La recesión económica ha hecho poca mella en los gastos militares a nivel mundial. En 2016 se impuso la cifra récord de 1.68 billones de dólares de inversiones globales en armamento. Este monto se refiere únicamente a armas de tipo convencional, no nucleares.
Los artefactos preferidos por los ministerios de defensa actuales son embarcaciones artilladas, tanquetas, sistemas de lanzamiento de misiles, aparatos de reconocimiento del territorio y aviones y helicópteros artillados.
Todo ello indica que una creciente cantidad de países avizora conflictos internos —del corte de Venezuela— que requerirán de mayor capacidad de fuego gubernamental, condiciones de inestabilidad regional —como el caso de Arabia Saudita— o bien la presencia fortalecida y creciente de actores no estatales, como son agrupaciones del crimen organizado, movimientos de insurrección o terroristas de sesgo religioso extremista. Este coctel de rivalidades regionales, nacionalismos al alza, proliferación de organizaciones terroristas y agrupamientos delictivos, ha desembocado en un auge de la industria militar a nivel mundial.
Estados Unidos continúa siendo el rey indiscutible de la industria militar. Nuestro vecino es el único país del mundo que posee suficiente capacidad bélica para sostener dos conflictos armados a la vez. Estas capacidades parten de la doctrina castrense norteamericana desde que, en la Segunda Guerra Mundial, debieron combatir simultáneamente en el frente europeo y en el Pacífico.
El año pasado, todavía dentro de la pacifista administración de Barack Obama, Washington erogó 611 miles de millones de dólares en nuevo armamento. Esto implica que Estados Unidos gastó, él solo, la suma combinada de los nueve países que le siguen en la lista mundial de compradores y productores de armamento. ¿Qué factores está observando el Pentágono para verse en la necesidad de fortalecer sus arsenales en estas proporciones?
La lectura obligada refleja las preocupaciones de Washington sobre el ascenso de China como potencia rival. El gigante asiático ha desplazado a Rusia en el segundo lugar mundial de compra y producción de armamento. Las intenciones de Beijing de imponer su soberanía sobre el Mar del Sur de China, construyendo islotes artificiales para establecer bases navales, encendió las alarmas en Washington ante un potencial conflicto con sus socios de Japón y Corea del Sur.
El segundo factor de importancia para explicar la escalada militar estadounidense ha sido la política expansiva de Rusia, primero en Georgia y posteriormente en Crimea, a expensas de Ucrania. La postura inflexible de Moscú en el conflicto sirio y el uso de armas químicas para combatir a las fuerzas rebeldes forma parte también de este cálculo militar. Finalmente y ligado a las condiciones del Levante, la emergencia del Estado Islámico de Siria e Irak como el grupo terrorista más agresivo y mejor armado de que se tenga memoria, es un alimento natural para la maquinaria militar estadounidense.
Lo anterior no debe asumirse como un indicio automático de que Estados Unidos está preparándose para iniciar una guerra en alguno de estos escenarios. El propósito que persigue Washington es el de fortalecer el poder disuasivo que representa contar con el arsenal más poderoso del mundo. El aparato militar estadounidense es, ante todo, un freno eficaz a las intenciones de otras potencias. Con una excepción: Corea del Norte.
El club de naciones con arsenales nucleares se había mantenido intacto hasta la década pasada con ocho países que poseen este tipo de armamento: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Paquistán e Israel. El nuevo miembro del selecto club es Corea del Norte. Se estima que el gobierno de Kim Jong-un no posee más de 10 ojivas nucleares, lo cual palidece ante el arsenal de Estados Unidos o de Rusia, con alrededor de 7 mil ojivas nucleares cada uno. Israel, el que menos tiene, posee más de 80 artefactos nucleares. Sin embargo, Corea del Norte se distingue por ser la única potencia que consistentemente practica ensayos nucleares con la intención de que el mundo sepa que posee este tipo de armamento y ante todo, que está dispuesto a utilizarlo en caso de que alguien amagara con derribar al régimen.
Este hecho hace hoy por hoy a Corea del Norte, el actor más peligroso en el escenario internacional. La movilización conjunta de embarcaciones de guerra que han hecho Estados Unidos, Japón y Corea del Sur envía una clara señal de preocupación respecto al potencial de que sea ahí donde pueda desatarse un conflicto.
La amenaza es tan creíble que Estados Unidos ha concentrado sus esfuerzos tecnológicos en desarrollar cohetes capaces de interceptar misiles nucleares norcoreanos que pretendan alcanzar la costa oeste norteamericana.
Dentro de este gran escenario global, México ocupa ya el lugar 28 como consumidor de armamento, con un gasto de 7 mil millones de dólares. En América Latina, solamente Brasil y Colombia superan a México en este rubro. Las razones para explicar esta expansión son de orden estrictamente interno. Nuestro país no se está preparando para un eventual conflicto internacional. Los retos de México son de seguridad pública, de combate a bandas criminales, crecientemente poderosas en su capacidad financiera y de obtención de armamento. El dinero habla claro y muestra la preocupación de nuestras instituciones de seguridad sobre el estado que guarda México en esta materia.
La nueva escalada armamentista secuestra recursos económicos muy cuantiosos que bien podrían canalizarse al bienestar social. A más gasto militar, menor inversión en salud, educación o infraestructura. A menores desembolsos en esos rubros, mayores posibilidades de que crezca el descontento social. Lo estamos observando con nitidez en Venezuela, donde las fuerzas armadas cuentan con equipamiento, alimentación y privilegios que la gente echa de menos y por ello, en una gran ironía, les impulsa con más fuerza a tomar las calles.
La antigua tesis de que las guerras eran un poderoso motor para el crecimiento económico se ha derrumbado ante la evidencia reciente. Gastos inéditos en armamento no han resultado en un mejoramiento de las condiciones económicas del mundo. Lo que sí ha logrado esta nueva carrera armamentista es construir un mundo más peligroso, incierto y con los escenarios de guerra más perfilados en más de medio siglo.
Internacionalista