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Hempstead, Nueva York.— El primer cara a cara entre Donald Trump y Hillary Clinton se preveía tenso, y lo fue casi por inercia. El tono de la campaña ha convertido la carrera presidencial en una lucha constante no sólo de propuestas, sino de formas, caracteres, y el debate fue más una continuación de todo lo vivido hasta ahora, que un punto de inflexión.
El republicano se dedicó a presentarse como un outsider que enfrentará a la política tradicional de la demócrata, a quien atacó por su escándalo por los correos electrónicos y su posición fluctuante en temas de comercio. Sin embargo, Hillary se llevó la noche, de acuerdo con los resultados de un sondeo que de inmediato lanzó la cadena CNN. Para 62%, ella fue la ganadora; 27% le dio el triunfo a él.
Clinton provocó al temperamento de Trump, criticó su falta de programa y desconexión en la realidad. Mientras él se iba poniendo visiblemente más nervioso, ella mantenía la calma e incluso reaccionó divertida ante los ataques de su rival. Horas antes, las dos campañas habían dicho a EL UNIVERSAL que esperaban que sus candidatos fueran ellos mismos, y fue algo que sí consiguieron. La experiencia y preparación de Clinton le sirvió para llevarse el debate realizado en la Universidad de Hofstra, en el que actuó con la cabeza, con muchos datos y lista para rebatir cualquier frase de Trump. El republicano siguió la tendencia que le permitió alzarse sorpresivamente con la candidatura republicana, dejándolo todo a su manejo de los medios de comunicación. Y se notó.
El encuentro empezó prometedor. Trump, desde su primera intervención, citó a México como causante de uno de los grandes males que sufre EU: la pérdida de empleos.
“Tenemos que evitar que estos países se roben nuestros empleos”, dijo, y parecía que iba a sacar todo su arsenal, que México se iba a convertir en un gran elemento del debate, que la inmigración iba a ser clave, que pronto iban a aparecer los reproches por el muro en la frontera.
No fue así. Tras criticar el robo de empleos, la huida de empresas a terceros países y los tratados de libre comercio (“el TLCAN es posiblemente el peor tratado de la historia para la manufactura de EU, y [Bill] Clinton lo firmó”, reiteró el magnate), el tema desapareció.
Clinton hizo la tarea. “Donald me critica por haberme preparado para este debate. Y lo hice. ¿Saben qué más hice? Prepararme para ser presidenta de EU”, dijo ella.
El republicano se quedó a medias: no fue ni tan presidencial como podría ser, ni tan agresivo como en sus mítines. Se dirigió a su rival como “secretaria Clinton”, pero no dudó en gritar para responder o decir que las palabras de la demócrata eran “erróneas”. Previsiblemente su indefinición (no sólo en presencia, sino también en propuestas) no le ayude a conseguir lo que su campaña pedía: presentar ideas para seducir al votante joven e indeciso.
Su falta de preparación se notó en elementos básicos como su reiterada respiración cerca del micrófono o las constantes interrupciones no sólo a su rival, sino al moderador, Lester Holt. Sin nada nuevo que aportar, el magnate tuvo que retroceder y pasar a la defensiva, mientras no sólo Clinton, sino Holt revelaban la falsedad de algunas de sus afirmaciones —especialmente su apoyo a la guerra de Irak—. Clinton fue de menos a más. Empezó a la defensiva, a la espera de saber cuál Trump aparecería sobre el escenario: si el magnate agresivo o el candidato presidencial.
Ella hizo frente a los ataques de su contrincante y respondió a las acusaciones de siempre, especialmente, el asunto de los correos electrónicos cuando era secretaria de Estado. “Tengo la sensación de que me va a culpar de todo lo que ha pasado hasta ahora”, ironizó.
A partir de ese momento, la ex secretaria de Estado se mostró como la candidata de las propuestas y los planes, sensata ante un rival que pataleaba para seguir en la pelea. “Necesitamos ser más precisos cuando hablamos”, acotó en un momento la demócrata, dispuesta en todo momento a hacer valer su experiencia y la necesidad de “saber qué país y qué futuro queremos” para desacreditar a su rival, de quien incluso insinuó un comportamiento racista, antipatriótico y “que escondía algo” (cuando lo criticó por no hacer públicas sus declaraciones de impuestos); lo presentó como alguien que vive “en su realidad” y, en algún momento, incluso lo señaló por decir cosas “locas”.
“Sí, tiene mucha experiencia, pero es una mala experiencia”, rebatió Trump.
Al final, una Clinton sonriente se acercó a saludar al público, mientras Trump salía deprisa tras una mala noche. Rudolph Giulliani, uno de los asesores más cercanos del republicano, admitió la derrota. “Sólo porque Hillary ganó el primer debate, no significa que derrotará a Trump en las encuestas”, tuiteó.