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Lanzado con fuerza por miembros de un cuerpo policial de élite de Guatemala para eludir el enjambre de periodistas, camarógrafos y fotógrafos, y esposado, Javier Duarte de Ochoa cayó como un costal en la celda de la patrulla.
El golpe del reo 28 resonó en el vehículo listo para abandonar raudo una calle de acceso y de salida de la Torre de Tribunales, en el corazón de esta ciudad: el político mexicano acusado de presunta corrupción quedó acostado —de frente a sus perseguidores de cámaras, luces y grabadoras— y exhibido impotente, con las piernas abiertas en una jaula móvil.
El caos cundió cuando el ex gobernador de Veracruz inició a las 12:20 horas locales (13:20 en el centro de México) un recorrido de 10 minutos a pie al salir y bajar de ese calabozo ambulante blindado en el que viajó de la cárcel de Matamoros a la Torre de Tribunales, en el corazón de esta ciudad. Y persistió el desorden cuando salió, cerca de las 16:00 horas.
Se le vio serio en todo momento, sin la sonrisa que lució el domingo pasado, en su detención.
Al entrar y al salir fue recibido y despedido por un coro de mareros o pandilleros y de otros delincuentes guatemaltecos que le gritaron. “¡Basuraaaa!”, corearon al pasar frente a ellos, retenidos en “carceletas” en el sótano de la Torre.
“¡Quiébrenlo!”, clamó alguno. “Mmmmm”, fue lo único que murmuró el mexicano, como tratando de oponer resistencia cuando un oficial de Guatemala le pidió que se quitara sus zapatos para una inspección de rigor antes de entrar a la Torre, donde fue sometido a un cateo personal minucioso de pies a cabeza en medio del asedio de la prensa.
Un aparato de seguridad de la Policía Nacional Civil (PNC) y del Sistema Penitenciario, que le trasladó, nunca dejó de avanzar hacia una sala del piso 11, donde Duarte compareció ayer ante un tribunal guatemalteco que tramita su extradición.
Ni a la entrada ni a la salida el político respondió preguntas.
¿Qué le dice al pueblo mexicano? ¿Está arrepentido? ¿De qué sonrió cuando lo detuvieron? Y otras más quedaron sin respuesta: Duarte se mantuvo fiel a su libreto de silencio, pese al tumulto, a los empujones y a otras preguntas como si tuviera miedo de regresar a México... Se mantuvo serio, con rostro de molestia, de incomodidad.
Al ingreso llegó engrilletado de manos por delante, con un chaleco antibalas, vestido con pantalón vaquero azul, camisa de cuadros lilas, negros, blancos y rosados, y zapatos café. Cuando un agente penitenciario le pidió que se quitara los zapatos para que fuera revisado por un oficial, intentó resistirse. “Eso lo sintió denigrante”, contó el oficial de turno a cargo de la revisión. Antes de la inspección, y como otra norma, con las esposas se le ató de manos a la espalda y los grilletes y cadenas de los pies pasaron a la parte trasera de su cuerpo. Un oficial hizo otra revisión y encontró un lapicero en el pantalón y se lo quitó. Por precaución, está prohibido. Duarte obedeció.