El hijo de un conductor de autobús y una costurera, educado en una escuela pública y criado con siete hermanos en una minúscula vivienda social, podría convertirse hoy en el nuevo alcalde de Londres. En el muy clasista Reino Unido este hecho daría para un titular redondo, pero la atención en la biografía de Sadiq Khan la centran en su condición de paquistaní y musulmán. Si las encuestas no naufragan, Khan, con 46 años y uno de los valores ascendentes del laborismo, será el primer musulmán al frente de una gran capital occidental.

No es una anécdota, porque estas elecciones locales en Reino Unido han estado lastradas por los comentarios racistas. El giro ha sido poco previsible, dado que el argumento de la campaña de la capital, Londres, parecía el de una novela victoriana sobre desigualdades sociales. Frente a Khan, un abogado especializado en derechos humanos que se declara hijo de las ayudas a la clase obrera e inmigrante, se encontraba Zac Gold- smith (41 años), guapo, banquero y alumno de la elitista Eton.

Consecuentemente, al proyecto de un gran Londres ecológico que defendía Goldsmith, Khan le ha opuesto un programa basado en aliviar los problemas de vivienda de la ciudad (8.6 millones de habitantes). Las casas tienen precios prohibitivos, y el laborista apuesta por construir más y hacer bajar el alquiler para favorecer a las clases medias y bajas. Su ventaja en las encuestas ha sido en todo momento tan clara que Goldsmith perdió los estribos y comenzó a acusar a Khan de ser incapaz de garantizar la seguridad de los londinenses contra eventuales ataques terroristas por sus nexos con partidarios del extremismo islámico.

El problema es que Khan es practicante y nunca ha probado el alcohol, pero no ha dudado en enfrentarse con los sectores más conservadores del islam. Siempre ha condenado el extremismo con virulencia, y su apoyo al matrimonio gay le valió amenazas de muerte y ser declarado persona non grata en varias mezquitas. Para minar su credibilidad, Goldsmith rescató algún contacto que tuvo el laborista como abogado con acusados extremistas, y el propio primer ministro David Cameron se hizo eco de esta estrategia. El resultado ha sido contraproducente para los conservadores y, según un último sondeo de ComRes, el 20% de londinenses considera los ataques “sucios” y basados en especulaciones malintencionadas. “¿En qué se habría basado la campaña de Goldsmith si Khan no fuese musulmán? ¡No tenía nada más!”, se quejaba una lectora del Telegraph.

No ha sido el único conflicto sobre asuntos religiosos de esta campaña. En mitad de ella, el líder laborista, Jeremy Corbyn, necesitó abrir una investigación sobre el arraigo de las ideas antisemitas dentro de su partido después de que Ken Livingstone, uno de sus grandes aliados y alcalde de Londres entre 2000 y 2008, dijera que Hitler había apoyado el sionismo. Khan fue de los primeros en condenar estas declaraciones, pero han causado una importante merma a la imagen de los laboristas y al propio equilibrio del partido, donde muchos parlamentarios continúan profundizando en el embrollo al intentar explicar que las palabras de Livingstone fueron malinterpretadas.

A pesar de todos estos conflictos, los analistas políticos británicos celebran que la religión de Khan no haya sido un factor determinante en los comicios, sobre todo en un momento de paranoia en Europa por los atentados yihadistas. Alan Anstead, coordinador de la ONG antirracista UKREN explica que “Londres, como Nueva York, es una de las ciudades con mayor diversidad del mundo en asuntos religiosos y raciales. Por eso la confesión ha dejado de ser un elemento determinante”. Aun así, considera que el racismo en el conjunto del país continúa siendo un problema: “Las estadísticas confirman que aumenta levemente. Ya sea el antisemitismo, la islamofobia o el odio a los gitanos, siguen existiendo prejuicios contra las minorías”.

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