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“La excarcelación no es la
libertad. Se acaba el presidio,
pero no la condena”. Víctor Hugo.
Todos conocemos la historia de Jean Valjean, personaje creado por Víctor Hugo en su famosa novela Los Miserables, publicada en 1862. La novela nos cuenta la vida de un joven jardinero quien fue condenado por el sistema de justicia francés de la época a cumplir con una pena de más de 20 años por robar un pedazo de pan. Al salir de la cárcel, este personaje intenta tener una vida digna, pero la sociedad no se lo permite, ya que busca posada y le es rechazada, busca un trabajo y le pagan menos que a otra persona que durante su jornada laboral producía menos, solamente por su papel amarillo (algo así como lo que llamamos hoy en día “certificado de antecedentes penales”). Su suerte cambia en el momento en el que conoce al Obispo de D., quien lo bendice y le regala dos candelabros; aquí es cuando Valjean se transforma, hasta convertirse en alcalde de M. Sin embargo, es perseguido incansablemente por el inspector Javert.
Recordemos la reciente fama adquirida por Pedro César Carrizales Becerra El Mijis, diputado local de San Luis Potosí. El Mijis es un ex pandillero que nos recuerda a Valjean, no porque sea un santo, ni porque su motivo sea similar al del personaje de Víctor Hugo, sino porque tuvo un pasado sombrío por el que sigue siendo juzgado, aun cuando dedica su trabajo a los y las demás e intenta hablar por las personas que no han tenido la oportunidad de probar otra cosa que no sea el vandalismo. Es juzgado por la sociedad porque estuvo preso, por haber sido pandillero y porque su vestimenta o sus tatuajes a algunas personas les resultan desagradables. Sin embargo, El Mijis ya fue juzgado por el sistema de justicia.
Valjean nos recuerda a muchas personas que viven en nuestro México donde se castiga al pobre por ser pobre, donde seguimos viviendo bajo la famosa frase de Lecumberri: “en este lugar maldito donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza”. Décadas después sigue pasando lo mismo; a 250 años de la publicación de la novela en Francia, se sigue viviendo una época de “Miserables” a quien no tiene acceso a un abogado, a quien por robarse un pan del supermercado es sancionado con 5 años de prisión. ¿Acaso solamente existe pena de prisión como una sanción? ¿No era la pena de prisión la última que debía imponer la autoridad? ¿Por qué no se sanciona con multas o con trabajo comunitario? ¿No tenía que ser la pena proporcional al delito cometido? ¿No sería mejor que a las personas que cometieran delitos de cuello blanco reintegren lo que se robaron? ¿O que las prisiones no sirvieran como universidades del crimen para personas que entraron por robar sin violencia? Estas y muchas otras dudas surgen, ya que hoy en día en México es impensable proponer sanciones alternativas a la pena privativa de libertad, cuando está comprobado que no es necesariamente la pena más adecuada. No obstante quienes favorecen el populismo punitivo, proponen aumentar los plazos de la pena de prisión. Ya se probó una y otra vez que ni la pena de muerte tiene efectos disuasivos. ¿No sería preferible intentar algo nuevo? Al fin y al cabo, como dijo Einstein, si quieres llegar a un resultado diferente, tienes que hacer las cosas de manera diferente.
Hoy en día hay miles de Valjuanes en nuestras prisiones y su sanción no termina cuando salen de la cárcel, sino que siguen siendo criminalizados, no les otorgamos oportunidades, no los dejamos hospedarse en posadas. Nuestro deber como sociedad es reconocer y hacer efectivo el derecho de reinserción a la sociedad y hacer con ellos como hizo el Obispo de D.: otorgarles nuestros candelabros, es decir, nuestra luz, para que puedan salir adelante.
Idea y texto originales de Rafael
Ramírez Moreno Pérez, abogado
egresado de la Universidad
Iberoamericana. @RafaRamp92.
Santiago Corcuera es profesor de
Derechos Humanos en la Universidad
Iberoamericana. @CORCUERAS