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A las seis de la mañana, Magdalena Aguirre es como un atleta en entrenamiento: prepara a sus hijos para ir a la escuela, mete el almuerzo en la mochila de su marido y se peina rápidamente para ir a trabajar.
Baja apresurada las escaleras que separan su pequeño departamento de la estación más cercana del metro. Vive en un multifamiliar en Harlem, una de las zonas con más índices de pobreza en la ciudad de Nueva York, que comparte con sus tres hijos y todos los familiares de su marido que han emigrado desde Puebla.
Llegó a Estados Unidos desde un pueblito enclavado en la sierra poblana hace más de dos décadas. Pensaba que lo más difícil que había enfrentado en la vida fue el cruce por un río hacia otro país, y sin papeles.
Después creyó que lo peor era la distancia: acostumbrarse a extrañar siempre a su madre. Pero qué equivocada estaba, rectifica. Lo más difícil, dice hoy sin duda, es prepararse para abandonar a los hijos, encargarlos con el familiar o el vecino más cercano.
Desde el 9 de noviembre Magdalena Aguirre forma parte de la estadística de los mexicanos que han comenzado a alistarse para abandonar a sus hijos en suelo estadounidense en caso de que el presidente electo de ese país, Donald Trump, cumpla una de sus promesas de campaña: la deportación masiva de indocumentados.
La mexicana tiene tres hijos, dos en la preparatoria y uno en secundaria. Aunque son adolescentes, aún no pueden valerse por sí mismos y el triunfo de Trump los hizo tomar acciones. No lamentarse, sino activarse.
No puede negar a sus hijos la oportunidad de una vida mejor y las probabilidades de una deportación mientras trabajan ella y su marido son altas. El temor a que se los lleven sin previo aviso ha avivado el miedo de que sus hijos se queden sin nada de la noche a la mañana.
“Lo que estamos haciendo es mantener en regla los documentos de los niños, ya localizamos a una persona de confianza a quien entregar los documentos de mis niños por si nos tenemos que ir, estar preparados”, explica la inmigrante.
Magdalena, una mujer de caderas anchas y cuerpo firme que trabaja desde hace años impartiendo clases a adultos en el Bronx, parece estar resignada. Sonríe y recuerda. “He vivido contenta, no quiero regresar, pero tengo que estar preparada. Amo Nueva York y la gente que está en México no nos entiende mucho, pero aquí los inmigrantes nos hemos convertido en hermanos, así sobrellevamos la vida aquí de la mejor manera”, dice.
Guardadito. El espacio donde vive Magdalena es pequeño, una cocinita instalada en un pasillo, un sillón y una pared repleta de cuadros para recordar a los que no están, a los que dejó en México, la familia poblana que no ve hace 20 años.
Desde el triunfo de Trump las carencias son más: el plan de contingencia que ha emprendido la familia Aguirre incluye ahorrar gran parte del dinero que ganan por trabajar hasta 14 horas diarias, un guardadito en caso de que los deporten.
La Coalición Mexicana, una de las organizaciones civiles con más presencia en Nueva York, ha iniciado reuniones y talleres extraordinarios para explicar a la población los documentos que hay que tener en regla en caso de la anunciada deportación masiva. Ahí se enteró Magdalena que tenía que preparase y desde entonces se encuentra más tranquila. Cuando ganó el candidato republicano no pudo dormir y sintió muchas ganas de llorar, pero ahora que tiene todo en regla regresó la calma.
Dorisela es una inmigrante originaria de Guerrero que llegó a Nueva York con su pequeño hijo de seis años, huyendo de la violencia que imperaba en Acapulco, su lugar de nacimiento.
Comparte con Magdalena el temor de ser deportada mientras trabaja y que su hijo no se entere, que se quede en su casa, sin comida y esperándola, como ha pasado a otros conocidos en el pasado.
Doris, como le llaman cariñosamente, está preparada: renovó los documentos que avalan que su hijo nació en México para en caso de ser deportada las autoridades consulares mexicanas puedan realizar los trámites para que su hijo sea trasladado a Guerrero con ella.
“El señor Trump ha sido claro en este odio racial que siente contra los mexicanos, ha sido claro en que no nos quiere aquí y ya nos catalogó como violadores que quitamos empleos, una lista interminable en su boca”, lamenta la migrante.
“Tenemos que enfocarnos”, dice Doris. Eso incluye prepararse para partir y dejar resuelto el mayor número de pendientes, entre ellos, localizar un vecino en el cual depositar toda la confianza para que pueda cuidar a los niños mientras se arregla su traslado a México.
En Nueva York el más reciente censo del año 2010 contabilizó que viven poco más de 700 mil mexicanos. Sin embargo, el consulado de México contempla que viven aproximadamente 1.2 millones de connacionales.
Y es que miles no son censados por temor a revelar su estatus migratorio irregular en Estados Unidos. No existe un porcentaje exacto de cuántos mexicanos viven como indocumentados en ese país, pero según la Coalición Mexicana el porcentaje es altísimo.
Por eso las organizaciones, a la par que los migrantes, se preparan en caso de que Trump cumpla sus promesas de deportaciones masivas a partir del 20 de enero, cuando asume la presidencia.
La sociedad civil en Estados Unidos y defensores de inmigrantes latinos han emprendido una campaña para alentar a los mexicanos a dejar sus asuntos resueltos.