Christina Moreira pertenece a la Asociación de Presbíteras Católicas (ARCWP, por sus siglas en inglés), un colectivo que promueve la igualdad entre hombres y mujeres dentro de la Iglesia católica. En España también es la única mujer que se define como “cura” (o “presbítera”, en la denominación que ella prefiere).
En calidad de sacerdote lleva dos años oficiando misas en A Coruña, pero tras divulgarse la noticia el mes pasado, el arzobispado de Santiago emitió un comunicado en el que la descalificó para hacerlo. Moreira explica a EL UNIVERSAL por qué considera que las mujeres deben acceder al sacerdocio:
¿Cuántas mujeres quieren ser curas?
—Muchas, pero no se atreven por miedo al escándalo, al disgusto familiar, o porque su vida está ligada a la Iglesia y no quieren una confrontación con ella.
Montones de monjas tienen vocación de sacerdocio, pero se han visto obligadas a reconducirla. En América, especialmente en Colombia, sí hay un movimiento importante de ordenaciones. Por ejemplo, el pasado fin de semana Silvia Brandon Pérez, una mujer latina de mi misma asociación, fue ordenada en California. Pero en Europa el movimiento es más débil porque estamos demasiado cerca de Roma y de la tradición.
¿Por qué emprender un camino que saben que molesta a la Iglesia?
—Cuando hemos dado el paso a la ordenación nuestro movimiento ha crecido mucho. Venimos en son de paz y no buscamos crear un cisma con la gran casa del señor. Queremos seguir perteneciendo a ella, pero creemos que tiene que cambiar.
A la mujer le asiste el mismo derecho que a un hombre a tener contacto directo con Dios: ¿por qué sólo los varones pueden ocupar el espacio sagrado, como si nosotras fuésemos cristianos de segunda categoría?
El día en que la gente vea a una mujer en un altar, tal vez cambie la idea de que somos un complemento del hombre. Para mí es muy importante que se materialice esa verdadera igualdad ante los ojos de Dios: que se entienda que a las mujeres no se nos puede matar ni tratarnos como a menores de edad, porque nuestro valor para Dios es equivalente al de un hombre.
Pero se enfrentan a una tradición milenaria.
—Exacto: nos enfrentamos a una tradición, no a un dogma. Los argumentos teológicos que da la Iglesia para negar el sacerdocio femenino son falsos. Hay una resistencia irracional a que la mujer se acerque a las esferas de poder: las jerarquías no quieren compartir su poder con recién llegados. Hacen mención a unas normas que con el tiempo se han sacralizado, pero todo el culto cristiano debería ser objeto de debate, porque ha ido cambiando y no es un elemento sagrado.
¿Cómo reaccionan los creyentes al encontrarla oficiando?
Mi comunidad es militante y apoyan esta reivindicación. Pero también he oficiado actos litúrgicos como entierros, en los que venía gente que no era de mi parroquia y comulgaba con asombro y agradecimiento.
¿Ven más flexibilidad en el papa Francisco?
—Cuando le preguntan por el sacerdocio femenino, siempre dice que la puerta está cerrada y él no tiene poder para abrirla. Creó una comisión para evaluar cambios como volver a permitir que las mujeres sean diáconos, pero no hay ninguna pista de cuál ha sido su actividad.
¿Han logrado reunirse con él?
—El año pasado fuimos a Roma a la misa del jubileo sacerdotal, un miembro de la Curia nos recibió y le entregamos un pliego para el Papa, pero aún no hemos tenido respuesta. Con las mujeres la Iglesia se permite siempre el silencio, dándonos a entender que somos un tema que se puede postergar.