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Francisco habla con cariño a su rebaño bajo el sol quemante del oriente del valle de México, y a través de la televisión, al país y al mundo; es un religioso humilde que enseña a rezar a los fieles de su Iglesia y los atrapa con orientaciones espirituales como, por ejemplo, respetar la dignidad propia y la de los demás.
Hay mucho que aprender de las palabras del Pontífice, tercer obispo de Roma que viene a México y a quien se le organiza una misa con zonas VIP (persona muy importante, por sus siglas en inglés), como hoy que instalaron carpas, letrinas de lujo, box lonches para la gente bonita e integrantes del sector político que, por supuesto, no tendrán contacto con los creyentes de clase media, popular y los de estratos sociales más abajo.
Al mediodía, el Pontífice dice misa, y en esa ceremonia religiosa imparte sus enseñanzas desde un altar gigantesco, que no montaña, con diseño de pirámide, lo suficientemente extensa para dar espacio a la jerarquía católica mexicana que lo acompaña aquí en las coordinadas de uno de los desafíos sociales más grandes de México: el municipio de Ecatepec.
Unas veinte horas antes, su rebaño se fue reuniendo; la gente aguantó una madrugada de congeladora, con la sensación térmica de cero grados, pero con una alegría anclada en cantos parroquiales —“¡Ale-lu-ya, Aaale-lu-yaaa!”—, y una organización eclesial capaz de movilizar a los creyentes católicos de los confines de México y plantarlos como soldados de la fe, sí, pero con logística eficaz para traerlos aquí. “¡Viva Cristo Rey!”, es una voz que los identifica y nutre su convicción, y la manifiestan en su serenata de anoche.
¿Cómo explicar que para ver a un hombre bueno, que habla de amor espiritual, que este día ha hablado de no caer en la tentación de la riqueza, vanidad y orgullo, haya zona VIP y se deban colocar miles y miles de efectivos de seguridad pública dentro de El Caracol, la superficie seleccionada para la misa; levantar kilómetros de vallas metálicas, detener el tránsito en áreas seleccionadas desde 24 horas antes, cercar la región con filtros de revisión, utilizar equipos caninos, infiltrar a efectivos del Ejército y la Armada camuflado de paisano?
Cierto que “el que nada debe, nada teme”, pero el jesuita que de cardenal Bergoglio usaba el Metro en Buenos Aires, hoy vive dentro de dispositivos de seguridad (para él y las masas humanas que atrae).
Si el papamóvil no es blindado, a sus lados corren dos docenas de guardias de élite, el vehículo tiene estribos por los cuatro costados para formar un muro humano en un ataque, la escolta de motociclistas es necesaria para un operativo de reacción, y la descubierta del convoy es una camioneta con rastreadores de todo mal destructivo, no moral.
Peligrosa multitud empuja. Sin embargo, los riesgos también están en otra parte, como hoy, aquí en el municipio más poblado de México, en que esos peligros caen como sombras sobre las multitudes. El papamóvil con Jorge Mario Bergoglio recorre Ecatepec y a unos minutos de entrar al lugar, un desesperado responsable de Protección Civil irrumpe en la carpa de la orquesta sinfónica y el coro: “¿Quién maneja el micrófono, quién, rápido, dígame? Se debe detener a la gente que en medio empuja hacia adelante y no la podemos contener”.
Bajo el sol, tras 12, quizá 13 horas de estar apretujados, los asistentes olvidan el mensaje de sus cantos celestiales de la madrugada, y están a punto de causar una tragedia, que se gesta momentos antes de que llegue el convoy blanco.
El maestro de ceremonias, que es como un vocero del cielo, dice en el lugar, al que está a punto de llegar el Papa, con la misma serenidad con que había orientado sobre qué cantar al entrar el papamóvil (nadie le hizo caso) pide a la gente dejar de empujar.
Fue convencido por ese ángel de la Protección Civil que con dureza le dijo: “Si no hacen caso y dejan de empujar, tendremos que pedir la intervención de la Gendarmería”, había advertido ese ángel de la Protección Civil. La multitud ha barrido con un pasillo y bloquea el acceso a una cuatrimoto con camilla para atender insolados.
Les van a hacer ‘casita’. Otro problema más serio está a punto de generar una crisis: no hay letrinas suficientes. Las personas necesitadas no avanzan; esperan más de una hora para lograr su desahogo. Sufren hombres y mujeres, hasta músicos, el coro, bailarines de una amenidad que no será visita. La gente desespera por un sanitario. La solución la impone la urgencia: “Señoras atrás les van a hacer ‘casita’ con una cartulina”.
Como si se tratara de la hora crítica del hundimiento del Titanic, voluntarias encargadas del área hablan con autoridad: “Quienes van a pasar a los baños, rápido, a lo que van, plis, por fa”, ordena una de ellas que ve la angustia con que la mira gente de la zona VIP a la que no le queda de otra.
Y así le sucede a una dama, que en silla de ruedas es llevada en andas, a toda prisa, por dos fortachones de la Policía Federal y uno de la Marina Armada de México, que en su atención ponen todos sus conocimientos sobre urgencias. La dama ha quedado a salvo, pero de regreso pasa por una fila de desesperados que sufren el infierno en El Caracol. La voluntaria grita, apura, presiona: “¡A lo que van, rápido!”.
Un gran evento puede irse por la letrina, con todo y gente VIP, veteranos ya en las visitas papales.