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francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
Esta helando, pese que el sol pega con fuerza. Un viento helado dobla los árboles y peina el pasto en las calles del sur de esta ciudad en la que viven 3.5 millones de mexicanos de primera y segunda generación.
En Laramie y la calle 35, la comunidad mexico-americana no tiene miedo, al contrario, está molesta por las acciones del presidente Donald Trump. Como ciudadanos están listos para levantar la voz por sus paisanos.
El pueblo de Cicero se ha desbordado para celebrar el 5 de Mayo. Llegaron desde la tarde del viernes a una enorme feria organizada por las autoridades de la localidad y una televisora; en dos templetes se presentan grupos musicales, bailables; ellos cantan, comen y beben.
Los indocumentados mexicanos se sienten protegidos. La comunidad los arropa, los protege. Las familias están decididas a luchar por sus integrantes.
En la feria de hay un buen ambiente. Por un lado hay polcas y por otro reggaeton; se escucha música vernácula y mariachis, todo se mezcla en alegría. Niños pasean pasean a caballo, la gente come tacos, de asada, huaraches, gorditas, pambazo, incluso hay pozole.
Al pie de un escenario está Marilú Pérez, ciudadana estadounidense; su papá es de Michoacán y su mamá creció en la Ciudad de México. Aplaudea su hija Natalia, quien cantó en el escenario y remató: “¡Viva Aguascalientes!”, pese a que su español es escaso.
Pero Marilú está feliz, se le ve orgullosa mientras abraza a Celeste, su hija pequeña. Siente como una injusticia las decisiones del presidente Trump contra la comunidad mexicana. Acusa “persecución” contra los paisanos que han migrado en busca de una mejor vida.
“A nosotros nos duele aunque seamos nacidos acá. Nos duele que nos traten así, que traten a mi familia así, porque mis papás llegaron aquí como ilegales. Nos duele y nos molesta que nos traten así porque esta tierra se hizo gracias a los extranjeros”, remata.