucho menos todavía es el fondo del asunto en cuestión, que se queda perdido entre los dimes y diretes.

Por ejemplo en el caso del fideicomiso: ¿se ayudó a los damnificados? Según nos dicen, 27 mil 288 personas en Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, Guerrero, el Estado de México y la Ciudad de México recibieron 2 mil 400 pesos cada una. Pero yo me pregunto: ¿Para que alcanza esa cantidad? ¿Qué pueden hacer con ese dinero quienes perdieron sus casas o les quedaron dañadas?

Y lo digo por esto: en Jojutla, Morelos, uno de los sitios más dañados por el sismo, se entregaron 120 mil pesos a quienes perdieron sus casas, los cuales, en voz de los afectados, “no les alcanzaron más que para levantar algunas paredes o viviendas pequeñas en obra negra”. En los casos de viviendas dañadas, se entregaron 30 mil pesos, que “tampoco alcanzaron más que para un muro o un techo”.

¿Entonces?

Es evidente que el irigote no es por la ayuda a las miles de personas damnificadas, pues ellas solo sirven como pretexto para otras cuestiones.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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