Más Información
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
Oposición tunde diseño de boletas de elección judicial; “la lista definitiva la harán Monreal y Adán Augusto”, dice Döring
Padres de normalistas de Ayotzinapa marchan a la Basílica de Guadalupe; exigen cárcel para los responsables
3 de cada 10 veces que se vende bacalao en México es carne de otras especies: ONG; llaman a CONAPESCA a rastrear productos
jorge.ramos@eluniversal.com.mx
Almoloya de Juárez, Méx.— Mario Cárdenas Guillén —hermano de Osiel, ambos líderes del Cártel del Golfo— ocupa la celda 19 del pasillo de los presos más peligrosos del penal de máxima seguridad de El Altiplano. Era el vecino de Joaquín El Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa. La noche del sábado 11 de julio dice que no escuchó nada.
“Uno se pone los audífonos, no oí nada. Por esos días creo que andaban impermeabilizando”, dice el hombre que fue detenido por la Marina en septiembre de 2012. Se recuesta de nuevo en su camastro con sus audífonos, su propia evasión.
A lo lejos se escuchan murmullos. Son presos que están en su hora de recreo. Más apagados los gritos, algunos muy famosos criminales que juegan basquetbol.
Un grupo de cinco diputados y senadores de la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional está en el Chapotour. A cuatro días del escape, es el segundo recorrido para legisladores, previo a la comparecencia ante el Congreso de Monte Alejandro Rubido, comisionado nacional de Seguridad; del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y del director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), Eugenio Imaz, para que expliquen cómo es que se les fue El Chapo la noche del 11 de julio a las 20:52 horas con 19 segundos.
Para llegar a la celda 20 de máxima seguridad del penal de El Altiplano hay que cruzar 12 rejas. La mitad de ellas no se abren si antes no se cerró la precedente.
En la entrada dos mujeres esperan el proceso de revisión, que incluye bajarse los pantalones a las rodillas, sacudirse la ropa interior, quitarse los zapatos, los calcetines, además del escáner. Quien ingresa a visita familiar debe contar con un sello que se coloca en el brazo. Hace apenas una década se documentaron revisiones humillantes a familiares, cámaras obscenas que miraban hasta cuando tenían sexo los reclusos. Los legisladores sólo pasaron por su sello y no por la pena.
Vecinos. En la zona donde estaba El Chapo hay 20 reos de alto calibre. El Canicón, de Los Zetas, El JJ, brazo derecho de La Barbie...
Dos cámaras estaban supuestamente atentas a los movimientos de Guzmán Loera. Pero el muro de 1.50 metros de la regadera dio pie para la fuga increíble. Se escapó, pero pensaban que estaba lavando ropa.
Los senadores Alejandro Encinas y Fernando Yunes (PAN); las diputadas Adriana González (PAN) y Aleida Alavez (PRD), y el diputado Raúl Santos Galván (PRI), ex subsecretario de Marina, miran sorprendidos el boquete perfecto.
“Es increíble. Así lo dije el sábado cuando me informaron”, suelta Monte Alejandro Rubido, comisionado nacional de Seguridad. A su lado está el subsecretario de Enlace Legislativo de la Secretaría de Gobernación, Felipe Solís.
“David Kaplan —quien en 1971 se fugó en un helicóptero del penal de Santa Martha Acatitla de la ciudad de México— se quedó chiquito”, dice Alejandro Encinas.
La celda de El Chapo tiene una ventana por donde suponen entró un pajarillo que apareció muerto tras el escape, pues dudan que haya servido de guía en el túnel para medir oxigenación. La vista que tenía Guzmán eran dos muros.
Las paredes externas del penal son inexpugnables. Cualquier parte de cielo es cruzada por gruesos cables, para evitar un nuevo Kaplan.
Lo que no previeron los asesores del ex presidente Carlos Salinas, creador de esta prisión, era que con ingenieros, topógrafos y arquitectos —según los peritos de la Procuraduría General de la República (PGR)— iban a excavar entre 13 y 19 metros a mil 425 metros de distancia de la celda de su patrón para sacarlo, derechito, con apenas un par de curvas a mitad de camino.
Alejandro Encinas toma en sus manos un pedazo de cemento. Dice que es “una vacilada tener esto en la zona de máxima seguridad”, pues el piso de la famosa regadera tiene un grosor de cuatro dedos de la mano. Aleida Alavez mira estupefacta. Rubido en silencio. Seria, Adriana González.
—¿Todo el penal tiene el piso así, con este grosor?
—En el peritaje debieran de romper las celdas de a lado... y no le estoy echando la culpa a la actual administración, así lo construyeron en 1990 —dice Encinas.
Pensaron acaso que las fugas serían por los muros o por aire, como Kaplan... no pensaron en el señor de los túneles.
A los legisladores les llama la atención que en el centro de vigilancia las computadoras luzcan viejas. “Este control parece de Nintendo”, dice Encinas. “Las computadoras se pasman si quieres hacer dos cosas al mismo tiempo”, admite un empleado. Todo se ve viejo.
Antes de abandonar la zona, se acerca una joven con una charola de panes que se elaboran aquí para los mil 38 reos de El Altiplano, aunque la capacidad sea para 836. “Están deliciosos”, se saborea Encinas. Todos comen pan del penal federal.
El túnel. A principios de los años 90 esta zona no estaba tan densamente poblada. Según la temporada, había sembradíos de maíz o se levantaban grandes polvaredas.
Poco a poco la mancha urbana cercó al penal. Los asesores de El Chapo Guzmán vieron ahí la oportunidad. Nadie sospechó de una nueva casita en construcción. De acuerdo con los peritos, la obra tardó 306 días. Contaron con algún tipo de GPS potente que sirviera a 19 metros de profundidad.
Los legisladores entran al boquete y avanzan unos 20 metros. Se toman una foto adentro, miran la planta de energía que fue enterrada en un cuarto, con material aislante para evitar el ruido. Las motos habilitadas para transportar material.
“A qué vecinos les preguntas”, dice un funcionario. No hay casas cerca y los que vieron algo tienen miedo. Dónde y cómo se deshicieron de toneladas de tierra arcillosa. Suponen que una parte está en un ranchito, a un lado del bodegón. No tienen idea.
En el suelo está un cuchillo. Creen que con él cortaron el brazalete de Guzmán Loera. Hay restos de los focos que fueron rompiendo tras la huida. En los muros la huella del equipo con el que abrieron el camino de la libertad del capo.
Los legisladores se van convencidos de que valió la pena ir al lugar de la fuga, escape del que nadie vio ni escuchó nada extraordinario.