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francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
Hace 23 años Eleazar Delgado tuvo que enfrentar una larga batalla en Pilsen para poder salir adelante. En la calle 18, donde entonces se asentaba uno de los barrios más peligrosos, plagado de pandillas, migrantes, drogas y prostitución, abrió el café “Jumping Bean”.
Nacido en Chicago, hijo de una mujer de Monterrey y de un hombre de Salinas, San Luis Potosí, Eleazar vivió la guerra de pandillas, durante varios años fue el único trabajador de su café, estaba decidido a lograr un cambio en este barrio mexicano; lo logró, pero hoy está listo a dar una nueva batalla... para defender a los migrantes.
A dos décadas de iniciar el sueño del “Jumping Bean”, Pilsen ha cambiado. Se ha convertido en un barrio de estudiantes que asisten a un campus cercano de la Universidad de Illinois en Chicago, la plusvalía se ha disparado y es un barrio multirracial, con esencia mexicana y amplio respeto.
El “Jumping Bean” pasó de ser un pequeño café donde no se paraban ni las moscas, con sus cristales rotos o vandalizados por las pandillas, a ser un lugar de referencia en Pilsen, donde en una mañana cualquiera pueden pasar a comprar un café y un emparedado hasta 100 personas en un par de horas y dar trabajo a 18 personas, principalmente jóvenes mexicanos indocumentados.
Originario del corazón mexicano de Chicago, La Villita, Eleazar cumplió 50 años en febrero pasado, es bajito, usa el cabello peinado hacia atrás, tiene el ceño endurecido y habla muy bien español, con ese peculiar acento mexico-americano. Cada vez que puede visita México, cualquier destino con tal de disfrutar el país. Se sienta al centro del café, orgulloso de su origen.
“Así me criaron mis papás. Yo he trabajado duro, he tenido buenos y malos jefes pero los buenos vi que trabajaban junto conmigo y sentí más respeto para ellos al trabajar conmigo, respetaba a la gente que trabajaba duro conmigo. Mis papás me enseñaron a respetarnos y que somos iguales”.
Dice que su café ofrece un espacio para toda la comunidad donde pueden comer un sándwich, leer un libro, tomar un café, participar en un evento, “es un espacio para la comunidad, porque lo ven para hacer cosas, recoger a sus niños, reír con amigos, o la necesidad de un buen café y es lo que ofrecemos, algo diferente para la comunidad”, dice.
“Cuando abrí era el único trabajador y ahora tengo 18, eso no se lograba si el barrio no cambiaba. Es una mezcla de toda la gente. Hay jóvenes que nacieron aquí, pero tengo una parte grande que son inmigrantes que vinieron a México en busca de una vida mejor”.
Para este americano, hijo de mexicanos, es básico que los paisanos indocumentados tengan buenos trabajos y que los empleadores no se aprovechen de su situación migratoria para pagarles menos.
“Es algo que no lo veo en blanco y negro, naciste o no naciste aquí; personas son personas y si quieres trabajar vamos a trabajar, tú y yo somos iguales, no importa de dónde vienes o si tienes o no papeles”, señala.
Es media mañana, el “Jumping Bean” está lleno pese a ser jueves. En un rato la fila de la caja llega casi a la puerta y siguen llegando clientes. Tras la barra, los jóvenes empleados de Eleazar, algunos de cabello largo, rastas, otros con tatuajes o piercing, trabajan duro. El empresario va directo: es absurdo pensar que si no tienen papeles los apoyan menos, les pagan menos, eso no se debe considerar, que sólo porque no tienes papeles eres menos que una persona, por eso siempre les digo a mis trabajadores que cuando estamos juntos somos un equipo y tenemos que seguir así, sin importar el origen mexicano, afro, güeros.
¿Y si te cae la migra?
“Vamos a esperar. Si hacen una redada. Lo primero es que es un negocio y técnicamente tienen que hablar con el dueño de un negocio.
“Yo siempre les digo a mis empleados que no se preocupen, pues voy a hacer todo lo posible para ayudarles, hablé con abogados y gente que conozco sobre cuáles son las opciones”.
Eleazar se sincera, dice que el día que llegue la migra al “Jumping Bean” estará su tarjeta, si es que él no está y hará hasta lo último para ayudarles a ellos, “porque son mis trabajadores, somos un equipo y nos conocemos desde hace mucho tiempo”.
Cada fin de año, Eleazar hace una fiesta para su equipo, descansan la Nochebuena y la Navidad, en Año Nuevo, el Día de las Madres, el 4 de Julio, el 1 de mayo. “Tengo la responsabilidad de que sean felices”, afirma.