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Washington.— El presidente electo Donald Trump se encamina a armar el gabinete presidencial más militarizado de la historia moderna de Estados Unidos. Ha nombrado a tres ex generales retirados para los principales puestos de seguridad y todavía podrían caer más en cargos relacionados con política exterior e inteligencia.
Dos de los tres nombramientos tienen que pasar por la ratificación del Senado: el anunciado general James Perro Rabioso Mattis, para la Secretaría de Defensa, y el también general retirado John Kelly, para el ministerio de Seguridad Nacional. El tercero no necesitará ser aprobado por la Cámara Alta: el teniente general Michael Flynn, el 20 de enero, se convertirá directamente en el nuevo asesor en Seguridad Nacional.
De momento son tres y dedicados a asuntos de seguridad, pero podrían ampliarse a un número mayor y tener mucha más incidencia directa en la política exterior.
Los cargos de asesores y directores de agencias de seguridad sí han estado regularmente ocupados por figuras provenientes del Ejército; sin embargo, las secretarías encargadas de seguridad (Defensa) y diplomacia y política exterior (Estado) tienen una larga tradición de estar ocupadas por civiles. En los últimos 60 años, sólo se recuerda a un militar en el Pentágono, tras la Segunda Guerra Mundial, y dos en la Secretaría de Estado.
“Estamos cerca de tener el gabinete con la selección de más ex altos rangos militares desde la Segunda Guerra Mundial”, asegura Matthew Schmidt a EL UNIVERSAL, experto en temas de seguridad nacional y ciencias políticas de la Universidad de New Haven. “Tres [generales] a cargo de todas las agencias de política de seguridad nacional; no hay precedentes”, remata Gordon Adams, experto de la American University.
“Mi sospecha es que [Trump] está impresionado por hombres que parecen duros, decididos, entusiastas y que den órdenes”, intuye Adams.
Para su colega Schmidt, el mensaje que el presidente electo quiere mandar es simple: dureza.
“Pero es una dureza pueril, que sugiere que piensa que las cuestiones más complicadas de guerra y paz y las relaciones internacionales se pueden resolver con un poco más de fanfarroneo”, añade, en un intento de demostrar que las estrellas en los uniformes militares son reflejo del poder de Estados Unidos ante el mundo.
Para Adams: “El gran número de generales alrededor del presidente es una herida seria a ese principio de control civil sobre el Ejército”. No sólo por tradición, sino por la incoherencia del mensaje que desde hace décadas Estados Unidos transmite a sus aliados de mantener a la casta militar fuera de la política.
Pero no sólo existe este riesgo. “Hay un peligro, que el consejo que reciba el presidente electo favorezca las soluciones lideradas por los militares, porque sus asesores están más familiarizados y tienen formada una visión del mundo usando la fuerza castrense”, apunta Schmidt.
Es lo que Adams denomina “el filtro militar”: hombres “entrenados en un cierto arte —el del uso de la fuerza— y con un foco de disciplina, jerarquía, y de definición del problema y búsqueda de la solución y ya”.
El reto está ahí: ese tono será el que dominará la política exterior y de seguridad de Estados Unidos. Un “problema estructural” de filtrar toda las decisiones en política exterior a través de los lentes de los militares y “sólo a través de ellos”.
El profesor Adams dice que la razón que explicaría la alta presencia de militares es que Trump “es uno de los presidentes más débiles que Estados Unidos ha tenido nunca cuando se refiere a conocimiento del mundo de las relaciones internacionales entre Estados y a cómo funciona la burocracia gubernamental”. Como señala, en ambas cosas estará aconsejado principalmente por generales.
En lo que los dos expertos coinciden es en la militarización de la política exterior de Estados Unidos.
En su opinión, las selecciones del mandatario electo refuerzan esa tendencia, marcada especialmente desde 2001, tras los atentandos del 11 de septiembre.