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Arteaga, Michoacán
No lloré, pero poco me faltó, dice el alcalde del municipio de Arteaga, Michoacán, quien se declaró rebasado e impotente por no poder hacer más para ayudar a las familias afectadas por las fuertes lluvias que dejó el remanente del huracán Patricia el pasado fin de semana.
Al conformar el comité de Protección Civil, el presidente municipal Bernardo Zepeda reveló que hasta el momento no han podido cuantificar todos los daños causados por el fenómeno natural, ya que aún hay cerca de 300 comunidades incomunicadas.
Ello representa 80% del total de poblaciones de ese municipio y a las que no han podido tener acceso por las afectaciones de cerca de 5 mil kilómetros de caminos rurales y daños en los tramos carreteros Carapan-Playa Azul, Carapan-Las Cañas y Arteaga-Tumbiscatío.
En el resto de las poblaciones, incluida la cabecera municipal, informa que derivado del conteo parcial de daños tienen un registro de al menos 400 familias afectadas en su patrimonio, de las cuales seis viviendas fueron siniestradas en su totalidad y 50 más con severas fracturas parciales.
Del total, Zepeda Vallejo explica que, además de una casa de salud desprendida completamente del piso, en unas 150 viviendas de la cabecera municipal las familias perdieron todo, desde ropa y calzado hasta enseres domésticos que fueron arrastrados por las fuertes corrientes de agua.
“En ese sentido, nosotros vemos el panorama muy triste porque no hemos tenido la respuesta que quisiéramos. Nosotros vimos que a Michoacán no se le tomó mucho en cuenta como pasó con Jalisco y Colima, pero estamos haciendo lo que nos corresponde y hemos ya avisado al estado. Ojalá que Arteaga sea declarada zona de desastre”, expresa.
No obstante, reconoce a los habitantes de la región que se volcaron a respaldar a las familias que resultaron afectadas en su patrimonio o que estuvieron en un riesgo mayor por desbordamiento del río principal que dejó inundaciones de hasta un metro.
Para el alcalde estas cifras representan un siniestro en su municipio, “pero dinero no hay y todos saben que Arteaga es uno de los municipios más pobres del estado y al que no nos han mandado ni lo que nos corresponde de participaciones”, aclara el edil.
Bernardo Zepeda teme que exista un riesgo sanitario que podría afectar a miles de familias, ya que la fuerza que llevaba el río arrastró también aguas negras, que se expandieron en las zonas aledañas.
Dios no me quiere llevar. Una de las personas más afectadas por el remanente del huracán Patricia en ese municipio de la Tierra Caliente es don Custodio Silviano Valdovinos, quien estuvo a punto de ser arrastrado por el agua. Su casa quedó en ruinas; más de la mitad fue desprendida por la fuerza del meteoro y ahora es solamente un cúmulo de escombros espolvoreados con cal para evitar que se propague una contaminación.
Arrastra su pierna izquierda y hay que gritarle para hacerle las preguntas debido a sus problemas auditivos. No tiene fuerzas ni para sostener sus brazos, pero está dispuesto a platicar con EL UNIVERSAL porque le quiere pedir a las autoridades que lo ayuden; más aún, le quiere mandar un mensaje a su ser supremo.
El señor de 97 años de edad no quiere vivir más y reprocha una y otra vez: “Dios no me quiere llevar”. Es lo único que pide porque relata que ya no tiene caso sufrir más en vida.
Custodio no se puede sostener por sí solo, requiere de una andadera y es auxiliado por algunos vecinos de la colonia Centro, ya que el único familiar que tiene es un sobrino que lo abandonó en la casa marcada con el número 25 de la calle Allende, misma que quedó en ruinas tras el paso de Patricia. Poco puede hablar, pero relata que mientras dormía escuchó fuertes golpes en el interior de la vivienda donde ha sobrevivido en los últimos años; pensó que moriría y que iba a pagar todas sus travesuras”.
Esa habitación infestada de fauna y basura era su refugio, pero la lluvia la vació luego de desprenderle por la fuerza las paredes que albergaban a don Custodio, quien ahora está bajo los cuidados de algunos vecinos.
No puede más y grita porque ve cómo la fuerte corriente del río ingresa a la única habitación que tiene esa casa abandonada en la que ha vivido.
“Yo le metí mucho dinero a la escuela de ese muchacho; todo mi trabajo era para él y ahí me dejó, me dijo que regresaría por mí y ya ni lo vi más; por ahí anda, me dice la gente, pero yo no lo he visto desde que me encerró en ese cuarto. Ojalá lo vuelva a ver”.
El hombre que por su edad casi ha perdido la vista se quiere regresar a esa casa y saber que ya no lo hará le llena de nostalgia. “Yo me acuerdo nada más cómo iba subiendo el agua a la ladera y que se llevaba mis cosas; me caí y la corriente me empezaba a arrastrar. Luego ya fueron unas personas y me trajeron aquí, pero yo creo que ya no voy a poderme regresar, ¿verdad?”. No puede más, respira y mientras se le desprenden unas lágrimas, Silviano revela que en toda su vida este es el segundo fenómeno natural, después del terremoto de 1985, que le ha generado temor y que le ha cambiado la vida.
El artesano retirado se siente cansado y pide que lo lleven a recostar, no sin antes señalar: “Yo no me rajo de lo que hice en esta vida, he sido muy travieso y yo no sé si algún día me vayan a perdonar, pero lo único que no entiendo es qué hago aquí si ya perdí todo, hasta una casa que no era mía”.
Don Custodio ahora no acepta que tendrá que vivir bajo el techo de una familia ajena a la suya y ha anunciado su escape de la casa donde lo han albergado, pero no puede. La vida se encargó de postrarlo en cama o detrás de una vieja andadera de aluminio o ponerlo a los pies de Patricia que destruyó el techo bajo el que vivió por muchos años.