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El 2 de julio de 2014, en el desierto de Pima, Arizona, se encontraron los restos de un hombre de tez morena clara, frente pronunciada y un bigote grueso que le cubría hasta la comisura de los labios. Todo indicaba que era el cuerpo de Antonio Delgado Camacho. Su familia llevaba semanas buscándolo. Lo último que sabían era que “cruzaría para el norte”. Ya habían pasado dos meses desde esa comunicación.
Los intentos por localizarlo en su celular nunca dieron resultados. La hermana de Antonio siguió llamándolo hasta que una voz desconocida contestó y le dijo que había encontrado el teléfono en el desierto. La esperanza de hallarlo con vida se diluía todos los días.
Por medio de la página de Facebook “Desaparecidos y sin reclamar en la frontera”, los familiares de Antonio se enteraron del hallazgo de los restos en julio de 2014. De inmediato se hicieron las pruebas de ADN y siete meses después los resultados confirmaron la noticia: Antonio Delgado murió en el desierto en su intento por cruzar a Estados Unidos.
Entre 2010 y septiembre 2015, mil 718 migrantes mexicanos han muerto en la misma situación. Cinco de cada 10, es decir, 911, murieron en la frontera con el estado de Arizona, de acuerdo con datos públicos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Las condiciones tan extremas a las que se enfrentan han provocado que una de las principales causas de muerte sea la deshidratación. Se tienen registrados 512 decesos por esta razón y 222 más por ahogamiento.
Tucson, McAllen y Laredo son las tres localidades fronterizas de mayor riesgo. Ahí se han hallado mil 243 cuerpos en casi seis años.
“Todos quítense la ropa”
En 2006, Víctor decidió ir en búsqueda del sueño americano. Con una buena condición física, gracias a su gusto por el deporte, y con sólo 34 años, pensó que sería fácil.
Su primera ruta fue de la Ciudad de México a Veracruz, lugar en el que comenzaría su lucha por llegar a Estados Unidos. De ahí partió a lo que él describe como un viaje de terror.
Desde el puerto veracruzano salió hacia Nogales, Sonora. Pasaron tres días hasta que llegaron a una “casa de seguridad” en donde los coyotes, como se llama a los que hacen los arreglos para pasar a los migrantes, dejaban a los que estaban a punto de cruzar. Esta era la última noche de descanso antes de emprender la caminata por el desierto, helado de noche y asfixiante de día.
Para los coyotes, los migrantes no son más que dinero. El trato es inhumano y una vez que comienza el viaje los peligros no cesan, cuenta Víctor. Media hora después de que por fin logró adentrarse en la zona desértica de la frontera llegaron los cholos (gente que asalta a los que cruzan por el desierto). “‘Todos quítense la ropa’, nos decían apuntándonos con sus pistolas. Nos basculearon a todos y a las mujeres peor. Nos quedamos desnudos en medio del desierto”.
De 2010 a 2014, los consulados de México en la frontera con Estados Unidos han reportado cada año, en promedio, la muerte de 300 migrantes. Para los coyotes esto no es ningún impedimento, “ellos continúan pasando personas y entre más te internas al desierto el trato es más violento”, dice Víctor.
A sus 44 años, este hombre alto y delgado recuerda que su primer viaje resultó un fracaso. Antes de llegar a la última casa de seguridad en Arizona los detuvo la policía migratoria y los deportaron a México. Para él, ahí se terminó el sueño americano.
El problema es que para los coyotes el negocio se vuelve menos redituable entre menos personas crucen. “No te dejan volver [los coyotes]. Si te quieres regresar puedes intentarlo, pero no es fácil zafarte. Te pueden hasta matar. Ellos sólo buscan más dinero”, relata Víctor. La única opción que tuvo fue caminar una vez más hacia la frontera norte de México.
Su segundo viaje tampoco fue fácil. Estuvo a punto de perder la vida al caer cuesta abajo en un cerro lleno de rocas y ramas secas. Un mes después llegó a su destino: Nueva York. Sólo vivió ocho meses ahí. El trato humillante lo hizo regresar a México. Para él esta fue una de sus peores experiencias y cuando sabe que alguien se irá al norte les cuenta su historia para que no arriesguen sus vidas.
Tres meses después de su regreso, se enteró de que un vecino tomaría el mismo camino. Intentó convencerlo para que no lo hiciera, pero no hubo tiempo suficiente. “Un lunes, desde mi ventana, lo vi [a su vecino] con una pequeña maleta. Se despidió de su esposa y se fue”. La vida de Hugo Martínez se perdió en el desierto que divide a México de Estados Unidos.
Pasaron sólo siete días para que las malas noticias llegaran a la casa de los Martínez. “El timbre de mi casa sonó. Mi esposa fue a abrir y regresó con los ojos llenos de lágrimas. Hugo murió en la frontera”, cuenta Víctor.
La causa de la muerte: un infarto a consecuencia de la caminata tan larga y correr por varias horas bajo un sol extenuante. El cuerpo de Hugo quedó tendido en el desierto, a 15 minutos del destino final. El familiar que iba con él tuvo que dejarlo ahí. Detenerse era un riesgo para todo el grupo. Llegando a Estados Unidos hizo una llamada anónima a migración para informarles sobre el deceso.
Esa fue la razón por la que Graciela, esposa de Hugo, logró evitar que el cuerpo de su marido se quedara tirado en una zona desértica al norte de México. Un mes después tenían el cadáver en casa para ser velado.
A diferencia de otros migrantes, este hombre de 45 años pudo ser enterrado en su país de origen. “Mientras vas caminando te encuentras ropa, mochilas y distintos objetos de personas que seguramente estarán perdidas o sin respirar entre las piedras del desierto”, dice Víctor.
La geografía accidentada
La frontera entre México y Estados Unidos abarca grandes áreas urbanas y desiertos amenazadores, además de ser atravesada por el Río Bravo, otra ruta que es utilizada para cruzar.
En 1996, el gobierno de Estados Unidos, a cargo del presidente Bill Clinton, incrementó la seguridad en la frontera con México, colocando un muro fronterizo entre Tijuana y San Ysidro, con la Ley IIRIRA, y a partir de 2002 la seguridad fronteriza aumentó. Los migrantes se quedaron sin opciones y comenzaron a cruzar por zonas más peligrosas, dice Cecilia Ímaz.
Entre los puntos más recurrentes para llegar a Estados Unidos se encuentra Arizona. De 2010 a septiembre de 2015 hubo un total de 911 muertes: en Douglas murieron 34 migrantes, en Nogales 89, en Phoenix 17, en Yuma 19 y Tucson tiene el mayor número de migrantes fallecidos, con 752. En promedio, cada año, 170 migrantes mueren en Arizona desde hace cinco años, lo que lo convierte en el estado fronterizo con más decesos migratorios, según datos de los consulados mexicanos.
“Se puede llamar una crisis humanitaria, pero dado que no son números pequeños se han vuelto cifras que quedan en la memoria de la tragedia”, menciona Ímaz, especialista en el tema de migrantes. “Muchos se van con el deseo y la necesidad de salir de la difícil situación, aunque saben que es probable que encuentren la muerte; incluso, algunos salen huyendo por violencia o por deudas”.
En 2010 la migración mexicana que cruzó la frontera con Estados Unidos provenía de las entidades más pobres: Chiapas, Yucatán, Guerrero y Oaxaca. Estas personas decidieron ir en busca de una mejora económica, pero sin los recursos suficientes se vuelven aun más vulnerables, explicó Ímaz. “No basta con estar alerta ante el peligro de ser encontrado por la Policía Fronteriza”, los inmigrantes que cruzan hacia Estados Unidos se enfrentan a demasiados peligros. Desde asaltos, engaños de coyotes y la muerte en el desierto, concluyó la experta.