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francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
La doctora Paulina Millán Hernández ha visto pasar frente a ella a los familiares de siete compañeros de la Policía Federal (PF) que murieron durante los últimos meses, a tres de ellos los mataron en el mercado de Chilapa, Guerrero, otro fue abatido cuando rescataba a una familia secuestrada, todos en cumplimiento del deber. Fue el 24 de junio pasado. Marisol Cruz de Jesús, esposa de César Arce Florentino; María Ángela Flores, madre de Rafael Gómez Flores y Narcisa Arreola Morales, mamá de Alejandro Tínoco Arreola, todavía lloran a sus muertos al tomar la mano del presidente Enrique Peña Nieto.
Sus compañeros los consideran héroes, pero no son los únicos oficiales que recibieron la tarde de ayer, de manos del Presidente, la Condecoración Caballero Águila, quizá el reconocimiento más triste que puede tener un policía federal a través de su familia.
Al mediodía, en el corazón del Mando Central de la Policía Federal, en Iztapalapa, hace calor. Alina Barragán Magaña es esposa del inspector de Seguridad Regional, Alberto Luna Carmona, quien murió en la carretera San Luis-Matehuala mientras auxiliaba en las labores de rescate de un accidente en diciembre pasado... se ve tranquila.
Pero Berenice Gómez Aguirre, quien camina con un bebé en brazos, es esposa de Julio César Chávez Martínez, e Ingrid Gisela Vallejo Hernández, es esposa de Julio César Eduardo Arredondo Martínez, abatido en cumplimiento de su deber, se ven desconsoladas, igual que Paulino Galindo Pérez, su hermano Ricardo fue muerto cuando rescataban a una familia plagiada
La corporación reconoce a sus compañeros. Peña Nieto está flanqueado por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong y por el secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos; el secretario de Marina, el almirante Vidal Francisco Soberón, y la procuradora Arely Gómez.
Millán Hernández, médico egresada del IPN, ve en primera fila el reconocimiento, que en medio del dolor puede recibir un policía federal a través de su familia. Ingresó a la PF hace cuatro años y desde entonces se ha dedicado a atender a sus compañeros donde sea.
Hace unos días, durante un enfrentamiento, atendió en una misma jornada a 90 compañeros que resultaron heridos, pero se concentró en uno de los elementos que ante las lesiones sufrió cuatro paros respiratorios. Lo salvó. Recibió del Presidente la Condecoración al Mérito, la presea más importante.
“Ser policía federal dedicada a la misión de cuidar, sanar y aliviar el dolor de mis compañeros me ha hermanado con las historias, las escenas, los retos que a diario viven. Esto le ha dado una nueva dimensión a mi vida”, dice.
Subraya que los policías como ella tienen el compromiso indeclinable de actuar con entrega humanista, respetando y protegiendo a toda costa la vida y los derechos de las personas. “Siempre estamos ahí para la ciudadanía, para los policías. Siempre estamos alertas y dispuestos a apoyarlos”, ataja.
Comenta que trabajan en las regiones donde hay violencia para que no haya temor y vuelva la tranquilidad. “Nos ha tocado vivir situaciones muy dolorosas, en ocasiones muy difíciles. Pero la dureza de estas vivencias no nos vence. Por el contrario”.
Reconoce a su compañera Angélica Segundo González, con quien, dice, ha vivido situaciones críticas en la atención de muchos compañeros lesionados durante enfrentamientos. “Nunca olvidaremos que, en cuestión de segundos, debimos tomar decisiones para salvar la vida de un compañero”, dice Millán.
“Él presentó un paro cardiorrespiratorio y logramos sacarlo adelante. Esto, haciendo trabajo en equipo con mandos, con demás compañeros, que nos apoyaron para trasladarlo rápidamente al hospital. Sentir que la vida de un compañero está en nuestras manos es algo difícil de narrar”, explica.
Al día siguiente lo visitó en el hospital. “Nos abrazó, nos dio un beso y nos dijo: ‘Muchas gracias. Si no hubiera sido por ustedes, ya estaría en una plancha’”. Dice que los policías federales son agradecidos y generosos con sus médicos, que los cuidan y nunca dejan solos.
Cada uno de los hombres y mujeres que caminaron frente a cientos de policías federales, que tomaron la mano del Presidente de México al reconocer su entrega, regresan a casa, con la satisfacción, dicen, del deber cumplido.