La primera ministra británica, Theresa May falló en su cálculo y terminó estrellándose con las rocas del fondo del acantilado. Y aunque tras su colosal error trata de aparentar que salió ilesa, lo cierto es que ha quedado severamente herida. Pero la culpa ha sido suya, de nadie más. La mandataria británica llamó en abril pasado a elecciones para ampliar su mayoría parlamentaria. No había necesidad de hacerlo hasta 2020, pero se dejó llevar por la ventaja que le daban los sondeos, más de 20 puntos sobre los laboristas.

Con su convocatoria prometía estabilidad y firmeza para afrontar con fuerza las negociaciones del Brexit, al tiempo que buscaba revestirse de la legitimidad que le faltaba. Llegó a la cabeza del gobierno tras la dimisión de David Cameron, por su fallida campaña antibrexit, y sin haber ganado por sí misma una elección.

Pero May no midió todos los riesgos, no estaba en posibilidad de prever que el país sufriría tres atentados terroristas en tres meses, ni pensó que el veterano socialista Jeremy Corbyn resucitaría a los laboristas. Al final todo terminó en un verdadero fiasco, como ocurrió con Cameron, que convocó al referéndum del Brexit tratando de arreglar sus problemas de autoridad dentro de su partido y terminó viendo cómo los británicos avalaban, por escaso margen, la salida del país de la Unión Europea (UE).

Como resultado del exceso de confianza y un juicio político errado, las conversaciones de divorcio con la UE han tomado el rumbo más incierto, pues Europa no tiene enfrente al interlocutor fuerte y estable que prometió la conservadora. “Necesitamos un gobierno que pueda actuar (…) Con un socio débil existe el riesgo de que las negociaciones terminen mal para ambos”, aseguró el Comisario Europeo de Presupuesto, Guenther Oettinger.

El costo del varapalo electoral del 8 de junio fue apocalíptico; May no sólo no consiguió los 100 legisladores extra que le daban las encuestas, sino perdió la mayoría en la Cámara de los Comunes y quedó a merced del Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte (DUP, por sus siglas en inglés).

“Estamos ante una gran pérdida de confianza en el gobierno conservador (…). El cálculo de May fue equivocado, se concentró en el Brexit y se olvidó de atacar el punto más débil del Partido Laborista, que es la gestión de la economía”, explica a EL UNIVERSAL Andrew Duff, analista del centro de estudios European Policy Centre.

En su primera aparición tras conocerse los resultados de las legislativas, May se presentó a las puertas del 10 de Downing Street tratando de aparentar normalidad. Afirmó que continuará al frente del gobierno para darle a su país la “certidumbre” que “necesita más que nunca”. No dio margen a la más mínima autocrítica, ni aceptó que se equivocó; por el contrario, trató de dar la impresión de que todo seguirá “business as usual”.

Sin embargo, la pérdida de mayoría absoluta complicará aún más las ya complejas negociaciones del Brexit, prevé Camino Mortera, analista del think tank Centre for European Reform. “El peor escenario posible era un Parlamento fragmentado y un gobierno que no tiene claro qué quiere”, sostiene. La experta afirma que los resultados en las urnas complican aún más la definición de May, “quien ha sido poco comunicativa con respecto a qué quiere realmente”.

Fueron múltiples las teorías que se manejaron con relación al motivo de fondo de una convocatoria que ha terminado por torpedear su autoridad: se dijo que quería reforzar sus mayorías para sacar adelante el Brexit duro, pero también se habló que su intención era arrasar en las urnas para conseguir un número suficiente de diputados para neutralizar al núcleo más radical y que se opondría eventualmente a una negociación más consensuada.

“Todos sabemos que las negociaciones verdaderas no comenzarán hasta después de las elecciones alemanas en septiembre. Si a eso añadimos un Parlamento fragmentado, un Parlamento dividido, es improbable que terminen las negociaciones en las fechas previstas”, asegura.

Para seguir el frente del gobierno ha tenido que recurrir a los 10 diputados del DUP para colocarse dos escaños por encima de la mayoría en la Cámara. Sin embargo, el matrimonio con los unionistas puede resultar contraproducente y conducir a más divisiones tanto fuera como dentro de las filas del partido de May.

Muchos tories no comulgan con los principios del DUP, un partido que se opone al aborto y que vetó en 2015 la introducción del matrimonio entre personas del mismo sexo en Irlanda del Norte, contrario a la tendencia en el resto del país.

Igualmente incomodan sus históricas conexiones con grupos paramilitares y algunas de las posturas de sus miembros, entre los que hay negacionistas del cambio climático e impulsores del regreso de la pena de muerte, como el legislador Gregory Campbell, para asesinos en serie.

Por otro lado, su posición respecto a Europa constituye un freno de mano para May en sus pláticas con Bruselas. Si bien el DUP abanderó la campaña de salida de la Unión, siempre se ha opuesto a la reinstauración de una frontera con la República de Irlanda y a la salida del mercado único europeo, dos monedas de cambio que Londres tenía contempladas en la versión dura del Brexit.

“Tras las elecciones no hay un fuerte mandato para proceder con un Brexit duro”, afirmó Leo Varadkar, jefe de gobierno de la República de Irlanda.

Los unionistas del Ulster, que pasaron de la noche a la mañana de ser una fuerza minoritaria en el Parlamento a ser una clave en el balance de poder en Westminster, también podrían complicar la labor de May de no recibir suficientes garantías para los agricultores norirlandeses, quienes prevén perder 295 millones de euros de subsidios comunitarios por la eventual salida de la Unión.

En síntesis, May corre hoy más riesgo de enfrentar oposición a su plan de Brexit, (cualquiera que este sea) tanto dentro como fuera de su partido, que antes de haber llamado a elecciones.

De acuerdo con la hoja de ruta, los principios básicos del acuerdo del Brexit estarían listos en diciembre entrante, aunque el Presidente del Consejo Europea, Donald Tusk, ha dicho que esa fecha, ni la del arranque de las pláticas (19 de junio), están grabada en piedra.

La que no puede alterarse es la fecha de salida de la UE, la cual vence el 29 de marzo de 2019, exactamente dos años después de haber invocado el Artículo 50 del Tratado de Lisboa, y que se activaría con o sin acuerdo.

Bajo los términos del Tratado de la Unión, la fecha de salida sólo podría extenderse con el consentimiento de los 27 Estados miembros.

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