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Atoyac, Guerrero
Un grupo de niños llena bolsas con composta debajo de un toldo colocado para la ocasión. El cielo de El Paraíso, Sierra de Guerrero, está enturbiado. Pronto lloverá. Algunos de los niños están con sus padres que se alquilan como peones con la familia Valdez Lucena para las labores de resiembra de cafetos que inició este año, tras los estragos que causó la plaga de la roya.
Desde 2013 la roya menguó casi hasta el exterminio los plantíos en 23 mil 163 hectáreas de café de Atoyac, en la Costa Grande; 15 mil 902 en otras zonas de Guerrero como Costa Chica, Montaña, Centro y algunas áreas menores de la Costa Grande. En total 39 mil 65 hectáreas, según la Red de Agricultores Sustentables Autogestivos (RASA), con sede en Atoyac. En 90% de las plantaciones se redujo a 88% la produccón, de acuerdo con Desarrollo Rural en el estado.
Los Valdez Lucena, cuyo hermano mayor es Guillermo, perdieron tres de cuatro hectáreas que poseen. Por eso, ahora sus peones, un grupo de niños y sus padres, llenan diligentes las bolsas pequeñas de plástico con la mezcla de limo y abono orgánico para reponer los cafetos infectados por el hongo luego de los tres días de lluvia que trajeron el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel a mediados de septiembre de 2013. Hace tres años.
Aunque tampoco lo harán por mucho tiempo más en lo que resta de este último viernes de agosto. Son casi las 15:00 horas y acá llueve puntual a determinada hora. No se quita sino hasta entrada la noche, dice Mario, hermano menor de Guillermo, en el corredor de la casa paterna donde están cubriéndose de la lluvia. En el traspatio miles de bolsas se apilan unas con otras. A unos metros está el semillero donde las plántulas de café crecen en tono verde tierno. Es el primer paso para hacer los pacholes. Luego se extrae el germen de cafeto de la tierra donde se sembró y se hace el embolsado. Hay que esperar cuatro meses más para sembrar la planta crecida directo en la tierra.
La meta era sembrar 3 mil plantas por hectárea antes de otoño para poder reponer las afectadas y poder cosechar en 2020. Según el director de RASA, Arturo García Jiménez, que está en casa de los Valdez de visita, eso no será posible. Si acaso sembrarán la mitad: mil 500. Explica que la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) entregó sólo la mitad de los insumos agrícolas ofrecidos en mayo pasado, a pesar de que fue la misma instancia la que fijó las metas de siembra para este año dentro del programa Procafé.
De 300 mil quintales a nada
El hongo de la roya llegó de Brasil. Primero a cafetales de Chiapas, luego a Oaxaca, y como viaja a través del viento, al final a Guerrero. Fue en 1982, explica en entrevista el director de Desarrollo Rural del municipio en Ayotac, Federico Lorenzano. El Instituto Mexicano del Café (Inmecafé), que se encargaba de todo el proceso del cultivo por aquellos años, lo controló.
El hongo se produce en la humedad. Desde esa fecha se mantuvo en las huertas, pero no representaba una amenaza. Con las lluvias de los huracanes Ingrid y Manuel la humedad creció como nunca y el hongo halló condiciones para expandirse.
Los productores alertaron al Consejo Estatal del Café (Cecafe), a la Sagarpa y a la Secretaría de Desarrollo Rural (Seder). “Desestimaron las advertencias”, dice Arturo García, de RASA, quien maneja 25 hectáreas en cooperativa, en El Porvenir, sierra de Atoyac.
“El gobierno federal lo desestimó y siguió con la entrega de mil 300 pesos al año a cada productor como incentivo para fomentar la cafeticultura. ¡Mil 300 pesos al año!”, subraya.
La caída de la producción del café en Guerrero data de principios de los 90, cuando desapareció el Inmecafé a instancias del gobierno federal. Francisco Vázquez, quien no tiene ni primaria terminada ni sabe de tantos números ni de quintales ni estadísticas ni de nada más que de su huerta, mide la crisis del café en Guerrero desde el patio de su casa en El Estudio, un caserío en lo más alto de la sierra: “Antes este patio se llenaba de café. Ahora no hay nada”.
El patio es vasto y está revestido de cemento resquebrajado por la presión subterránea de la maleza. En los años 80 y parte aun de los 90, aquí se ponía a secar el café maduro para que se deshidratara al sol y concentrara el sabor en la semilla. Luego era pilado en una máquina especial, cribado y al final tostado y molido para hacer la gustada infusión.
La crisis del café agudizó la condición de pobreza en su casa de madera con techo de lámina y cartón, donde vive solo con media docena de perros. Envejecido y enfermo. Como sus plantas de café que acaba de podar para que retoñen ramas nuevas. Eso será hasta dentro de un año. Las nuevas plantas que sembrará crecerán en cuatro años y hasta 2020 estarán dando fruto.
El coordinador del Cecafé, Erasto Cano, sí maneja números. Desde Acapulco, donde pasa mucho tiempo en actos con el gobernador Héctor Astudillo, aunque las oficinas estén en Atoyac, dice que en el ciclo 92-93 Guerrero produjo 382 mil quintales de café, lo que equivale a 17 mil 572 toneladas. Diez años después, en el ciclo 2002-2003, cayó a 100 mil 834 quintales o 4 mil 638 toneladas. Ahora, según el más reciente informe entregado por Sagarpa a Cecafé, se registraron apenas 12 mil quintales del ciclo 2015-2016, es decir, 552 toneladas. De 2003 a 2016, poco más de una década, la caída que ya venía estrepitosa se agudizó: la producción cayó en un drástico 88%.
Cecafé, en palabras de su coordinador, Erasto Cano Olivera, ya ni siquiera tiene estadísticas de 2003 a la fecha del comportamiento de la producción porque ésta bajó a niveles “casi inexistentes”. ¿Cómo es que cayó de 17 mil a sólo 552 toneladas? Los productores de Atoyac dicen que con la desaparición del Inmecafé, a principios de los 90, inició la caída del precio y se dejó de incentivar el cultivo. El Inmecafé compraba el grano a productores de la región para exportarlo. Entonces México formaba parte de la Organización Internacional del Café (ICO, por sus siglas en inglés) y tenía una cuota de entrega por sacos al año. Al salir de la ICO, el gobierno federal desmanteló el Inmecafé y dio paso a los acaparadores, compradores libres de café que fijaron el precio del grano como les convenía.
“Como lo cuento, lo viví”, dice Evodio Argüello, productor por más de 25 años, cuyo abuelo y padre también lo fueron. Dice que en los 80 producía hasta 10 quintales por hectárea; en los 90 bajó a tres. “Ahora nada”.
De cafeticultores a gomeros
En medio de un cafetín de Atoyac, con un aguacero torrencial sobre el techo de lámina que no deja oír bien, Evodio dice que cuando el café se devaluó, se metió a la política para sobrevivir. Aunque tampoco le fue mal. De 1990 a 1993 fue alcalde de Atoyac por el PRI. “Fue en los tiempos en que desde Chilpancingo se decidía quiénes serían los presidentes municipales”, acepta.
Al término de su periodo se instaló en El Paraíso, donde vivió como comerciante, y de la goma de opio. Aunque de manera indirecta, aclara. Juega con las palabras y dice que esta parte de la sierra es como la casa del jabonero. Nadie puede decir que no se dedica a eso, porque el que no cae, resbala. Él, por su parte, hizo negocio con los amapoleros porque les vendió 10 veces más caros los insumos que sirven para procesar la goma. Sobre todo clarasol y alcohol. Con el negocio se compró una camioneta doble rodada y se construyó una casa. Tampoco le fue mal.
Ahora, aclara Evodio, vive de la apicultura y tiene una casa de una planta, con techo de teja donde expende productos hechos con miel. Francisco Vázquez, en cambio, rechazó ese tipo de negocio. Dice que sí, que en su momento intentó instalar una cocina [narcolaboratorio], pero su miedo fue mayor que su ambición y mejor sembró naranjales. Tampoco le dio para mucho, pero vivió más tranquilo.
Cultivo de amapola, más que frijol y cacao
Cuando se habla del cultivo de amapola en esta parte de Guerrero, todavía se habla en voz baja. A pesar de que, según el director de Desarrollo Rural, Federico Lorenzano, se siembran 600 hectáreas en esta zona. Aunque insiste en que son estimaciones, porque “son datos que no se conocen”. No hay modo de saberlo con exactitud, dice. En contraste, se siembran 23 mil hectáreas de café, 12 mil de maíz, 3 mil 700 de cocotero, 2 mil 500 de mango, 493 de frijol, 125 de plátano y cinco de cacao.
La aproximación revela que en esta parte de Guerrero se siembra más amapola que frijol y cacao juntos.
Hace unos días Mario Valdez, ex regidor perredista, rió entre dientes cuando se le preguntó qué otros cultivos se daban aquí para salir de la crisis del café. “Pues la amapola”, dijo sin titubear. “Hay tres cosas de las que se vive acá: uno, la goma de opio; dos, las remesas, y tres, los subsidios del gobierno, como Progresa, Prospera, Procede, 70 y Más y así. En ese orden”.