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En los últimos días ha habido miles de comentarios acerca de la figura de El Chapo, y el relato de la historia ha hecho eco en cada rincón del planeta. De repente México vuelve a ser tema de actualidad. En los últimos meses se habían presentado enfrentamientos entre cárteles, cambios de liderazgo y decenas de muertos, mientras el dinero del narcotráfico continuaba fluyendo, sin contratiempos, hacia Estados Unidos.
No obstante, la atención había disminuido profundamente. Las personas degolladas por el Estado Islámico comenzaron a hacer mucho más ruido, y a demandar mayor atención, que las decapitaciones en la carnicería de los narcotraficantes mexicanos.
El Chapo se escapa y surgen mil hipótesis: la más concreta es que estaba profundamente preocupado de ser extraditado a los Estados Unidos. Como dije en un entrevista para la televisión mexicana el año pasado, el gobierno se equivocó en no conceder de inmediato la extradición a los Estados Unidos.
Para mí se trataba de una decisión arriesgada, porque México muchas veces se había revelado como un territorio demasiado “fácil” para él, y el gobierno mexicano no podría garantizar la justicia en su contra.
En esto Los Pinos ha mostrado una debilidad. Por un lado, rehusarse a entregar a El Chapo a los Estados Unidos significaba la muestra de querer defender y conservar la soberanía nacional; por otro lado, sin embargo, no extraditarlo puede haber significado mantener la continuidad de los vínculos entre las instituciones y el crimen. Sinaloa y todos sus amigos (empresarios y políticos mantenidos por el cártel) seguro habrán valorado la decisión del gobierno de Enrique Peña Nieto de no entregar a su jefe.
No por casualidad El Chapo se fugó en el momento en que se dio cuenta que la posibilidad de una extradición se avecinaba. Su arresto fue muy ambiguo: Guzmán Loera casi pareció haberse entregado y si hubiera sido así, de todos modos los motivos de esta rendición no eran claros. Algunos —entre ellos yo mismo— habíamos visto en las declaraciones de El Mayo Zambada, en la entrevista de Julio Scherer unos años antes, un mensaje a El Chapo, cuando dijo que, en caso de arresto o muerte de los jefes, los remplazos del Cártel de Sinaloa estaban listos para tomar el poder, como diciendo, o les hacemos espacio o se lo harán ellos mismos.
Sin embargo, es también verdad que una traición a El Chapo parece irreal, porque si de verdad su arresto se debió a una deslealtad, la falange del Cártel de Sinaloa, fiel a él, habría dado lugar a una matanza, se habría iniciado una vendetta y se habría presentado una escisión, lo que no ha ocurrido, porque Guzmán Loera se mantuvo, incluso en este año de detención, como el jefe indiscutible de Sinaloa.
A estas alturas es difícil imaginarse una fuga como ésta sin apoyo importante de parte de la estructura carcelaria y de la policía misma. El Chapo Guzmán es la prueba viviente de que llamar todavía a los cárteles mexicanos sólo “narcos” es una imprecisión: los cárteles mexicanos ya son una mafia, es decir, estructuras capaces de tener reglas, jerarquías que no responden instintivamente a mecanismos de gangsterismo (“si no pagas, te mueres”, “quien mata se queda en el puesto de quien murió”), sino que siguen códigos, estrategias económicas.
Esta complejidad vuelve a los cárteles mexicanos maduros para definirlos como organizaciones mafiosas. Y no puede haber mafia sin vínculos directos con la política, con los empresarios, con el poder judicial, lazos que van más allá del simple soborno y la corrupción.
Se escapó un mafioso. Se escapó un hombre que ha cambiado la historia de México y que está modificando la historia de la economía del narcotráfico. Entre otros, uno de los medios de chantaje que ha utilizado en estos años el Cártel de Sinaloa está el que se refiere a transferir dinero al exterior y no mantenerlo en el país, es decir, mientras más me atacan, más mi cártel se llevará el dinero a Estados Unidos… mientras menos me agreden, mi cártel invertirá más en México.
De cualquier manera, El Chapo se puede considerar la superación del modelo de Pablo Escobar: no tiende al monopolio, ni a la sustitución política en primera persona, error que decretó el principio del fin de Escobar. El ingreso en la política es una operación ridícula para un mafioso, ya que inevitablemente obliga a la comunidad internacional a investigar, mientras que la fuerza de la organización mafiosa reside en su carácter secreto.
En el momento en que la mafia reemplaza al poder político, y no se limita a influir en él en nombre de sus propios intereses, deja de ser mafia y se convierte en un poder como los otros. Cuando Pablo Escobar se ofreció para pagar la deuda pública de su país, o cuando decidió convertirse en diputado, estaba entrando en otra dimensión.
La mafia no tiene ideas políticas pero se aprovecha de ese poder, lo condiciona, se pasa al otro bando, todo con base en sus propios intereses. Es siempre un poder distinto al de la política y es justamente ésta su fuerza, porque puede tener mil aliados, de derecha y de izquierda, y cuando éstos inevitablemente caigan encontrará otros de nuevo y fácilmente.
La mafia no puede existir sin el vínculo con la política, pero en los territorios donde ésta domina, como en México, a menudo no puede existir política sin su apoyo.
Es una relación de ayuda mutua, de intercambio, que puede desplegarse de varias maneras, desde maquillar un contrato, hasta hacerse de la vista gorda cuando era necesario mirar con lupa. En esta nueva fuga de película de Joaquín El Chapo Guzmán parece que muchos ojos se hicieron de la vista gorda. México debe cuestionarse y encontrar una estrategia para combatir la mafia que no sea sólo militar, sino política y económica. De otro modo —como advirtió El Mayo—, muerto un capo estarán los reemplazos listos para sustituirlo.
(Traducción de Alma Delia Miranda Aguilar)