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politica@eluniversal.com.mx
@AmandaFigueras
“Dios quiso que conociera lo que es el miedo de verdad, la soledad ¿por qué?, ¿qué había allí? Nada, no había nada. Le llaman el desierto de los mares”. Quien habla es la mexicana Susana Calderón. Desde la cama del hospital cairota de Dar Al Fouad, con una lucidez sorprendente pese a la tragedia, recuerda los detalles del que iba a ser un día en un oasis y acabó siendo un día en el infierno. “Fuimos bombardeados como cinco veces, siempre desde el aire. Todo duró unas tres horas”. Susana es una superviviente.
Residente en Guadalajara, Jalisco, esta mujer de ojos vivos y discurso articulado formaba parte del grupo de 14 turistas mexicanos bombardeados “por error” —como han dicho las autoridades del país— por las fuerzas de seguridad egipcias en el desierto occidental. Su marido, Luis Barajas Fernández, es uno de los ocho muertos.
Ayer, la titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México, Claudia Ruiz Massieu, llegó a El Cairo para buscar respuestas ante un incidente que parece inexplicable. Con ella viajaron familiares de las víctimas, pero los de Susana volaron en otro avión y será hoy cuando se encuentre con ellos.
“Estoy desesperada y quiero irme ya de aquí. Me dicen que únicamente han pasado dos días, pero me parece una eternidad”, cuenta a esta periodista a la que su familia contactó desde México el día de la tragedia en busca de información.
Susana tiene buenas palabras hacia el hospital y hacia las autoridades mexicanas, pero la habitación se le hace grande y echa de menos estar en compañía. “Quédate un poco más”, pide antes de continuar con su relato.
Fija la mirada como recordando aquel mediodía. “Hay paisajes muy hermosos, pero nada más. No hay donde resguardarse, no hay donde correr. Por qué pasó esto, no lo sé, yo no lo entiendo. Para qué, tampoco... con el tiempo tal vez pueda contestar a mis dudas”.
Las versiones sobre lo sucedido son variadas y algunas, incluso, contradictorias. Según informó el Ministerio de Interior egipcio, los turistas estaban en una zona prohibida en el mismo momento en el que había una persecución por parte de fuerzas del Ejército y la policía contra terroristas que viajaban en vehículos todoterreno, parecidos a los utilizados por los turistas.
Además, la portavoz de Turismo dijo que el grupo no tenía la licencia necesaria para estar en dicho lugar, pero la Asociación de Guías Turísticos de Egipto aseguró que el grupo tenía todos los papeles en regla y la empresa organizadora, Windows of Egypt, publicó el documento con el que habían informado del viaje a la policía turística.
Quizás una de las claves del suceso es que, al parecer, en dicho papel se informaba de que irían en coche 10 turistas, mientras que según las autoridades el convoy atacado estaba formado por cuatro coches y 22 personas.
En el plan de viaje no se menciona que habría una comida en el desierto, y fuentes de Windows of Egypt aseguraron que esa parada no estaba bajo su responsabilidad.
Susana no se lo explica. Y el guía que capitaneaba la excursión, Nabil El Tamawi, está muerto. Para ella no había nada fuera de lo normal. Cuenta que las autoridades pararon el convoy dos veces y que los guías enseñaron unos papeles. Les dejaron continuar. Asegura que con ellos viajaba un policía de paisano [civil] y se sentían seguros.
¿Sientes enfado, odio, o simplemente es incomprensión?, ¿qué es?
—Estoy en un desconcierto total, no sé por qué. No sé, yo no termino de entender. Porque se vio la saña con la que iban y venían, fueron como cinco veces. Fuimos bombardeados como cinco veces, siempre desde el aire. Todo duró unas tres horas”.
La han operado del brazo izquierdo, el derecho está lleno de ampollas —creo que porque los coches salieron ardiendo, dice—, tiene la pierna derecha paralizada aunque los médicos le han dicho que la recuperará con algo de tiempo, pero lo único de lo que se queja es del mal sabor de boca que le deja un medicamento que le han dado.
Tres horas de ataque... “Tras el primero estábamos ya todos muy mal. Murió uno de los choferes, el hijo de la maestra que organizó el viaje, el policía que iba acompañándonos también murió. Y ya los demás estábamos muy mal heridos y perdidos porque los otros choferes no hablaban inglés”.
Susana dice que tras el primer bombardeo los conductores egipcios llamaron a alguien pero no sabe a quién y piensa que gracias a ellos llegaron las ambulancias tiempo después.
Iban a comer en el desierto y a hacer “esos ritos que tienen los egipcios”. Los conductores serían los encargados de preparar el almuerzo.
Con una mano llena dibuja en el aire la escena: “Pusieron un coche allí, otro aquí y en medio una lona. Yo estaba con mi marido en el otro extremo, al lado de otro coche, poniéndome protector solar”. Fue entonces cuando sin saber por qué, una lluvia de artillería empezó a caer. “No sé si eran cohetes o bombas o qué era, pero había ráfagas”.
Una enfermera filipina trae la cena. “Aquí todo es muy radical —dice Susana— todo está o salado o insípido o es muy grasoso o muy dulce”. Aún así, se esfuerza por comer algo de sopa y un poco de pollo asado, sabe que ha de echar algo al estómago o se sentirá peor.
El ruido del oxígeno en la habitación la está volviendo loca y me pide que pregunte si lo pueden quitar por un rato. Susana quiere distraerse y salpica su relato con otros temas, como su afición por los llamados Renacidos, unos muñecos que imitan a bebés. Ella y su esposo, con quien llevaba 20 años de matrimonio, no tienen hijos.
“Sólo éramos él y yo. Nada más. No tenemos mascotas, tengo ‘hijitos’ como yo les llamo. Son unos muñecos que parecen bebés de verdad y tengo una persona que los hace. Muchos vienen de España. Una escultora saca los moldes de un bebé real y luego hacen los muñecos, pero son tan reales que tú juras que son de verdad. Le agarre mucho el gusto y tengo ocho —dice entre sonrisas con añoranza—, son muy bonitos, en este viaje iba a ir a Brujas a comprarles mucha ropa y pensaba que quizás en Alemania podría encontrar alguno o en Francia... pero ya nada, ya no se pudo, ya será en otra ocasión”.
Susana y Luis llevaban planeando esta larga escapada con gran ilusión y todo detalle desde el pasado mes de mayo. “Era el viaje de nuestras vidas. Después de Egipto íbamos a París y comenzábamos un recorrido por Europa. Íbamos a Francia, Bélgica, Alemania, Austria e Italia. Lo planeamos juntos, era el viaje de nuestras vidas”.
Mantiene la entereza, pero no se atreve a llamar a Maribel y Carlos, los sobrinos que contactaron con esta periodista. “Es que no tengo buenas noticias para ellos”, explica pensando que aún no saben que Luis ha muerto. Junto al matrimonio en este viaje iba otra de sus sobrinas, una joven que resultó herida, pero de menos gravedad.
Le cuesta pronunciarlo, lo dice bajito porque aún se está haciendo a la idea de que su marido Luis ha “fallecido”. “Ví a mi esposo cuando me subían a la camilla para traerme al hospital. Lo escuché diciéndome que me amaba. Y yo le dije que yo también. Y ya no supe de él. Todos los días preguntaba a las enfermeras que me dijeran si estaba aquí en el hospital. Hasta hoy en la mañana, que vino la secretaria de Relaciones Exteriores, me dijo que mi esposo había fallecido, que no había alcanzado a llegar al hospital. Y que no me lo habían querido decir hasta después de que me operaran del brazo”. Es la primera vez que las lágrimas asoman en sus ojos. La segunda es tras hablar por teléfono con su sobrino Carlos. “Fuerza mamita”, le dicen desde México.
Continúa hablando sobre su marido: “Ví que estaba muy mal herido. También tenía roto el brazo, como yo. Y tenía muchas heridas en la espalda, en la cintura, en toda la columna, las piernas. Yo no sé por qué Dios permite que estas cosas sucedan. ¿Quién gana? Nadie, todos perdemos. Los seres humanos somos muy decadentes para hacernos estas cosas”.
De vez en cuando recuerda que se quiere ir a casa y tiene esperanzas de que eso sea pronto porque le han dicho que puede continuar con el tratamiento médico en México. Dice que no quiere que la ministra se vaya sin ella. “Cuando vino nos dijo poco, porque tampoco sabe nada. Y todos dicen que aquí en Egipto la justicia es muy lenta”, añade.
La pareja abrió hace tiempo una empresa de material hospitalario. “Todo lo que un hospital pueda necesitar excepto medicamentos. Los dos trabajábamos allí. Ahora tendré que pensar bien, porque no sé qué voy a hacer”.
Es tarde pero Susana no tiene sueño. “Alguien me preguntaba que si iba a volver al Cairo, a Egipto, después de esto. Y yo le dije: no lo sé, tal vez cuando olvide esto, en otra vida tal vez, porque en esta, no creo”.
jram