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En el panteón San Lorenzo Tezonco no hay descanso eterno. Entre tumbas y coronas, más de 200 agentes vigilan y registran a quienes asisten al sepelio de Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos.

En total, al entierro del presunto líder del “extremadamente violento” Cártel de Tláhuac asistieron 400 personas, según elementos de la policía preventiva de la Ciudad de México.

“Son agresivos, andan armados y están en su territorio”. Para los policías no hace falta otro motivo que justifique la presencia de elementos y del helicóptero de la SSP que resguardan el cementerio de Iztapalapa.

Esa fama de provocadores y el permanecer en el rumbo del que se presume fuera líder de narcos en Tláhuac, ha convertido el panteón en un campamento de policías.

Así, vigilantes y desconfiados, esperan la llegada del cortejo fúnebre de Felipe de Jesús, El Ojos.

Nadie, ni los policías, ni enterradores, saben bien la hora en que arribará la comitiva. Unos a otros, por radio, por teléfono, a gritos, se informan “ya pronto llegarán”.

Ese “pronto”, tarda poco más de seis horas en llegar. Quienes ahí esperan ya no se resguardan del sol, sino de la lluvia que acompaña a los primeros allegados del acaecido.

Son unos siete automóviles, ocupados por al menos 20 hombres y mujeres, que intentan pasar de frente e ignorar a los policías que les han pedido detenerse.

La orden se cumple cuando una fila de agentes obliga a detener la marcha del séquito.

Se resisten a ser registrados. Se oponen a bajar de los coches. Golpean a los policías.

Los refuerzos de los agentes llegan a paso veloz para obligar a ese grupo de rijosos a ser examinados. Hurgan pantalones, chamarras, gorras, botas y hasta en ropa interior.

Los policías buscan y encuentran armas y balas. Son dos las que se han visto debajo de los asientos de los automóviles. Dos hombres son aprehendidos. Cinco más, que intentan rescatar a sus cómplices, son detenidos tras golpear a los policías.

Pero tras las detenciones, la calma no llega al panteón. Ahí, músicos de banda, dolientes ajenos al Ojos, trabajadores y curiosos, son sospechosos que merecen ser hurgados.

Al panteón San Lorenzo “pronto llegará El Ojos”.

Ahí, donde las puertas usualmente son cerradas a las cuatro de la tarde, Felipe ha hecho que permanezcan abiertas dos horas más.

Trabajadores, vendedores de flores, sepultureros, esperan realizar el último servicio: Sepultar el cuerpo de Felipe de Jesús Pérez Luna.

Poco después de la cinco de la tarde, el cortejo fúnebre se acerca al
cementerio.

Son unas 400 personas que han recorrido a pie las calles de Tláhuac. Lo hacen detrás de la carroza del Ojos.

“¡Se ve, se siente, Felipe está presente”," corean, como si fuera su héroe.

Lo llevan en hombros mientras otros cuidan los alrededores. “Está prohibido grabar”, advertían, mientras el cortejo seguía su camino.

Ante la mirada de los policías, la gente de Felipe golpea y arrebata teléfonos o cámaras que tomen testimonio del paso de la carroza que lleva a El Ojos en su último trayecto terrenal.

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