Una de las grandes dificultades de los partidarios del Brexit ha estado en encontrar aliados extranjeros para su causa. Las simpatías expresadas por la política francesa de extrema derecha, Marine Le Pen, o del polémico aspirante presidencial republicano Donald Trump desde Estados Unidos no son precisamente algo sobre lo que los euroescépticos quieran alardear.

La principal razón del vacío que se ha generado alrededor del campo del Brexit es que Europa y América temen los efectos de una desvinculación británica.

Al bloque europeo le costaría influencia política y lo convertiría en un mercado más fragmentado. Mientras, Estados Unidos perdería su aliado más importante en la Unión Europea (UE): el mismo que muchas veces le ha servido para poner un pie dentro de Bruselas en negociaciones delicadas para sus intereses. Por eso, Barack Obama avisó en abril a los británicos que Washington no veía con buenos ojos el divorcio: “A veces a los amigos hay que hablarles con franqueza”, comenzó el presidente estadounidense su sermón.

La UE ya ha anunciado que el Brexit, por su impacto real en los intercambios y por su capacidad desmoralizadora, retrasaría el fin de la crisis económica. “Un fracaso a la hora de encontrar soluciones comunes a nivel de la UE a los desafíos comunes de naturaleza económica y no económica podría retrasar la recuperación”, apuntó un informe de la Comisión difundido la semana pasada.

En lo geopolítico, el principal miedo es que el Brexit daría argumentos a los partidos euroescépticos del resto del continente, que pedirían que les dejasen salir por la misma puerta que el colega inglés. Según sondeos de esta semana de la demoscópica YouGov, en todos los países miembros (excepto en la optimista Finlandia) son mayoría los que opinan que un Brexit animaría a otros a abandonar la Unión. El Pew Center, en una investigación titulada “Euroescepticismo más allá del Brexit”, también concluye que el desafecto británico está dando alas en otros países al sentimiento de frustración con Europa que se ha ido cocinando desde que Alemania impuso la austeridad a los socios más débiles. Por ejemplo, 42% de los españoles querrían ahora que algunos poderes que tiene Bruselas volviesen a su Parlamento nacional. Esta es una demanda de soberanía prácticamente inexistente hace nueve años, momento al que se retrotrae el Pew para sus comparaciones.

Pero el descosido no se limitaría a seguir las líneas de las fronteras ya existentes. Escocia, un territorio mucho más europeísta que el conjunto del Reino Unido, ya ha anunciado que, si Londres abandona la UE, ellos se replantearán la independencia.

El dilema que se abriría para Europa parece tremendo: ¿Cerrarle la puerta a quienes quieren permanecer en el club a cualquier precio, o crear un precedente envenenado para los países miembros que albergan territorios que se quieren independizar? Los problemas más evidentes llegarían con Cataluña, pero hay muchas más regiones del continente atentas al movimiento, como el norte de Italia.

En seguridad las perspectivas también son complejas. Sir John Sawers, hasta 2014 el jefe del servicio de inteligencia exterior de Reino Unido, el mítico MI6, ha defendido en el Sunday Times que la rapidez con la que los servicios de información de la UE intercambian datos hacen que “el continente, Reino Unido incluido”, esté más seguro ante el yihadismo, el cibercrimen o el espionaje internacional. Dos antiguos miembros del Comité de Seguridad de la Casa Blanca, Stephen Hadley y Tom Donilon, también han opinado que la salida incrementaría el riesgo sobre Washington.

En el otro extremo, algo de lo que se habla menos es de las consecuencias negativas que tendría para Europa que los británicos se quedasen. David Cameron lleva un lustro sembrando cizaña en Bruselas. Para defender la permanencia en Europa dentro del referéndum que él mismo terminó por convocar, el primer ministro exigió polémicos tratos de favor a Londres (principalmente, la posibilidad de reducir derechos laborales a los inmigrantes de otros vecinos de la UE, la concesión a Londres del derecho a no aspirar a una mayor integración europea y la activación de un seudoveto para la legislación que no guste en las islas).

Según explica el analista Miguel Ángel Bastenier, “la consulta misma es un desastre para Europa. Si cualquiera de los bandos gana por un margen estrecho, el problema británico seguirá siendo un factor de desequilibrio”. Bastenier opina que, en un momento en que la UE se enfrenta a numerosas disensiones, como las que plantean las políticas ultraconservadoras del gobierno de Polonia, “el debate sobre el Brexit va a seguir siendo durante años una pantalla que ensombrezca el resto de discusiones. El problema es que si Londres no se va ahora, tampoco va a renunciar a hacerlo en un futuro, y la cuestión se alargará indefinidamente”.

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