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natalia.gomez@eluniversal.com.mx
Los proyectiles de arma de fuego les entraron por el cuello posterior y les atravesaron hasta partirles la mandíbula, destrozarla. El médico Manuel Sáenz estaba preparado para la intervención. Su pericia lograda entre 2008 y 2010, cuando los hospitales de Chihuahua recibían al día a cinco heridos por arma de fuego, lo acreditó.
Esta vez, el médico de 48 años, originario de Chihuahua, no atendía a los heridos en México, sino en Sudán del Sur, un país de África que en 2011 consiguió apenas la independencia de sus vecinos del norte, pero que enfrentó una guerra civil étnica por la que han muerto más de 50 mil personas.
Manuel Sáenz llegó al país más joven del mundo, en el que existen más de un millón de desplazados y donde, según el Fondo de Naciones Unidas para la infancia (Unicef), debido al conflicto presente en algunas zonas del país, sólo uno de cada 10 alumnos que se escolarizan consigue terminar la educación primaria, en un marco donde se carece de infraestructura y de profesores capacitados.
Juba es la capital de Sudán del Sur. En ese país no existe una red de transporte y las únicas calles pavimentadas están en la capital, pero menos de 20% de la zona tiene ese privilegio. No hay redes de agua potable, ni de cableado eléctrico, y casi todas las instalaciones grandes y edificios tienen su propia planta y un aljibe que llenan con camiones-tanque.
Desde el hospital militar, ubicado en Juba, Manuel Sáenz atendió durante dos meses a la población afectada por lesiones de armas de fuego. Las experiencias se acumularon día tras día, pero también la sorpresa por atender ciertos casos. A pesar de que había tenido contacto con ese tipo de heridas, las condiciones de extrema carencia para atenderlas representan desafíos adicionales. No se cuenta con tomógrafo, sala de rayos X o laboratorio.
Pero la impresión mayor se centró en la superviviencia de la gente en sus comunidades días después de haber sido lesionadas por armas de fuego. Fue el caso de esos dos pacientes que llegaron con vida al hospital con su mandíbula partida en dos.
“Lo increíble no es tanto la lesión, sino que uno tenía dos semanas de evolución y el otro cinco semanas. ¿Cómo comieron? ¿Cómo sobrevivieron? Eso lo vuelve impresionante, porque están en el bosque, porque no tienen agua potable, no tienen más que las cabañas que utilizan, no se lavan las manos, comen lo que encuentran, viven en la edad de piedra prácticamente”, cuenta en entrevista el médico, quien estuvo de visita en territorio mexicano.
Las historias se cuentan por montón. Ha habido pacientes que tienen desde 10 días hasta un año con la herida por proyectil de arma de fuego sin atenderse.
Apoyo de la Cruz Roja Internacional
Es el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) el que lleva auxilio a esa región, donde, además de arrojar comida desde sus aeronaves, pasa de manera periódica por los heridos de gravedad a comunidades a las que tiene acceso.
El CICR llevó a Manuel Sáenz a Sudán del Sur, como parte de un convenio de colaboración con la Universidad de Chihuahua, con la que realizan seminarios de enseñanza de cirugía de trauma para heridas derivadas de violencia.
En octubre de 2014 se firmó el convenio y en febrero del año pasado, el médico, quien había sido nombrado enlace con el CICR, tuvo su primera sesión de trabajo con el coordinador del programa, Julio Luis Guibert, cirujano de guerra.
“Se percató de que tengo cierta experiencia en cirugía de trauma de este tipo de problemas y me invitó a que fuera a misiones de campo con el CICR. Para nadie es un secreto que en el estado de Chihuahua tuvimos hace algunos años un repunte importante y bastante grave en cuanto a situaciones de violencia, y ese problema nos tomó desprevenidos, la verdad”, narra Sáenz.
Lo habitual, antes de 2008, es que en los hospitales de Chihuahua se atendiera a uno o dos pacientes al año de herida por proyectil de arma de fuego y muchos más pacientes, producto de accidentes de trabajo, de tránsito, caídas o daños por arma blanca.
A partir de 2008 se registró una escalada que duró hasta poco más de 2010, en la que llegaron a recibir en hospitales de Ciudad Juárez de tres a cinco lesionados al día por arma de fuego.
—¿Por qué la decisión de ir a Sudán? —se le pregunta al médico.
—Toda decisión tiene su parte personal e institucional. Por la parte institucional, era importante que consolidáramos la participación que tenemos con el CICR, particularmente porque nos sentimos muy responsables de responderles, porque fuimos la primera universidad [la de Chihuahua] a la que se acercaron a solicitar un convenio de participación académica. El doctor Guibert nos dijo que nos escogió por el alto nivel que tiene la facultad; en el plano más personal, era mostrarme y mostrar a mis hijos que no hay fronteras para fines de desempeño profesional, y es una experiencia que no se tiene tan fácilmente en la vida.
A Sáenz, formado en Guadalajara y con su especialidad hecha en el Hospital General de Chihuahua, le tocó atender dos heridos por lanza en Sudán del Sur, pero también por RPG (lanzacohetes), lesiones que seguramente en México atendió, pero con la diferencia de que los pacientes les llegan minutos después de haber sufrido la agresión.
En Sudán del Sur, cuando se realizan suturas, las personas quedan hospitalizadas hasta retirárselas, por la imposibilidad de que vuelvan
al hospital.
El cirujano mexicano convivió en su estancia con especialistas de todo el mundo: un alemán cirujano en jefe, un cirujano ruso, otro de Uzbekistan, un ucraniano, un anestesiólogo hindú, otro boliviano, dos enfermeras de Finlandia, dos de Nueva Zelanda, dos de Inglaterra y una de Dinamarca.
Las carencias
Manuel es formador de médicos residentes en Chihuahua. Expresa su tristeza por no poder llevar a sus discípulos a enfrentar las carencias de Sudán del Sur. “Aquí están acostumbrados a tener todo en los hospitales; cuando estás allá no hay tomógrafo, ni rayos X, ni laboratorios.
“Al día siguiente de la cirugía, si el paciente empieza con fiebre no tienes laboratorio para hacer la prueba, entonces tienes que hacer lo que no hacemos regularmente, que es explorar al paciente, interrogarlo y tratar de ver si es malaria, meningitis, tétanos o de plano la herida se infectó. Eso lo tienes que decidir viendo al paciente encima de la cama y no pidiendo estudios como en México”, cuenta.
Más de 200 organizaciones humanitarias derraman recursos en Sudán del Sur y falta ayuda. “Es muy desesperanzadora la situación, pareciera que no hay una salida, sobre todo cuando ves la cantidad de ayuda que se entrega, que son millones de dólares, y sigues viendo mucha necesidad. Si me preguntaran: ‘¿A dónde te gustaría irte otra vez?’, regresaría a Sudán”, afirma.
Pero su trabajo con el CICR lo ha llevado a otro destino. Apenas el jueves 19 de mayo aceptó una nueva misión de tres meses. Se encuentra en Beirut, en El Líbano, desde el 8 de junio pasado. Ha llegado a un país estable internamente, pero ubicado en la zona de conflicto en Oriente Medio, desde donde presta ayuda médica humanitaria para los refugiados sirios.