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Francisco, el tercer papa en visitar México, 37 años después de las movilizaciones de 20 millones de mexicanos que siguieron a Juan Pablo II, encontrará un país con muchos cambios en los escenarios de la sociedad y la política, mientras que en la Iglesia católica muchos obispos renuentes a su agenda se “comen las uñas”, “tienen insomnio” y “están espantados”, pues se espera que el Pontífice les dé una sacudida y un tirón de orejas.
Académicos especialistas en religiones dicen que la clase política estará lejos de la ocasión de alcanzar legitimidad irradiada por el liderazgo de Jorge Mario Bergoglio, y coinciden en que el presidente Enrique Peña Nieto —anfitrión de la séptima visita papal— de ningún modo mejorará la imagen de su gobierno por el simple hecho de recibir al Pontífice.
Los escenarios que proyectan los especialistas para esta visita conjugan la agenda de Francisco —quien llama a los monseñores a “ensuciarse los zapatos”— con un país que ha duplicado su población desde la primera visita de Karol Woj-
tyla, que ha disminuido el porcentaje de creyentes católicos y dejó el esquema de autoritarismo por el pluralismo político, mientras que la feligresía es pastoreada por una cúpula clerical reunida en la Conferencia del Episcopado, de las más conservadoras de América Latina.
Elio Masferrer, emérito de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y presidente de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones; Bernardo Barranco, sociólogo de las religiones, y Roberto Blancarte, profesor investigador de El Colegio de México, analizan las seis visitas papales en su contexto social y político, los cambios que detonaron, y anticipan las huellas que podría dejar el papa Francisco entre el 12 y el 17 de febrero.
“Si pensaron que su llegada era como un salvavidas para tener a la gente embobada con que vino el Papa, están en un error”, y el hecho de que no vaya al Congreso “significa que el señor cuida su imagen”, dice Masferrer. Barranco expone: “La clase política busca en la dimensión religiosa la legitimidad que no encuentra en el pueblo, y regresa a la Edad Media, en la que los reyes tenían la legitimidad de Dios”, y Blancarte lamenta que los políticos tienen poco claro lo que significa laicidad y coquetean con la figura respetada del Pontífice para aparecer junto a él.
Coinciden en que la primera visita de Juan Pablo II, en enero de 1979, con José López Portillo como Presidente, es la más importante del paquete, que incluye la de mayo de 1990 y agosto de 1993, con Carlos Salinas de Gortari; de enero de 1999, con Ernesto Zedillo; la de agosto de 2002, con Vicente Fox, y la de marzo de 2012, de Benedicto XVI, con Felipe Calderón.
Masferrer hace hincapié en que el presidente Luis Echeverría, en visita al Vaticano, invitó al papa Paulo VI a visitar México, cuyo marco jurídico desconocía a las Iglesias y, al iniciar su pontificado, Juan Pablo II encuentra entre los pendientes viajar al país.
“Las visitas de Wojtyla se caracterizaron por estar políticamente controladas por sectores conservadores de la Iglesia católica”, dice Masferrer. “El Papa está convencido de que la Teología de la Liberación latinoamericana es una especie de cabeza de puente de los soviéticos”. Además, les da el control social y político de la visita a los Legionarios de Cristo.
Marcial Maciel, fundador de la congregación, fue el único prelado mexicano que subió al avión de Juan Pablo II, hasta 1999, cuando lo bajaron. El escándalo de pederastia estalló en 1996, pero antes tenía picaporte y “eso le dio a la corriente de la teología de la prosperidad un poder impresionante”, comenta Masferrer.
Bernardo Barranco dice que Juan Pablo II cimbró a la clase política, con un PRI con maquinaria de “acarreos”, que vio las más grandes movilizaciones que se han dado en la historia de México en ese enero de 1979.
La segunda visita, en 1990, tuvo una agenda política muy clara: impulsar los cambios constitucionales a artículos que relegaban a la Iglesia (130, 27, 24 y tercero), que marcan la reanudación de relaciones con el Vaticano, reforma que logra frente a un régimen necesitado de legitimidad tras las elecciones presidenciales de 1988, narra Barranco.
Carlos Salinas de Gortari es el presidente que obtiene legitimidad de las visitas papales, señalan los tres estudiosos. Reportan fuertes vínculos de su gobierno con el nuncio apostólico Girolamo Prigione, quien “parecía miembro del gabinete”, dice Masferrer, quien recuerda que se le llamaba en algunos círculos “PRI-Gione”.
Barranco habla de la teoría de Prigione, apoyado por el Vaticano y el Papa, de hacer de la Iglesia un factor de gobernabilidad. “El que más aprovechó [legitimidad por parte del Papa] fue [Carlos] Salinas”, afirma Blancarte.
El asesinato del cardenal de Guadalajara Juan Jesús Posadas, en mayo de 1993, atacado por sicarios del Cártel de los Arellano Félix, marcó la tercera visita papal, a Mérida, primera vez en que Juan Pablo II fue recibido como jefe de Estado. Tensión y descontento de los obispos por el asesinato del cardenal Posadas, señalan los expertos, caracterizaron la breve visita a Yucatán. La luna de miel del gobierno salinista con la iglesia de Prigione comenzó a fracturarse, y fue la primera señal de descomposición de un México más violento.
Agotamiento de carisma
Con Ernesto Zedillo, con un régimen político plural, acaba la hegemonía priísta en el Congreso; en 1999 el Pontífice encuentra un interlocutor adicional distinto al Estado. Sus visitas, de la cuarta a la sexta, estarán manejadas por los poderes fácticos de las televisoras y empresas patrocinadoras que comercializan la imagen de Juan Pablo II en papas fritas, refrescos y otros productos. Se venden lugares VIP, preferentes sobre los espacios para las multitudes.
Masferrer dice que “en 1999, Karol Wojtyla muestra lo que los científicos sociales llamamos el agotamiento de carisma, no junta tanta gente, porque las circunstancias históricas han cambiado, no existe la novedad de la venida del señor y las pautas culturales de los mexicanos se han modificado”.
La Iglesia católica está dividida, lo cual es evidente desde 1994, con la rebelión zapatista. Ernesto Zedillo, refiere Blancarte, tenía un rechazo a las actividades de la Iglesia en Chiapas, particularmente por el obispo Samuel Ruiz.
Los expertos coinciden en que con Vicente Fox, en 2002, el error mayúsculo fue que el jefe del Estado mexicano besara el anillo papal, y de hecho las relaciones en su periodo “fueron más bien jocosas y se prestaban a chismes y sobresaltos diplomáticos, como cuando fue al Vaticano con su esposa y como no estaban casados los recibieron aparte”, explica Blancarte.
Con Benedicto XVI, en 2012, se repitió el esquema de la organización de la visita con patrocinadores, y mientras Felipe Calderón impulsaba la reforma constitucional al artículo 40 que incluía la laicidad del Estado, con sus creencias morales personales al parecer intervenía en asuntos como el aborto, comenta Blancarte.
Esta vez, con Francisco, la Conferencia del Episcopado ya no escribe los discursos que luego retoca el Papa, por ello esta jerarquía desconoce de qué va a hablar el Pontífice. Quienes redactan ahora las tarjetas son los jesuitas y dominicos, principalmente, quienes tienen universidades y escuelas, y respaldaron a Samuel Ruiz, dice Masferrer.
Los jesuitas tienen trabajo en Chiapas y se opusieron a la reforma en materia de Iglesias de 1992, impulsada por Prigione con el gobierno de Salinas, y en ese tiempo el presidente de la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México era José Morales, rector de la Universidad Iberoamericana cuando se desarrolló el movimiento Yo Soy 132, anota Masferrer. El conflicto entre religiosos y clérigos sigue, y Francisco es de los primeros.
Dicha línea de tensión estará presente en esta visita, invisible. Y es previsible que Bergoglio “jale las orejas” a los obispos, que les hable fuerte, como hizo en Brasil; que hable duro contra la corrupción, las mentiras de los políticos, contra la idolatría al dios-dinero, contra la trata de personas y los abusos a migrantes, coinciden.
Masferrer explica que el Papa no viene a fortalecer a nadie; viene a poner los problemas en la agenda, es el estilo de los jesuitas. Va a mencionar los asuntos que molestan a políticos, y “va a llamar a los feligreses a que desobedezcan a los obispos que no hacen su chamba”.
Bernardo Barranco concluye: “Muy probablemente Francisco venga a sacudir la Iglesia mexicana, a cuestionar estilos, a hacer llamados por cambios importantes. Y en el conflicto sub- yacente en la Iglesia local cobra mayor interés el tipo de Iglesia que imagina para México”.
Otro punto de conflicto se percibe entre el gobierno y el Episcopado, jerarquía que es más crítica respecto de lo que sucede en el país, dice Blancarte, quien no está seguro de que la visita papal aporte una buena imagen a esta administración y que ayude a solucionar problemas.