Washington.— La política estadounidense no sería la misma sin la batalla electoral que enfrentó en 1960 a John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon. No sólo por la repercusión histórica de ambos nombres, sino porque con ellos cambió la percepción de la política en el país. Y lo hizo gracias a la creación de los debates presidenciales televisados.

No era la primera vez que dos candidatos a un puesto público debatían con su oponente para confrontar ideas. En 1858, un todavía desconocido Abraham Lincoln realizó siete debates con Stephen Douglas por el puesto de senador por Illinois, enfrentamientos de una hora de duración y sin moderador. Esa elección la ganaría Douglas, pero dos años después Lincoln se tomaría la revancha al convertirse en el presidente número 16 de Estados Unidos, un puesto por el que también compitió Douglas.

Un siglo después, el debate Ke-nnedy-Nixon cambió las reglas del juego. “Fue algo que definió la tradición democrática de EU, como la decisión de George Washington de no coronarse rey”, compara para este diario Allan Louden, experto en retórica presidencial de la Wake Forest University. “Cambió para siempre cómo funcionan los argumentos políticos en Estados Unidos”, dice a EL UNIVERSAL Ben Voth, director del programa de debate de la Southern Methodist University.

La imagen televisiva de Kennedy y Nixon ha quedado para la historia de EU, y a medida que la sociedad se volvía más audiovisual modernizó el formato de la política. Tal y como recuerda James Fallows en su más reciente artículo en The Atlantic, fue el primer ejemplo de que “el mejor barómetro para juzgar un debate electoral es apagar el sonido”: al terminar el primer enfrentamiento, aquellos que lo escucharon por la radio opinaron que ganó Nixon y los que lo vieron por televisión quedaron prendados de la juventud y la convicción de Kennedy frente al sudoroso y pálido Nixon. JFK se convirtió en presidente meses después.

Sin embargo, para la mayoría de los expertos consultados por este diario, si hay algún debate a tener en cuenta es el que enfrentó en 1980 a Jimmy Carter y Ronald Reagan. “Fue algo histórico”, asegura Voth, “un debate icónico, porque ofrece un modelo básico de los argumentos que vemos hoy en día en demócratas y republicanos”.

Tal y como recuerda Alan Schroeder, experto en debates políticos de la Northeastern University, el Carter-Reagan fue “quizá el de más consecuencias” en los resultados electorales. El encuentro, que se celebró apenas una semana antes de las elecciones —el único debate programado en esa contienda—, fue fundamental para el triunfo indiscutible de Reagan ante el entonces presidente Carter.

“Había mucho escepticismo por su candidatura [de Reagan] y su visión conservadora”, recuerda Aaron Kall, catedrático de la Universidad de Michigan. Un debate con posiciones sensatas y ocurrencias bien recibidas por la audiencia, además de las bajas expectativas que se tenían del candidato conservador, le sirvieron para recortar de un único golpe la ventaja de entre 5 y 7 puntos que le llevaba su rival en las encuestas. “Eso lo impulsó a la victoria”, concluye Kall.

El debate entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump de este lunes, el primer envite de los tres previstos, se espera que sea el de mayor audiencia de la historia, no sólo por el interés político, sino por el conocimiento popular de los candidatos y la mediatización de la sociedad actual. Si pasa a la historia como los Nixon/Kennedy y Carter/Reagan es algo que se sabrá cuando los dos candidatos abandonen el escenario de la Hofstra University de Nueva York.

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