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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Cuando la violencia tocó a la puerta de su casa, golpeó a todos por igual, incluido al más pequeño del clan.
La desaparición del jefe de familia dejó en el limbo cualquier explicación que pudieran darle a Marcos, de seis años, por llamarlo de alguna manera, porque el miedo que dejó la incursión de la delincuencia en su hogar aún no les deja asomarse plenamente a su antigua cotidianidad.
Al padre del niño, Juan Manuel, de 28 años, se lo tragó la tierra en el puerto de Veracruz, como a otros 2 mil 312 veracruzanos que sólo existen en las cifras oficiales de denuncias, pero que físicamente se ausentaron de sus hogares en medio de una guerra entre cárteles de la droga, el combate oficial contra el delito y muchos factores más.
Fue en el año 2013 cuando jamás volvieron a saber del hombre, aunque descubrieron que la última vez que fue visto con vida había sido “detenido” por presuntos elementos de la policía, versión que no han logrado comprobar.
“Cómo le explicas al niño que su papá está desaparecido, que no está muerto, que está vivo, pero que no está con nosotros”, dice su madre. No han encontrado, hasta ahora, la forma de decirle, porque ni ella misma sabe si su esposo “se fue al cielo” o sigue en cautiverio.
Cuando dejó de ver a su papá tenía tres años, pero a la fecha sigue preguntando por él y siempre les dice a los más grandes si se fue al cielo, porque le gustaría alcanzarlo. Nadie se atreve a confesarle que ha muerto, porque todos tienen la esperanza que aparezca con vida algún día, pero tampoco le dicen dónde está. El niño se volvió más retraído e incluso en algunas ocasiones tiene pesadillas por las noches, la mayoría de las veces cuando “por accidente” escucha en pláticas de adultos recordar o dar detalles de los indicios sobre quienes pudieran estar detrás.
En la calle, al ver a oficiales policiacos, sobre todo a aquellos que van armados hasta los dientes, trata de alejarse de ellos, y aunque nada dice a su madre, ella se da cuenta que lo hace porque ha escuchado que son señalados como causantes de que su papá no regrese a verlo.
Sigue jugando porque —dicen los especialistas en tanatología— por su edad aún no logra comprender lo que ocurre, pero hay días que se le nota alejado del mundo que le rodea, un mundo de cariño y amor.
Por el contrario, en el municipio de Tierra Blanca, la señora Elvira Gómez López todavía sigue sin atreverse a decirle a su nieta de cinco años que su papá, Rodrigo Gómez López, desapareció un 19 de septiembre del 2013.
“No hay explicación… no tengo que explicarles por qué nada mas pensamos que desaparecieron y que el responsable de todo es el gobierno, porque no pone un límite a esto”, dice la mujer con nueve hijos.
Ese día, en la carretera Tierra Blanca-Córdoba, desaparecieron dos de su hijos: Rodrigo Gómez López, de 19 años, albañil y dedicado a cambiar durmientes de vías del tren, y Juan de Dios Gómez López, de 17 años, dedicado a comercializar bolsar.
Todos fueron afectados. Una de las hermanas de los desaparecidos intentó suicidarse a los 15 años; otro más sigue sin entender qué ocurrió, y la hija de Rodrigo aún espera verlo con millones de pesos en las bolsas porque le han hecho creer que se fue a trabajar a Estados Unidos.
“Su hija piensa que su papá va a regresar con mucho dinero porque está trabajando mucho, cuando yo salgo a buscarlo o a las juntas le digo que voy a ir a buscarlo y ella responde: ‘Ay, mi papá va a venir bien rico de donde trabaja’”, relata.
“Todos son más rebeldes y uno de mis hijos, que ahora tiene 16, me pregunta por qué pasó esto; la otra estuvo a punto de quitarse la vida cuando cumplió 15 años. De la noche a la mañana te los arrebatan sin decir por qué, cuándo o quién fue…, nada”, dice.