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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Tlapacoyan, Ver.— El cacareo de las gallinas casquetas y la música de banda envuelven la casa de María del Carmen Cruz Hernández, la mujer que deambula por las calles de un pueblo que la ve como si hubiera muerto, porque con la aparición de sus videos en las redes sociales nació una nueva persona para sus vecinos: Lady Libros.
Los dos años en que logró la rehabilitación de canchas, la compra de una computadora, tres ventiladores y pintura para la Escuela Primaria Leona Vicario quedaron en el olvido, hoy la gente murmura y susurra como si sintieran vergüenza por ella.
En el poblado de Tlapacoyan, enclavado en la zona selvática del sur de Veracruz, los taxistas, la primera línea de los guías turísticos arrabaleros, conocen la historia y cuando cualquier extraño se acerca no es necesario preguntarles: “La siguiente entrada es Potrero y después es Tlapacoyan, si va a la escuela es la segunda calle entrando, la que no está pavimentada”.
Fue electa por un periodo de un año y luego reelecta por 238 padres y madres como presidenta de la Sociedad de Padres de Familia, donde tuvo la encomienda de cobrar cuotas escolares para materiales de limpieza, pintura, ventiladores, transporte para niños y rehabilitación de los espacios.
Al fondo se ve un huerto con plantas de la región; la mujer voltea a ver a sus suegros, con los que vive en esa casa de lámina de asbesto desde que se casó con un campesino de la localidad, con quien procreó tres hijos varones de 18, 11 y 8 años de edad.
“Lo escuché por que soy educada pero ahora escúcheme y compréndame, no quiero problemas”, ataja en ese corredor con piso de cemento entintado de color rojizo, con apiladas cubetas, utensilios, ropa de trabajo y algunas mazorcas de maíz blanco.
“Esta situación me provocó depresión: no comía, no dormía, el maestro no pensó cuánto me iba a dañar”, dice María del Carmen, quien fue videograbada arrebatando libros de texto gratuitos a alumnos de primaria, aunque ahora en su defensa aclara que verificaba que estuvieran matriculados.
“No fue a todos los niños, a mí se me pidió revisar a los que estaban matriculados, ver si tenían sus libros y si habían venido todos los paquetes; si sobraban o faltaban libros debía notificar, y también ver que quiénes hubieran cubierto sus cuotas acordadas en la asamblea de padres”, relata.
Las pilas de leña seca y la mesa larga color rojo ven pasar las hojas que salen de una carpeta con los logros que obtuvo como presidenta de la Asociación de Padres de Familia, incluso conseguir que el ayuntamiento de Santiago Tuxtla le donara pintura para el colegio que ahora es un hervidero de chismes y pleitos entre maestros.