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El 6 de abril, sin consultar al Congreso estadounidense ni al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Donald Trump atacó con 59 misiles Tomahawk la base aérea siria de Al-Sharyat como represalia contra el régimen de Damasco, que a decir de Washington usó armas químicas unos días antes para matar a decenas de sus compatriotas, todos civiles, en un área dominada por sus opositores.
Trump desató el ataque mientras cenaba con el líder chino Xi Jinping en Florida. Incumplió su promesa de sustraer a su país del papel de policía global y no iniciar nuevas guerras. Al respecto, una interrogante se repite en los medios: ¿Es el ataque con misiles de Donald Trump contra Siria el anuncio de una acción similar contra Corea del Norte?
No lo parece. Las circunstancias entre Siria y Corea del Norte son radicalmente distintas.
Echemos un vistazo a la intrincada geopolítica de la península coreana. Aunque está dividida en dos países, es preciso hablar de ésta como un todo, porque desde la división en 1945 ambos han seguido trayectorias paralelas, aunque tengan modelos de desarrollo opuestos. José Luis León Manríquez —autor de la Historia Mínima de Corea— afirma que no se podrían entender ni la historia individual de cada uno, ni la racionalidad de sus políticas, sin tener en cuenta al otro.
Corea del Sur es la economía número 11 del mundo, con un ingreso per cápita superior a 30 mil dólares, mientras su vecina del sur apenas alcanza el lugar 125, con un ingreso por habitante y año 30 veces menos. La primera es aliada cercana de EU, mientras que se atribuye a China la capacidad de ejercer influencia sobre las decisiones tomadas en Pyongyang.
El 10 de marzo, la Corte Constitucional de Seúl destituyó a la presidenta Park Geun-hye, en medio de crecientes tensiones con Beijing y con Pyongyang a causa del despliegue de un sistema antimisiles surcoreano, hecho que no será revertido por el nuevo gobierno.
El escenario geopolítico del este de Asia se complementa con Japón y con Rusia. Tokio mantiene un tratado de defensa con Washington y aunque Seúl guarda su distancia por lo que denomina agravios históricos durante la ocupación japonesa de la península, ambos comparten un recelo de cara a sus poderosos vecinos chinos.
A su vez, Moscú completa desde 2003 los participantes en las conversaciones de las seis partes: Corea del Norte, Corea del Sur, Japón, China, Estados Unidos y Rusia, que tienen el mandato de encontrar una solución pacífica a las preocupaciones de seguridad derivadas del programa norcoreano de armas nucleares.
El régimen norcoreano es el más opaco del mundo. Ayer se celebró el 105 aniversario del natalicio del fundador de la nación, Kim Il-sung, quien gobernó por cinco décadas e inició una sucesión dinástica, con Kim Jong-il (gobernó entre 1994-2011) y ahora Kim Jong-un (2011 a la fecha).
Parte de un plan
Se descalifica a Kim Jong-un como un megalómano que se mueve por caprichos, pero Pyongyang tiene un plan: el pueblo de Norcorea puede pasar hambre, mas su gobierno es capaz de amenazar con atacar a territorio continental estadounidense con misiles nucleares intercontinentales.
El club de armas nucleares está integrado por 10 países: Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Francia, India, Paquistán, Israel, Irán y Corea del Norte.
Los regímenes de Teherán y de Pyongyang son considerados por el gobierno de Trump como un riesgo a la seguridad nacional estadounidense. Ello resulta paradójico, puesto que en una encuesta realizada en 2013, Gallup halló que el resto del mundo consideraba que el país que representaba una mayor amenaza para la paz mundial era ¡Estados Unidos!, muy por encima de China, Paquistán, Afganistán, Siria o Norcorea.
El proyecto de presupuesto de Trump hace recortes drásticos al Departamento de Estado e incrementa sustancialmente el gasto militar ‘para ganar muchas guerras’. Trump nos dejó ver en Siria su verdadera doctrina en los hechos: dispara primero y después averiguamos. Su asesor Stephen Bannon dijo en 2016: ‘Iremos a la guerra en el mar de China meridional en un plazo de cinco a 10 años’.
A decir verdad, el ataque de Trump a la base aérea siria nada tenía que ver con reivindicar a los inocentes niños sirios y ni siquiera tiene como sustento una estrategia coherente a mediano y largo plazos, sino que tenía otro propósito inmediato: cambiar la narrativa del ciclo de noticias, que un día sí y otro también habla del caos en su gobierno y de sus escasos logros cuando se acercan sus primeros 100 días. Recibió un respaldo bipartidista, incluyendo a Hillary Clinton.
Trump está convencido de que el derecho internacional no sólo no refleja los valores estadounidenses, sino que incluso amenaza a sus instituciones. En contraste, Jack Goldsmith, profesor de Leyes en Harvard, ha alertado que ‘estamos ante el inicio del más grande embate contra el derecho internacional en la historia de Estados Unidos’.
Adicionalmente, muchas voces afuera de Estados Unidos señalan que el derecho internacional prohíbe el uso de la fuerza contra un Estado soberano, excepto en dos circunstancias: en defensa propia en caso de un ataque armado, y en una acción colectiva autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU. En el ataque de Trump contra Siria no se da ninguno de los dos casos.
En conclusión, Trump ha sepultado la política de ‘Pivote hacia Asia’ de su antecesor el presidente Barack Obama, pero sin tener una estrategia propia. El 12 de abril, los presidentes Donald Trump y Xi Jinping se responsabilizaron mutuamente de ejercer presión sobre Pyongyang para evitar una conflagración. Ello ha desatado una gran incertidumbre en la región, temerosa de que Trump use sus acuerdos con Japón o Corea del Sur —o incluso la ruta a seguir hacia Corea del Norte— como meras fichas en su negociación comercial con Beijing, cuyos dirigentes saben perfectamente cómo quieren acomodar las piezas del ajedrez en el tablero.
Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico