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Antes que dreamers son realistas. Tienen de frente la posibilidad de la deportación a México (su país de origen), después de que Donald Trump asuma la presidencia estadounidense el próximo 20 de enero. Son 1.7 millones de jóvenes connacionales y —aunque no lo desean—, han tenido que preguntarse: ¿qué harían aquí como ciudadanos mexicanos bilingües, con estudios de licenciatura a punto de terminar y con perfiles que quizás podrían no tener espacio en el mercado laboral?
“Tenemos dos enfermeras, dos antropólogos, seis contadores y un biólogo, el resto cursa carreras de informática, ingeniería y trabajo social”, enlista Rebeca Vargas, directora de la US Mexico Foundation, al referirse al tercer grupo de estudiantes que han traído de visita a México.
“Son 73 y nos interesa mucho que además de reencontrarse con la familia que dejaron aquí antes de migrar hace más de 15 años, aprendan de su lugar de origen y amplíen horizontes. Aunque la verdad, para Estados Unidos sería un desperdicio repatriarlos y no aprovechar la inversión educativa que hizo en ellos”.
El probable regreso de estos estudiantes anticipa otro problema más complejo porque no volverían solos, sino con sus familias.
Eunice Rendón, ex directora del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME), focaliza los puntos que el gobierno, políticos, empresarios y sociedad deberán resolver de manera conjunta.
“México aún no entiende quiénes son los dreamers, porque no tenemos una cultura de cómo reintegrar al migrante que viene en retorno. No necesitan caridad ni asistencialismo, sino alianzas para que aquellas familias que regresen con ahorros, puedan invertir aquí en proyectos productivos con apoyo de créditos.
“A los jóvenes debemos darles otro tipo de ayuda, vincularlos con la iniciativa privada, de hecho, hay empresarios que se han interesado en conocerlos más para poder absorberlos en sus negocios”.
Recursos humanos binacionales
Los 73 dreamers (de entre 21 y 32 años) pasarán 15 días —las fiestas decembrinas— en sus estados natales: Puebla, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Jalisco, Chihuahua, Zacatecas y Baja California.
El 2 de enero regresarán a la Ciudad de México para, un día después, volver a sus lugares de residencia en Estados Unidos: Nueva York, California y Las Vegas, entre otros.
Por su situación migratoria (inmigrantes sin residencia estadounidense, pero con permiso temporal para trabajar y estudiar), el denominador común del grupo es que no son alumnos de tiempo completo, sino de medio tiempo, que cursan dos o tres materias por semestre para desempeñarse el resto del día como lavadores de autos, empleados de cafetería o vendedores en el mercado de pulgas, y así poder pagar sus gastos.
Muchos concluyen su carrera en el doble de tiempo que un estudiante normal.
“Queremos demostrar que somos buenos ciudadanos, mexicanos profesionales educados en Estados Unidos y que necesitamos el apoyo del gobierno mexicano porque representamos una comunidad de muchachos binacionales”, dice Isaac Montiel (27 años, Puebla), quien es estudiante en sistemas que vive en Nueva York y que planea titularse en verano. De ser deportado, piensa que podría insertarse en alguna universidad u oficina gubernamental.
No todos cuentan con ahorros para sobrevivir en México mientras encuentran empleo. Verónica Huerta (26 años, Jalisco) sí los tiene y de ser necesario hará uso de ellos. Aunque desconoce el funcionamiento y alcance del peso mexicano, calcula que en dólares tiene el equivalente para vivir dos meses en California. “Estamos conscientes de que la deportación puede ocurrir, a mí me faltan dos años para terminar la carrera de negocios internacionales, lo que me interesa es organizar traslados de mercancía para importar y exportar”.
Por si las dudas, tiene una empresa en su radar. “Nos llevaron a conocer Bimbo y ellos dijeron que tendríamos una posibilidad de emplearnos allí; también fuimos al Tecnológico de Monterrey, donde nos explicaban que como estudiantes binacionales tenemos herramientas que, lamentablemente, en México todavía no se tienen”. Si la opción laboral con la panificadora no se concretara, ella se mudaría a Cancún u otras ciudades donde pueda utilizar su perfecto inglés en zonas turísticas.
La familia de Yadira Alemán (22 años, Ciudad de México) también cuenta con algunos ahorros. Sus padres han pensado que, en caso de ser obligados a abandonar Las Vegas, montarían un negocio en México, aunque no saben de qué.
“Cuando regrese voy a meter más materias en la universidad para acabar más rápido la carrera de Administración de Empresas. Mi hermano estudia Medicina, pero como son más años quizás no le dé tiempo de acabar. Me imagino que aquí podría hacer algo”.
José Eduardo Morales (21 años, Ciudad de México) está por iniciar su último semestre en la carrera de Comunicación en Utah. En el futuro no se ve como reportero, sino como integrante de equipos de prensa en hospitales y escuelas: “Donde vivo en Salt Lake City hay pocos recursos y representación para la comunidad hispana, allí es donde quiero trabajar”.
Si el futuro no le diera esa oportunidad, su familia ha hablado de mudarse a Xalapa, Veracruz, donde otros familiares les apoyarían para la transición.
“Podría trabajar allá en una universidad”, piensa. Sin embargo, José Eduardo desconoce que este estado atraviesa por una crisis financiera tras la millonaria deuda que dejó el ex gobernador prófugo Javier Duarte. “Los próximos días estaré allá y preguntaré a mi familia cuál es la situación real”.
Rafael Sánchez (26 años, Guerrero) tiene claro que no regresaría a su pueblo San Luis San Pedro, ubicado en Tecpan de Galeana, en la Costa Grande, Guerrero: “Conozco la situación de inseguridad que hay allá, por eso mi familia se movió a Ixtapa.
“Podría buscar empleo allí o en las empresas de la frontera norte, como Chihuahua”. Él es ingeniero mecánico y se ha especializado en ingeniería de calidad para la elaboración de piezas de aviones comerciales.
“Si no nos quieren en Estados Unidos, con gusto me vengo a mi país, pero tengo que tener alguna oportunidad aquí. ¡No puedo regresar a nada! Me preocupa no ver alternativas aquí, aunque regrese con todo y licenciatura”.
No es el único. Debora Goiz (23 años, Jalisco) tendría que hacer algunas modificaciones al sueño de ser ingeniera mecánica aeroespacial, porque en México no hay NASA y mucho menos naves espaciales.
“Me faltan tres años para terminar la carrera, pero puedo hacer ciertos ajustes: no compondría naves espaciales, pero sí podría componer coches, aviones ¡y hasta edificios!”, dice optimista.
El caso de María Vargas (24 años, Jalisco) podría no ser tan grave, puesto que, de hecho, si termina su carrera como antropóloga y logra especializarse en arqueología, seguirá los consejos de sus profesores, quienes señalaron que sólo hay trabajo en Argentina, Chile o Perú.
“¿Cómo, también aquí en México hay excavaciones?”, pregunta con sorpresa. “¡Pues entonces me vengo para acá! La realidad es que no tengo ahorros porque todo se me va en pagar la escuela, pero cuento con el apoyo de mi familia y si es necesario trabajar de otra cosa podría hacerlo como intérprete”.
En Saucillo de Maldonado, municipio de Zapotlanejo, Natalia Hermosillo (24 años, Jalisco) ve una posibilidad de desarrollo. “Estudio Artes Liberales, que es equivalente a maestra de primaria. Podría dar clases en la escuela del ranchito, donde estudie en el Saucillo. Sé que tendría el apoyo de mi comunidad, porque me conocen y quieren mucho a mi familia”.
Ante un año incierto, como lo será 2017, los dreamers lo mismo podrían enfrentarse a la deportación que a un cambio de parecer de Donald Trump.
Ante la pregunta: ¿y si él les permitiera quedarse en EU y les ofreciera trabajo?, las respuestas fueron divididas. Unos evitaron contestar, otros dijeron que definitivamente no lo harían. Pero la mayoría aseguró que, aun sin tener simpatía por el empresario, aceptarían por el simple hecho de que viven allá.
Enfatizaron que, a pesar de que no son ciudadanos estadounidenses, deben respetar la investidura presidencial.